ESPECTáCULOS
“A mí no me gustan los bailarines, prefiero a la gente que baila”
Guilherme Botelho, director de la compañía de danza Alias, cuenta cómo fue el camino de su San Pablo natal a la vanguardia suiza.
Por Silvina Szperling
Desde Ginebra
“El olor del vecino”, responde Guilherme Botelho a la pregunta sobre el título de la obra cuyo ensayo acababa de terminar. “Es curioso”, agrega, “la palabra olor no implica que éste sea agradable o desagradable. Sin embargo, la mitad de las personas reaccionó a este título con un ‘¡qué poético!’ y la otra mitad con ‘¡qué fuerte!’”. El diálogo con Página/12 se produce a mediados de enero en la oficina que la compañía Alias tiene en Ginebra. O, mejor dicho, en el pasillo de entrada a esa oficina, por un olvido de la llave por parte de Botelho, su director. El grupo se apresta a partir a Japón y la actividad es intensa. Cuando la secretaria llega con la llave, Botelho le ordena agregar al material de prensa las nuevas fechas de 2002: Londres (marzo) y Ludwigsburg (junio). La lista ya incluía 26 ciudades entre setiembre de 2001 y junio de 2002, alguna de las cuales son El Cairo, Damasco, Barcelona, Rovereto, Ciudad del Cabo y Caracas. Es decir: en sus escasos 40 años de vida, Botelho ha recorrido el camino que va de su San Pablo natal al liderazgo de una de las compañías independientes más importantes de Suiza.
“Decidí ser bailarín cuando vi, a los 15 años, la obra Escenas de familia, de Oscar Aráiz. Me fascinó la carnadura humana de los personajes. A mí no me gustan los bailarines, me gusta la gente que baila”, asevera Botelho. Siguiendo ese impulso, Guilherme comenzó a estudiar danza y a los dos años decidió ir a Ginebra a audicionar para el Ballet du Grand Théâtre, dirigido por Aráiz. Inmediatamente reclutado por el argentino para la compañía, Botelho militó 10 años en esa institución, hasta que su inquietud personal lo llevó a fundar Alias Compagnie.
Los bailarines de su actual grupo, en tanto, son propietarios de cinco fuertes personalidades que, en un ensayo sin vestuario ni luces y en el cual la cercanía hace esfumar la cuarta pared, impactan al ocasional espectador por su despliegue energético y, en todos los casos, una combinación de virtuosismo, pasión y delicadeza. Allí están los compañeros de ruta desde 1993: la fogosa australiana Kylie Walters (que cambia el color de su pelo en cada nueva producción), el pequeño Joseph Trefeli (un húngaro cuyo humor deleita tanto como su precisión), la delicada francesa Caroline De Cornière (cocoreógrafa en esta y otras ocasiones, amén de diseñadora de vestuario). También están las dos adquisiciones más recientes: el español Asier Zabaleta (vasco, según aclara con orgullo) y el inglés Mike Winter.
Todos ellos ponen absolutamente todas sus cartas sobre la mesa en L’odeur du voisin, un mosaico escénico que muta de restaurante a oficina y en el cual, salvo el mozo que interpreta Trefeli, cada intérprete asume cinco personajes diferentes. El eje del trabajo, como en anteriores puestas de Botelho, es la comunicación: una pareja que entra muy divertida y en la cual Zabaleta termina retando a vivísima voz a De Cornière, largándole una ristra de frases hechas del más puro acervo machista; un hombre (Winter) que duda infinitamente detrás de su menú y luego se conduele e intenta dar de beber al pescado que la pareja ha descartado en su pelea; un hombre y una mujer que chequean mutuamente sus elecciones a través de sendos celulares: él habla en español, ella en inglés. El sonido es de canciones en español e italiano. Boleros y blues se mezclan en la banda con sonidos ambientales de cubiertos, conversaciones y ladridos, y en el escenario con las voces de cada bailarín en su idioma original. El brasileño Botelho, a su vez, les habla a cada uno en otra lengua durante el ensayo, pasando rápidamente del español al inglés y luego al francés. La pregunta y la respuesta no son siempre en un mismo idioma. Todos los bailarines hablan más de una lengua, lo cual es natural en un país como Suiza, que tiene cuatro idiomas oficiales. “El tema del lenguaje es muy importante, por una cuestión expresiva del intérprete. Obviamente, cada persona carga más los textos si son en su lengua materna”, explica Botelho. “Pero, en realidad, los tomamos como música en escena, no me interesa que la gente entienda el significado textual de lo que se dice.” La oscilación de Botelho entre la primera persona del plural y el singular es constante. Se ocupa además de que sean asignados créditos a bailarines que hayan compartido tareas en la selección musical y, siempre, en la colaboración con la creación coreográfica. “Es imposible hacer una obra solo. Para mí es tan importante la luz como el vestuario, la escenografía o el movimiento. Y cada persona en escena crea sus personajes, sus textos. En L’odeur du voisin acometimos una tarea doble: la presentación casi instantánea de un personaje en la primera parte, la del restaurante, y el desarrollo de uno solo de ellos durante la segunda parte, la de la oficina. La idea es ver cómo a veces se confirma la primera impresión y otras veces se la contradice.”
Esa combinación tan excelsa de elaborado lenguaje de movimiento y hondura dramática, llevó a Alias Compagnie a ser elegida para los festejos de la ciudad de Ginebra de recepción del año 2000: en el Plainpalais, al aire libre y para decenas de miles de personas, Botelho y su pandilla cubrieron un escenario de quinientos metros en forma de “U”, con centauros sobre ruedas, caballeros en lucha con espadas, burgueses en fiestas de casamiento, yuppies a la europea y mundos esféricos que rodaban sobre la pasarela conteniendo amas de casa frente al lavarropas, madres con cochecitos de bebé, gente mirando televisión o frente a la computadora. Todo eso a cargo de sesenta bailarines y ciento veinte extras, entre las 23 y las 24 horas del 31 de diciembre de 1999.
Convocado ahora para la Expo.02, en la cual toda Suiza mostrará al mundo sus productos, (desde ferrocarriles a danza contemporánea, pasando por maquinarias y artes visuales) en cinco sedes diferentes incluyendo una lacustre, el artista se subirá a un formato de instalación. “La idea es que el espacio y el tiempo serán radicalmente distintos de lo que son en un teatro: cada persona del público podrá ver una parte del todo, que durará lo que su interés o paciencia le permitan, y las distintas formas o esculturas vivientes se harán eco entre sí en forma aleatoria, como lo es la vida en la calle. Mucha gente me ha acusado de dirigir excesivamente el ojo del espectador a través de la iluminación puntual o una edición casi cinematográfica de las historias en escena. En Project 2002 abriré el juego completamente.”