ESPECTáCULOS › MERCEDES SOSA, LEON GIECO Y VICTOR HEREDIA
CUENTAN COMO SERA SU ESPECTACULO CONJUNTO

“Una canción puede servir para educar a la gente”

A partir de mañana, en un teatro céntrico, tres figuras claves de la música popular argentina construirán en vivo el espectáculo “Argentina quiere cantar”. En esta nota cuentan los orígenes de la idea y cómo fueron construyendo juntos una relación que por momentos parece de hermanos.

 Por Karina Micheletto

Una nota con Mercedes Sosa, Víctor Heredia y León Gieco cuando están reencontrándose después de un tiempo sin verse, y a pocos días del primer proyecto conjunto de todas sus carreras, resulta una tarea complicada y divertida a la vez. El escenario es el departamento de Mercedes, el mismo que los reunió muchas veces en ensayos y rondas de empanadas. Los personajes podrían describirse por los roles asignados en años de una amistad que Sosa define como “de familia”. Ella, la hermana mayor que ampara y abre huella, al tiempo que reta sonriendo lo justo y necesario. Ellos, los hermanos que se cuelgan y no llaman, pero vuelven enseguida si la hermana está en problemas. Claro que ésta sería una descripción falseada por el juego que juegan en complicidad de códigos, que –es evidente– los divierte mucho. “No me van a hacer lo mismo que la última vez que tocamos juntos, en Villa María, ¿eh?”, tira la más grande. “Les avisé que yo quería entrar primero, pero no me llevaron el apunte. ¿Y qué pasó? Arrancaron ellos con sus bandas, que son muy fuertes, y cuando subimos nosotros parecíamos unos gatitos.” “¡¿Unos gatitos, dice?! ¡Juauaaa!”, se descostillan los menores.
El motivo de la nota es el espectáculo que por primera vez encararán juntos los tres referentes de la canción popular argentina (esto es, sin que uno lidere y los otros oficien de invitados), “Argentina quiere cantar”. Será en el teatro Opera, desde mañana hasta este domingo, y se repetirá del viernes al domingo de la semana próxima. De allí seguirán por el interior del país, Latinoamérica y Europa, en lo que los agentes de prensa describen como “una embajada cultural argentina”. Ellos aprovechan el motivo de la nota para encontrarse y reírse de sí mismos, chicanearse, pasarse los saludos y anécdotas del último tiempo. Heredia le cuenta a Gieco que hay alguien a quien no conoce que le manda saludos: “Vengo de tocar en Bahía Blanca. En el camino de vuelta paré en una estación de servicio en Chillar. El dueño me contó que tiene dos hijos. A uno le puso Víctor, y al otro... León. Así que hay dos hermanos de 9 y 11 años que se llaman como nosotros. El padre te manda saludos”.
Gieco no lo puede creer. En ese viaje Heredia también se encontró con una señora que iba a tomar el café con leche con Mercedes Sosa, cuando las dos eran muy chicas. La señora le manda un beso muy grande. A Mercedes le encantaría acordarse, pero no hay caso. “Es que son tantos años, tanta gente... No me acuerdo de las letras, mirá si me voy a acordar de esto”, se disculpa. Pero volviendo al motivo de la nota, los tres apuntan que en el show presentarán mucho repertorio nuevo, tanto en los sets individuales como en los compartidos, que como siempre habrá más de un invitado sorpresa, que hicieron lo imposible para lograr entradas más baratas, desde diez pesos. Y que piensan grabar todo y sacar un disco en vivo el año que viene.
–¿Por qué decidieron juntarse ahora a armar un concierto?
L. G.: Creo que inconscientemente siempre sentimos una necesidad de encontrarnos, no solamente arriba de un escenario, sino de encontrarnos, como sea. Esta vuelta se dio en un concierto, y bueno, allá vamos. Es que a veces no nos vemos durante años.
