ESPECTáCULOS › “CONFESIONES DE UNA MENTE PELIGROSA”, DIRIGIDA POR GEORGE CLOONEY
Showman de día y killer de noche
En su debut como director, el carilindo de E.R.emergencias médicas” eligió las memorias de un animador televisivo que ¿fue de la CIA?
Por Horacio Bernades
El tipo fue un adelantado de la televisión-basura y, al mismo tiempo, un asesino al servicio de la CIA. Al menos eso dice él. Créase o no, en sus memorias –significativamente subtituladas “Autobiografía no autorizada”— Chuck Barris, que en los años ‘60 logró colarse en la tevé estadounidense con programas de juegos como “The Dating Game” (“El show de las citas”) y “The Newlywed Show” (“El show de los recién casados”), asegura haber despachado a unas 30 víctimas, a cuenta de la Agencia. Hoy en día Barris tiene 70 años y hace como veinte que desapareció de la tele. Y de la CIA, si es que alguna vez trabajó para ella.
A la hora de su debut en la realización, George Clooney decidió no preguntarle a Barris si lo que había publicado en Confesiones de una mente peligrosa (tal el título del librito) era verdad o no. Lo bien que hizo. Si algo sostiene el interés de la algo irregular pero exuberante ópera prima de Clooney es la maravillada sensación de extrañeza que el personaje convoca. Un tipo lo suficientemente desesperado por la notoriedad como para inventarse a sí mismo. Una víctima de la obsesión americana por el éxito y la visibilidad. Un farsante, un inescrupuloso, un tránsfuga encantador, un entusiasta depresivo. No importa si lo que creó fueron basuras o mentiras. Lo que de veras importa, y hace de Confesiones de una mente peligrosa una de las películas más estimulantes que haya dado el cine estadounidense desde Atrápame si puedes (otro viaje sin retorno hacia los locos sixties), es el color y la textura de una contradicción viviente llamada Chuck Barris.
Como ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas, Confesiones de una mente peligrosa está narrada desde el interior de la cabeza del protagonista. Lo cual no tiene nada de extraño, porque para escribir el guión Clooney convocó a Charlie Kaufman, guionista de aquéllas. De entrada, el guión instala a un Barris en estado terminal, en medio de una escenografía que es como la materialización de su desquiciado paisaje mental. Es el año 1981, y Barris ha sido expulsado de la tele, la CIA y demás paraísos artificiales. Viajando hacia atrás, Confesiones ... recorrerá hitos escogidos de su vida, desde un primer ultraje de cierta angelical vecinita hasta su complejo de inferioridad, su obsesión por salir del anonimato, el asalto al cielo televisivo, sus increíbles programas (“¿Qué es lo que más me va a gustar de vos?”, pregunta una concursante a un posible candidato; “Mi pito”, responde el tipo) y sus mucho más increíbles asesinatos para la CIA.
La película levanta definitivamente vuelo a partir del momento en que los dos oficios del protagonista se fusionan. Barris empieza a enviar a los ganadores de sus programas de juegos a destinos no precisamente paradisíacos (Berlín occidental, por ejemplo) para matar dos pájaros de un tiro, asesinando a algún espía del otro lado mientras saca a pasear a la parejita premiada. Con total acierto Clooney filma las “asignaciones” de Barris tal como éste las imagina: como películas de Bond, como aventuras exóticas. En perfecta consonancia con su multifacético personaje, el tono de la película vira de la farsa a la oscuridad, con asombrosa fluidez y parando en todas las escalas posibles. Si sus misiones resultan tan disparatadas como siniestras, la escena en la que un deshecho Barris sufreun brote psicótico en vivo –y lo confiesa en voz alta– es una de las más incómodas que se hayan visto en años.
Una película que hace de la disociación su tema y su puesta en escena jamás podría haber funcionado, de no contar con un elemento que la anclara y cohesionara. Ese ancla tiene nombre: Sam Rockwell, quien tiene a su cargo el papel de Barris y ya se lucía, como secundario, en Milagros inesperados y Los ángeles de Charlie. A Rockwell se lo ve sórdido y luminoso, exultante y angustiado, cool y desesperado. Todo sin el menor subrayado. A su lado, Drew Barrymore está notable como novia-cabeza fresca y compañera fiel, Clooney mete miedo como el contacto de la CIA y Rutger Hauer brilla como experimentado asesino alemán. La que raya a gran altura es la mismísima Julia Roberts, componiendo la Parca más glamorosa del universo. A Brad Pitt y Matt Damon les caben sendos cameos, en uno de los gags más festejables de una de las películas más divertidas (y raras, desparejas, desconcertantes e inspiradas) que el cine estadounidense haya dado en bastante tiempo.