ESPECTáCULOS › “ARGENTINA QUIERE CANTAR”, REUNION CUMBRE DE LA MUSICA
Los tres mosqueteros de la música
Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia comenzaron a presentar un espectáculo conjunto con el que luego girarán por el país, el continente y Europa. El público que llenó el teatro parecía extasiado.
Por Cristian Vitale
“Sólo espero estar despierto cuando explote la verdad.” La frase de “El tren fantasma” que Víctor Heredia cantó –clamó– promediando el show puede tener diversas connotaciones. Pero la más evidente, aunque tal vez no lo haya pensado, estaba a la vista: la verdad indiscutible estaba ahí, detonando a su alrededor. La verdad era él, era León, era la Negra Sosa y las dos mil almas que atiborraron el Teatro Opera durante la primera noche –el ciclo prosigue hoy y el fin de semana que viene– de Argentina quiere cantar. El proyecto, pensado para difundir la cultura argentina en el exterior, tuvo un debut irreprochable, un preliminar que podría pensarse como un broche selecto por emoción, generosidad y sobre todo por “buena vibra”, como se dice en Latinoamérica. Hay margen para pensar que, si mantiene el mismo nivel en la gira que los tres encararán por Estados Unidos, México, Venezuela, Guatemala, Panamá, España, Francia e Inglaterra durante el próximo año, al mundo le quedará claro que la Argentina no sólo quiere cantar sino que también puede. Y cómo.
Musicalmente, el concierto ofreció un menú variopinto. Hubo momentos enérgicos y militantes (“Idolo de los quemados” y “Bandidos rurales” con un León a pleno, apoyado en una banda estupenda); autóctonos y pasionales (“Ojos de cielo” e “Informe de situación” con el grupo de Víctor mostrando lo mejor de sí, en especial su capacidad para traer resonancias del altiplano), vivaces (la “Negra” Sosa bailando frente al público el rockero “Hablando a tu corazón” de Charly García), melanco-rioplatenses (“Uruguay, Uruguay”, de Gieco en versión candombe) y evocativos (León y Víctor interpretando a dúo “El adiós” y “La guitarra”, textos de Atahualpa Yupanqui que ambos musicalizaron para editar en Yo tengo tantos hermanos, el disco homenaje a Don Ata). Sin embargo, guste o no, el peso específico del evento estuvo en otro lado. Buena parte de la gente que sigue a este tipo de músicos populares exige otra cosa, un goce colectivo que excede lo meramente musical. No importan demasiado los pifies –que no los hubo–, tampoco se pretende que el sonido sea perfecto y mucho menos que haya o no muestras de virtuosismo, característica que se les demanda a los músicos a secas. Lo que nunca puede faltar, en cambio, es pasión por las ideas, conciencia histórica, armonía con las luchas sociales, noción de identidad y un canto que acompañe.
Ese plus convirtió a “La memoria” –de León– en uno de los momentos cumbre de la noche, escozor y piel de gallina. Similar fue la reacción ante otras frases clave. “Si pedís que vuelva otra vez donde nací/ yo pido que tu empresa se vaya de mi país/ y así será de igual a igual”, dice “De igual a igual”, y la cantaron todos. “Nunca tendrás tu calle Alsogaray” fue también un grito de bronca y desquite contra uno de los propulsores históricos de la entrega del país. Y el aplauso, rabioso, para personajes como Rodolfo Walsh, el Padre Mugica, Evita, las Madres...
“Esta canción es para las Madres de la Plaza, para las madres del dolor de Santiago del Estero y para aquellas que están sufriendo por el gatillo fácil que les mató 2 mil hijos en democracia. Una vergüenza internacional”, divulgó el nativo de Cañada Rosquín antes del primer acorde de “Madres del amor” otro tema de Bandidos rurales, disco que tocó casi completo. “Aviso para que lo compren” chiveó, consciente del contexto. Heredia también sintonizó con el sentido común, pero desde un costado más intimista. Lo suyo, en escena, es perfil bajo. Sinestridencias pero con la justeza de quien se sabe un luchador, dedicó una bella canción a la prostitución infantil –”uno de los tantos flagelos sociales de hoy”–, para luego aplicar altas dosis de sensibilidad a la multitud con esa mezcla de amores y revoluciones que encarna “Mara”.
Y finalmente, La Voz. ¿Por qué resignarse a que el Norte patente a uno de los suyos con ese atributo para que el mundo se lo crea? Más allá de Sinatra, La Voz es latinoamericana y se llama Mercedes Sosa. Una vez más, La Negra rindió prueba de ello como si los años no corrieran en su vida. Abrió la noche con un set abrasador que desgranó “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, “Los niños de nuestro olvido” y “Oh, pobre patria”. Y lo cerró ahí, apostada en el centro entre Víctor y León, resucitando en noble ritual a Miguel Abuelo: “La vida es un libro útil para aquel que puede comprender/ tengo confianza en la balanza que inclina mi parecer”, fue el mantra que inflamó a un público ya entregado. A la medianoche, finalmente, sonó la que saben todos. “Solo le pido a Dios”, trigésimo cuarta canción, ovación y despedida de la tríada. Tres horas más de la historia cultural argentina –de la Argentina Americana– quedaban atrás para evocar en el futuro. Y, al mismo tiempo, adelante.