M. S.: ¡Años no, Leoncito! ¡Qué exagerado! ¡Está bien que a veces te olvidás de llamar, pero no me digas que no nos vemos en años!
V. H.: Pero es cierto que es muy complicado juntar las tres agendas.
M. S.: Para ellos, para mí no. Ellos son los que más trabajan, yo canto muy poquito.
L. G. y V. H.: (Se ríen.) ¡Acaba de llegar de México, el 23 va a San Martín y el primero de enero está en Roma! ¡Sí, canta poquísimo la señora!
V. H.: Hablando en serio, la realidad es que lo que nos junta es la canción. M. S.: Y la amistad, el cariño, que siguen en pie, aunque no nos veamos, no años sino meses.
Entonces se les pregunta por el tiempo en que se conocieron, y Mercedes Sosa vuelve a París, a los tempranos ochenta, al trayecto en auto en el que escuchó por primera vez los cassettes de Gieco que su hijo le había mandado, y a lo que sintió cuando descubrió “Sólo le pido a Dios” en esa armónica. Sería recién al regreso de su exilio que lo conocería personalmente. Heredia recuerda la fiesta que Mercedes organizó especialmente para que se conocieran con Gieco, en los tiempos de De Ushuauaia a La Quiaca y de Taqui Ongoi, cuando los dos andaban por todo el país, cada uno por su lado, pero con la misma temática de recuperación. De ese encuentro saldría una gira conjunta de tres años por todo el país, a fines del ochenta. Eran tiempos en los que todavía les sorprendía lo que pasaba cuando hacían juntos “Todavía cantamos”, “Sólo le pido a Dios” y “Hombres de hierro”, cómo la gente se paraba y aplaudía, como con furia. Y Gieco se remonta al día de 1985 en que Mercedes Sosa lo llamó desde Alemania y le dijo: “Nene, tomáte un avión y veníte. Quiero que veas lo que les pasa a los alemanes cuando escuchan ‘Sólo le pido a Dios’”. Esa fue la primera vez que Gieco salió de la Argentina, y el momento en que supo cabalmente que esa canción ya no le pertenecía, que el pequeño tema que había compuesto en su pueblo había atravesado mares.
Más tarde recordarán su primer concierto juntos, en el ‘90, invitados por Mercedes en el Luna Park, y el segundo, en diciembre de ese año en Ferro, cuando unos Illya Kuryaki ni siquiera adolescentes y ni siquiera conocidos corrían alrededor de Sosa cantando “Argentos de cemento”. “Eso pasaba mientras los periodistas discutían si hacíamos folklore o rock. Yo vi eso y no lo podía creer. Mercedes era la más rockera de todas”, rememora Gieco. Lo que recuerda de esa vez Mercedes es el saco rojo que tenía puesto. En realidad tiene grabada una imagen como una foto, cuando Charly García se arrodilló y le besó las manos. “Qué raro”, piensa ahora, “todos los demás se arrodillan ante él”. “Mi mamá creía que Charly era maleducado. Y cuando vino acá y lo conoció le encantó, ella lo adoraba”, recuerda también Mercedes. Entonces los tres se remiten a anécdotas de Charly, y todos concluyen que, entre otras cosas, le envidian su energía. Que él tiene algo que ellos dicen haber perdido en parte, y que a todos les vendría bien un poco de Charly. Se les pide que lo expliquen.
M. S.: Y Charly hace lo que hacíamos nosotros en Cosquín. La primera vez que escuché a León allá fue a las ocho de la mañana. El señor estaba en el hotel y cuando escuchó el barullo de la cacharpaya se volvió. Así hace Charly todo el tiempo.
V. H.: Ahora nosotros terminamos y nos metemos adentro de una cofia. A mí me meten en la camioneta, me llevan al hotel, me aburro como un loco hasta que me van a buscar y me llevan al avión. Pero antes yo tenía ese desenfado que conserva Charly.
