ESPECTáCULOS
Maná, el grupo de las buenas ondas
El grupo mexicano convocó a 35 mil personas en la cancha de Vélez, para un show cuya recaudación será destinada a mitigar la pobreza en la Argentina. Más allá del noble gesto, Maná desplegó un arsenal de guiños demagógicos para resaltar su postura social y política.
Por Roque Casciero
Muchas gracias, Maná. Tuvieron que venir cuatro músicos mexicanos para demostrar que se puede hacer un concierto multitudinario y donar la recaudación a una ONG que la destinará a los pibes de Tucumán. Es fácil imaginar el aluvión de excusas de rockeros, poperos y bailanteros argentinos: que eso le corresponde solucionarlo al Gobierno y no a los músicos, que con el cambio actual lo que donó Maná es un vuelto para artistas de su calibre, que el grupo mexicano ganó un montón de publicidad con el gesto... Puede que todas esas razones sean ciertas. Pero la recaudación está formada por billetes que tal vez le salven la vida a alguien. Y Maná se encargó de juntar esos billetes. Por eso, de nuevo: gracias, Maná.
Con lo anterior debidamente dicho, no queda sino hablar del concierto. Y es entonces cuando dan menos ganas de agradecerle al cuarteto de Guadalajara. En principio, por los gestos demagógicos. ¿Cuántas veces habrá gritado “Buenos AiAiiiires” el melenudo Fher para recibir como respuesta los gritos de las chicas? Por lo menos una veintena. ¿Tenía necesidad el grupo de aclararle al público su buena acción? ¿Tenía que repetir el viejo truco de salir con una camiseta de la selección, de patear pelotas a la tribuna, de hablar del vino mendocino, de besar una bandera argentina, de unirla a una mexicana y a otra con el signo de la paz (gesto que también hizo en Viña del Mar, pero con una bandera chilena)? Parece que sí.
Maná parece ser un manual de la corrección política. Y no sólo porque el cantante Fher Olvera menciona a Greenpeace y habla de salvar a la Patagonia, o porque no deja pasar que “mucha gente se juntó para decirle no a Bush” y que “no queremos guerra, a la mierda la guerra”. No, también sus canciones parecen seguir la senda de lo que a ninguna abuelita le horrorizaría escuchar. Por eso, cuando se ponen políticos suenan forzados por sus propias convicciones y, al cabo, más inofensivos que Lassie. Puestos a rockear tampoco le vuelan el bisoñé a nadie, más allá de que el baterista Alex González sea una bestia golpeando parches (ahora, ¿hacía falta un solo de batería?). El terreno que mejor le sienta a Maná es el de las baladas, en las que recurre a edulcorados tintes latinos y hasta flamencos para adornar letras que muchas veces traspasan el límite de la cursilería. Repaso de comparaciones, metáforas y alegorías: corazones que lloran, ángeles que lloran, “es más fácil llegar al sol que a tu corazón”, “quién te cortó las alas, mi ángel”.
Si Maná se asumiera como una banda pop un tanto kitsch que disfruta de las mieles del éxito de a colmenares enteros, se le podrían apuntar un montón de vicios y virtudes, y ahí quedaría todo. Pero no, ellos insisten en que son rockerísimos, como si precisaran de la “legitimidad” que otorgaría el hecho de pertenecer a la galaxia rock. Hace rato que la ecuación “pop = invento, rock = autenticidad” dejó de tener sentido y sólo basta con poner la MTV para darse cuenta. ¿O acaso no es preferible escuchar a Britney Spears producida por los Neptunes antes que prestarle atención al nuevo grupo nü metal prefabricado de esta semana? “Por favor, no se sienten, que estamos en un puto concierto de rocanrol”, pidió Fher. Sin embargo, Maná pasteuriza deliberadamente cualquier virus rockero que pueda colarse en sus “rolas” y sólo deja a la luz una distorsiónblandísima y una supuesta rebeldía que apenas va más allá de la superficie. Eso parece cubrir la cuota de rock de los fans del pop latino y, por lo tanto, Maná se lleva aplausos, premios y billetes de muchos rincones del mundo. La verdad, en tiempos de popstars y “operaciontriunfos”, llama la atención que todavía nadie le haya copiado la receta.