ESPECTáCULOS
Una cita con la historia artesanal de la música
Exposiciones de instrumentos antiguos, charlas con los luthiers y recitales marcan el pulso de la muestra “Luthería en Buenos Aires 2002”, que se desarrolla hasta el domingo en el Jardín Japonés.
Por Oscar Ranzani
El atractivo que generan los instrumentos construidos artesanalmente viene de larga data. Ahora, frente al avance tecnológico, el deleite que despiertan se potencia. Esas sensaciones se multiplican en la muestra Luthería en Buenos Aires 2002, organizada por la Asociación Argentina de Luthiers, entidad fundada hace tres años, y que nuclea a más de 70 artesanos. La exposición –cuyo coordinador es David Slomka– estará abierta hasta el domingo en el Salón de Té del Jardín Japonés (Casares y Berro, 1er. piso) en el horario de 10 a 19. Luthería en Buenos Aires 2002 abarca un amplio espectro musical. Allí se exhiben reconstrucciones históricas e instrumentos artesanales de cuerda, teclados, percusión y viento. En los puestos están los luthiers para contestar inquietudes y develar secretos de sus inventos. Paralelamente se realizarán charlas y se presentarán músicos como Javier Malosetti y Rodolfo Mederos, entre otros.
En uno de los sectores está el luthier Alberto Magnín, que se dedica a “la investigación de instrumentos del mundo”. En su puesto se destacan las calimbas africanas, una especie de tambor pequeño que tiene forma de caparazón sobre el que descansan unas teclas de madera que permiten variar los tonos de percusión. También está el gopi yantra, instrumento de cuerdas de la India, y un calangú de Senegal, tambor afinable que se conoce como “tambor de axila”. Al lado descansan los bansuri, de la India, especie de flauta traversa. “Trato de no tener fronteras, sino de rescatar los instrumentos ancestrales de varios lugares del mundo”, comenta Magnín.
Carlos Hugo Domínguez desde hace cinco años trabaja para el grupo Les Luthiers. En su stand, expone “la tabla de lavar”, que tiene diversos accesorios: un platillo, una cajita, un cencerro y una bocina.
Hay un amplio sector donde se exponen charangos de madera y guitarras clásicas y eléctricas. Los componentes de las clásicas difieren en el tipo de maderas con que fueron construidas: palisandro de la India, algarrobo, abeto alemán, cedro paraguayo, ébano africano, alpaca alemana. Hay también violines, violoncellos y bajos eléctricos. Más allá, en otro stand, hay flautas artesanales del período barroco fabricadas con guayacán y palo blanco. Otra curiosidad es la reconstrucción histórica de una virginal, instrumento de teclado muy antiguo de la familia del clave, que data de 1629. La reconstrucción fue realizada por Leopoldo Pérez Robledo. “A diferencia del piano, el teclado tiene un mecanismo que, en vez de golpear a la cuerda, la pellizca. La pulsa como si fuera un arpa y esto genera un sonido parecido al de la guitarra”, explica el luthier. “Yo lo hago de acuerdo a planos de instrumentos que están en museos europeos o norteamericanos. Para sustentar las restauraciones venden esos planos entre 50 y 200 dólares. Entonces, comprándolo uno puede reproducir estos instrumentos que datan del período que va del siglo XV al XVIII”, agrega.
Marcelo Vanessche expone una nutrida gama de instrumentos, en su mayoría de vientos, de la cultura aymara de Bolivia. Hay diferentes estilos de sikus que “se tocan en distintas temporadas del año en conmemoración a diversos acontecimientos”, indica Vanessche. En el stand que pertenece a Angel Sampedro, el luthier hace sonar un saxo de caña. “Si bien este saxo tiene sonido de saxo, se toca de manera parecida a la flauta dulce. Es más simple y usa menos aire que un saxo normal”, puntualiza.
“Nosotros hacemos cordófonos medievales, instrumentos de cuerda de los siglos XII y XIII”, remarca Marcelo García Morillo. Uno de los que se exhiben es la sanfona, instrumento rectangular de cuerda frotada que data de 1150. Hay otro cuyo cuerpo remite a una guitarra. Se lo conoce como el organistrum y data de 1150. Tiene el mismo mecanismo que el anterior. En otro sector descansa solo un cajón peruano que, como todos, tiene su historia. “Durante la colonia se les prohibía a los esclavos hacer música y no les permitían tener instrumentos. Entonces, ellos, cuando bajaban los bultos en los puertos, se sentaban sobre los cajones que venían en los barcos y con eso tocaban”, comenta Slomka. El contenido de los cajones: kilogramos de bacalao.