L. G.: Habría que agregar que uno se hizo muy consciente. Yo dejé de tomar alcohol, dejé de fumar, para preservar la carrera. Entonces no quiero ir a un lugar donde me jodan. En cambio Charly se mantiene en una actitud casi de inconsciencia. “¿Vamos?” “¡Vamos, qué mierda!” Y la gente se pone feliz. Pero ojo que lo único que hace Charly es tocar y escuchar música. No tiene la preocupación de un hijo o una nieta con fiebre. Es sólo él con su ego, y con su forma genial de tocar. El es parte de un instrumento, como un gajo del piano. Es parte de la religión.
–¿Cuál fue el mejor consejo que se dieron entre ustedes?
M. S.: Ellos son los que me aconsejan a mí. Soy muy impulsiva, y ellos me cuidan de algunos impulsos que me pueden causar problemas. Yo al principio creo que los voy a convencer, pero después veo que no los convenzo nada, y hago lo que ellos me dicen. Por ejemplo, quería cantar una canción de los prisioneros de Chile, “Por qué no se van”, y ellos nome dejaron. Les traje la letra, y cuando íbamos a verla primero se fue León, después se fue Víctor, y yo dije: se ve que no van a querer cantarla. Ese fue el último consejo.
V. H.: El tipo nos va a odiar.
M. S.: Y el consejo anterior fue rechazar un premio que me iba a dar Menem en la Casa de Gobierno, el que le dieron a Bioy Casares. Yo estaba preocupada, y les consulté a ellos. Una amiga me había visto triste y me había preguntado qué me pasaba. “Lo que pasa es que me están por dar un premio.” “¡Qué raro!” “Pero Menem me da un premio.” Yo ya venía triste, preocupada por el tema. Usted no sabe los pasos sigilosos, serenos, pero firmes que tenemos que tener los cantores y compositores. Hay que tener mucho cuidado con los premios, porque pueden ser peligrosos.
V. H.: Cuando Mercedes te consulta algo es porque ya tiene instalada la duda.
M. S.: No, porque la canción yo la quería cantar. Y ellos saben que han hecho algo malo, porque me han hablado los dos esa noche, después que se sacaron las ganas (risas).
V. H.: El mejor consejo que me dio a mí Mercedes fue conocerlo a León. “Tenés que conocerlo a Leoncito”, me decía. Tenía razón.
L. G.: A mí Mercedes me dio el consejo más grande, el que me salvó la vida. En el ‘83 yo estaba consumiendo mucho alcohol, mucho cigarrillo y algo de anfetaminas. Realmente estaba muy enfermo. Ella me aconsejó ir a internarme a Puijarí, un lugar de adventistas cerca de Paraná, y yo fui y me interné. Me sacaron una foto cuando entré y otra a los quince días, cuando salí. Era otra persona. En ese lugar se encargaron de explicarme un par de cosas.
–¿Cuál es el poder de una canción?
V. H.: La música y la poesía son el sustento cotidiano. Esto se confirma en la soledad, cuando uno está solo canta, silba, tararea. Me parece que el poder de una canción es el de mantenernos cuerdos en un mundo de locos, es algo que tiene que ver con la esencia del hombre, con su necesidad de expresarse, así de sencillo y así de maravilloso.
L. G.: Uno puede manejar lo que pasa con una canción cuando la compone, pero de ahí en más es imposible saber de qué va a ser capaz, o lo que va a pasar con ella. Una canción puede servir para educar, para alimentar a la gente. Y también puede salvar una vida. Como le pasó al japonés que nos acompañó a la gira por su país. El tipo tuvo una embolia cerebral y quedó un año hecho un vegetal en una clínica. Un día la mujer le puso al palo un walkman. Y el tipo largó una lágrima. La mujer fue corriendo a contarle al médico, se fijaron y vieron que el walkman tenía la grabación de un concierto mío en el que había estado. El tipo se levantó al año y pico y me volvió a contratar, me escribió una carta y me mandó un regalo.

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Las tres figuras, posando para Página/12, en el departamento céntrico de Mercedes Sosa.
 
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