ESPECTáCULOS › VIVIANA COLMENERO, UNA ATIPICA GANADORA PARA “GRAN HERMANO”
“Yo no entré solamente por dinero”
La ex prostituta se llevó el premio mayor del reality, e inaugura la era de la telerredención: “Estaba muerta en vida y la TV me salvó”, asegura.
Por Julián Gorodischer
De sus años en la calle le quedó la vocación de dar pelea, ese aire combativo que la elevó al rango de Dama de Hierro en la era reality, y que reformula, tras los 70 mil llamados de la victoria, aquella vieja infamia de la política: “La gente quiere mano dura”, podrá decirse con fundamento, esta vez, después de ver el último especial de “Gran Hermano”, después de comprobar que la ganadora es esta femme fatale que disparó contra todo y contra todos, desnudó al pacato, señaló al prejuicioso que la sospechó por “puta” y, sobre todas las cosas, produjo una revolución. Por una vez, el reality coronó al distinto, eso sí, sin tachas ni látigo en mano. Viviana Colmenero poco tiene que ver con el bonachón que ganó los 100 mil en ediciones anteriores, ni con la modelo que augura una rotación interminable por las tapas de revista. A ella le gusta, ante todo, la confrontación, y tal vez su talento no sea otro que el de tallar la herida y escarbar con el dedo, siempre con la vocecita monocorde como de flauta dulce, que cada tanto eleva tono y volumen, y es como el frotado de la uña en el pizarrón.
–¿Le gusta dar pelea?
–Tengo una manera agresiva de decir las cosas, pero en realidad es el modo que encontré para ser directa. Yo trataba de explicar al que no lo entendía que mi profesión fue un accidente de la vida, y que cada uno tiene sus razones. Me interesaba el dinero, pero yo entré para dejar un mensaje: no les pongan títulos a las personas, estén en contra de la discriminación.
–¿Cómo la discriminaban?
–Yo trabajé ocho años en la calle, y cuando caminaba de día no hablaba con nadie. Yo era un personaje del mundo de la noche, un payaso que entretiene y hace sentir bien a los demás, y sabía que me correspondía un círculo cerrado. Pero ésa es mi época de estar muerta en vida, y no guardo ningún recuerdo bueno.
La prostituta que gana un “Gran Hermano” no es como Tamara Paganini, de “Gran Hermano 1”, hoy desterrada al devaluado universo del teatro de revista, stripper en Esta noche está que arde en Villa Carlos Paz. La puta que gana no habla de sexo, duda si besar a un compañero en la boca para “una ficción”, le da vergüenza, y nunca detalla los trabajos realizados. Donde Tamara decía: “Me gusta la banana”, donde la rubia insistía conque “la mía es una gruta”, Viviana es educada y pudorosa. Lo suyo –dice– es un apostolado. “Yo nunca tuve sexo casual”, asegura, como para diferenciar los tantos y encajar en la serie “madraza de familia”. La puta que gana enterró su pasado y postula el ingreso al nuevo mundo: hijo pegado a la falda, destino familiar para los bienes, honor en alza. Donde la perdedora promocionó sus dotes como desnudista, la puta que gana se queja por el atuendo de la última ronda: “Estoy muy, muy apretada”. Si, en la pelea, la verba de Tamara fue mal hablada y a chorros, como un desagüe, la de Viviana, en cambio, es una cuidadosa lección moral de destinatario doble: “Yo pensaba mucho en mi público –dice–, en lo que se esperaba de mí”.
Viviana demora el listado de anécdotas de “la vida dura”, evade el racconto de su peripecia sexual. De eso no se habla, y menos con Leonel, de seis años, allí mismo como testigo obligatorio (“de él no me separo nunca más”, dice) de cada acción posterior al encierro. ¿Qué me decís ahora –podrá decir o pensar el productor, el agente de prensa–, ahora también nos dirán telebasura? El reality modelo 2003 limpia conciencias y, para sobrevivir a la caída de los frívolos (“La playa”, “Super M 2003”), entiende que lo suyo, en la nueva era, no es cumplir un sueño sino salvar la vida. En ese punto, Viviana es muy clarita: “Me devolvieron la alegría”, dice sin mencionar los 100 mil ni la fama ni el trío amistoso que conformó con Matías y Mauricio, nada de eso. En el reino de la abstracción, en el extraño mundo del ex participante, el bienestar es unasensación indefinida, un estado poético del ser que se trivializaría al vincularse con causas. La de Viviana, entonces, es una certeza inmotivada, un cambio que no reconoce un proyecto profesional, ni una compra verosímil, al punto que la propia página de Internet del “Gran Hermano” se ríe del rigor de sus pretensiones: “Con 100 mil, cuatro casas”.
Cuesta imaginarle a Viviana el destino de sus precursores: teatro de revista, papeles como enfant terrible, coros o secretariado en programas de la tarde, en los shows de Marcelo Tinelli, bolos en “Rincón de luz” o “Rebelde Way”. Viviana es escandalosa, sacada, y cuando confronta es bestial: una loca a punto de dar el zarpazo, la histérica un minuto antes del cachetazo o del desmayo. Introdujo en la TV no sólo el tabú profesional (ser prostituta), no sólo la agonía del excluido que ya se olvidó de lo que deseaba, sino una práctica poco frecuente en la pantalla chica: hizo cosas raras. Los suyos fueron estados de suspensión frente al espejo, réplicas demoradas, la mirada fija en un fuera de campo tan intrigante como el de la Belle de Jour de Luis Buñuel. Su calma siempre antecedió a un latigazo, cada vez más extremo, como cuando le espetó a la damita de provincia: “Tuviste herpes, sos más puta que yo”.
Ni en el triunfo Viviana acata las reglas del nuevo star system que se le otorga: ni carcajada, ni risa, ni sonrisa, ni brazos en alto, ni dedicatoria, sino apenas una caminata por la pasarela de famosos repentinos con la cabeza baja y, a la salida, una frase más ligada a lo inquietante que a lo eufórico: “Estoy shockeada”. Cuando baja sonriente las escaleras del hotel de lujo (y con gusto pediría la promo del champán), cumple con el deber del ganador: un movilero por acá y un cronista por allá para preguntarle el lugar común. Y es más conocedora de lo que se pensaría de los secretos para eludir pesados, orgullosa, como siempre, de lo que las demás ocultarían: secundario inconcluso, sexo pago. Viviana prefiere, en cualquier caso, manchar la reputación, pero que la dejen tranquila.
“No sé hablar mucho, ¿viste? –dice, como poniendo un punto final–. No estoy acostumbrada a todo esto, es muy raro. No entiendo nada.”