ESPECTáCULOS › MARINA PICASSO Y SU POLEMICO LIBRO SOBRE EL PINTOR

“El arte no justifica nada”

En “Picasso, mi abuelo” describe al genio como perverso, tacaño e insensible. Dice que el autor del “Guernica” destruyó a su familia.

Por Catalina Serra *
Desde Barcelona

¿Cómo definiría a su abuelo? “No puedo decir un genio sin corazón, pero es lo que me sale.” Marina Picasso, nieta del autor del Guernica, sonríe y mantiene la mirada serena. “En el genio está la desproporción. Y mi abuelo estaba desproporcionado en todo. Si se cuenta el número de obras que pintó a lo largo de su vida, tuvo que pintar varias por día desde el mismo momento de su nacimiento. Su producción es impresionante. No hay duda de que era un gran trabajador. Quizás tenía un don, pero si ahora pudiera darle un consejo le diría que hiciera ejercicio físico para ver si se le agrandaba un poco el corazón.”
Marina Picasso (nacida en Cannes en 1950) necesitó psicoanalizarse para sobrevivir al “virus Picasso” que infectó a su familia, destruyéndola, según escribe, a base de “promesas no cumplidas, abuso de poder, mortificaciones, desprecio y, sobre todo, incomunicación”. Así lo explica ahora largamente en el libro Picasso, mi abuelo (Plaza y Janés), que acaba de publicarse en España tras haber superado los 50.000 ejemplares vendidos en Francia. Es un libro doloroso, en el que cuenta sus experiencias frustrantes con un abuelo que la ignoró a ella y a su hermano, hasta el punto de que jamás los retrató ni en un simple dibujo. Hija de Paulo –primogénito de Picasso– y de Emilienne Lotte, el de sus padres fue un matrimonio que duró poco y en el que ambos cónyuges, reconoce Marina, no estuvieron a la altura de sus responsabilidades. Pero la experiencia más traumática que tuvo que superar fue el suicidio de su hermano Pablo a los 24 años, pocos días después de la muerte del genio, del que su última mujer, Jacqueline, no lo dejó despedirse.
“La última época fue muy dura. Después de la muerte de mi abuelo, en las primeras reuniones de los herederos de Picasso, Jacqueline no acudió porque tenía miedo de mi reacción”, comenta Marina. “Cuando finalmente vino, yo no le dije nada. ¿Para qué? Había perdido a mi abuelo, a mi padre (que murió dos años después de Picasso a causa de un cáncer) y a mi hermano. No tenía nada que decirle”. Jacqueline se suicidó en 1986 de un tiro en la sien. Algunos años antes, en 1977, también se había suicidado otra de las amantes y musas de Picasso, Marie-Thérèse Walter.
“No sé si mi abuelo era misógino, pero está claro que tenía una relación destructiva y perversa con las mujeres”, afirma Marina, que extiende en parte esta afirmación a su relación con la familia. “Utilizaba a la familia y las mujeres más como materiales u objetos que como seres humanos completos”. Y era una utilización, si se tiene en cuenta lo que explica en el libro, en la que él aportaba poco más que su penetrante mirada. “No diré que era un tacaño, tal vez con otras personas era generoso, pero de nosotros no se preocupaba y nos veía más como una obligación”, comenta. En el libro escribió que su abuelo no quiso pagarle una carrera universitaria y les pasaba con cuentagotas una pensión que su padre, Paulo, le mendigaba en las visitas que realizaba acompañado de Marina y Pablito. Esto cuando había suerte y “el sol”, como llamaba Jacqueline al pintor, se dignaba a recibirlos, pues a veces los dejaba en la puerta. Pero las penurias económicas son lo de menos, afirma Marina. “Lo que me hacía sufrir era la relación afectiva y la humillación. Fuimos excluidos de su obra, y eso dolía, porque si no estabas en su arte no existías para él”.
Ahora, Marina Picasso es una mujer serena y aparentemente segura de sí misma, que superó sus crisis de angustia y consiguió reconciliarse si no con su abuelo, al menos con su historia. Recibió una cuarta parte de la herencia del pintor, se convirtió en una gran coleccionista –“ya superé la repulsa que tenía hacia el arte”– y realiza numerosas obras sociales, entre ellas un pequeño pueblo para huérfanos en Vietnam. Con el resto de la familia Picasso no tiene relación, y tampoco quiso formar parte de laAdministración Picasso, que gestiona los derechos de explotación del nombre y la obra del artista. “No entré porque cuando pido algo no me escuchan. Me opuse a que se pusiera el nombre de Picasso a un coche. No quiero implicarme en esta historia de convertir a mi abuelo en una marca de ceniceros y camisetas. Somos herederos de su obra, nada más”. Marina sigue considerando a su abuelo un genio. Máximo respeto por el artista, escasa piedad por el hombre: “El arte no justifica nada”, concluye.

* De El País de España. Especial para Página/12.

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