ESPECTáCULOS

“El fascismo ocupa todo y se infiltra en las almas”

Retrato de Elia Suleiman, el nómade de origen palestino autor de un film extraordinario, “Intervención divina”, que llega aquí el jueves próximo. “Ser un errante es un privilegio”, se define.

Por Olivier Joyard

El trabajo de Elia Suleiman, el director de Intervención divina, la revelación de Cannes 2002, es ser cineasta. No puede haber sido realmente una vocación para alguien nacido en 1960 en Nazaret, de padres árabes que forman parte de lo que la historia llama ahora “los palestinos del ‘48”, esos habitantes de zonas atribuidas según un plan de reparto a un Estado palestino y anexadas el año siguiente, en 1949, a Israel. El señor y la señora Suleiman se convirtieron en ciudadanos israelíes de un día para el otro. Su hijo también recibió un pasaporte del Estado hebreo. Sin que se sepa realmente si hay una relación, pasó mal su adolescencia. “Quería dejar la vida provincial y partir para la ciudad, ya fuera Tel Aviv o el extranjero.” De cómo un pasaporte no especialmente deseado sirve a su liberación: a los 21 años, E. S. llega a Nueva York. La ciudad acaba de salir de los años punk, su nuevo habitante navega entre diversos trabajos mal pagos, “como un inmigrante de base”. Encuentra por casualidad a John Berger, guionista de la película de Alain Tanner Jonas que tendrá 25 años en el 2000. Este mentor inesperado le ofrece libros, le muestra películas. Pasan varios años. Y como “no existe respuesta simple a la cronología de una existencia” (E. S. dixit), se dirá solamente esto: el pibe de Nazaret, siempre exiliado en Nueva York, se encuentra un día en posesión de recortes de un documental estadounidense rodado en Cisjordania. Hace el montaje, y por lo tanto una película, su primera, Introducción al final de una disputa (1991), “un fluir de colores, de rostros, entrecortados por frases, reflexiones sobre los lazos entre el poder y los medios y sus consecuencias sobre la visión oficial de los árabes por Hollywood”.
Los premios llovieron y un segundo film está en marcha. Será Homenaje por asesinato (1992), donde E. S. aparece por primera vez en la imagen como un payaso deprimido. Cuatro años después deja Estados Unidos, intenta vivir en Ramallah y exhibe su primer largometraje en la Mostra de Venecia. Su título: Crónica de una desaparición. La biografía se detiene ahí. Pasa a la ficción. Exiliado, errante, E.S. lo es desde el comienzo, antes mismo de haber nacido. No hace de eso un estandarte, pero encuentra materia para sus películas. “Haber vivido una vida nómade es en el fondo mi privilegio. Lo que queda en la imagen es la mezcla de esos mundos”, afirma.
Para ciertos árabes, E. S. es un traidor a la causa. “Usted se ríe a costa nuestra”, dice un crítico egipcio. No hay nada que comprender. E. S. declara que hará todo para izar la bandera palestina, y que una vez que lo haga, pondrá toda su energía en bajarla. La confusión sobre sus intenciones persigue a E. S. hasta la proyección de su última película, Intervención divina, pero esta vez es más bien en otro sentido. Se le reprocha la violencia de la escena “ninja”, donde una joven palestina en keffieh realiza las contorsiones más extraordinarias mientras arroja bombas sobre los soldados israelíes que la persiguen. Una mezcla entre una película china de artes marciales y los Power Rangers. Nada simple de pasar. “Por parte de críticos de cine, la mayor parte de las veces las discusiones fueron sobre lo que es aceptable y lo que no lo es.” Su conclusión: “Hasta esta escena yo era kasher porque mostraba la opresión de manera cómica, pero luego, trasgredir ese territorio para hablar de un fantasma interno de violencia era imposible desde su punto de vista. Tenía la impresión de revivir los acuerdos de Oslo sobre un mundo cultural. De acuerdo en eso, pero... y el cine, muchachos, ¿qué creen? Mi idea era ‘bressonisar’ Matrix, apropiarme de un género, politizarlo. Decir que un león y un oso pueden hablarse en el Edén del cine. Hacer con los medios que pertenecen normalmente a los poderosos. Otra forma posible de salir del ghetto”.
A no equivocarse. Si E. S. no ama los slogans ni los manifestantes fanáticos, la política lo ocupa por completo. Tiene esta idea-broma: “Una erección es una operación química del cerebro, pero inmediatamente todo lo que va de las preliminares al goce es muy político”. Por primera vez, E.S. emplea con respecto a Israel el término adversario. “¿Como hablar de otra manera del gobierno de Sharon? Yo no cambié realmente, soy tributario de un ambiente. Hay un ocupante y un ocupado. En el período de Crónica de una desaparición, yo todavía tenía ganas de vivir en Ramallah o en Belén, sentía una cierta dulzura en esos lugares. En 1998, mientras rodaba The Arab Dream, me di cuenta de que estaba desapareciendo. Realmente sentí como crecía el fascismo en Israel. Después el lugar para un espacio poético se vio restringido porque el fascismo ocupa todo el espacio y se infiltra en las almas. El horror, las muertes oficiales crecieron. El 11 de septiembre simplemente aceleró el proceso; la victoria del conservadurismo y la intolerancia que ya estaba en marcha.”
En 1999, E. S. se instaló en París y multiplicó sus idas y venidas a Nazaret o Ramallah. Cuando las ciudades no tienen prohibido el acceso, pasa mucho tiempo en el Líbano, escribe un guión de thriller político. “Y luego suceden dos cosas. Mi padre se enferma y yo me enamoro. La película se convierte en la historia de mi padre enfermo y de la chica de la que estoy enamorado.” El rodaje de Intervención divina dura casi un año, entre septiembre de 2000 y julio de 2001, con un equipo palestino, israelí y francés.
En ese momento, la guerra era intensa, sobre el plató no se notaba la diferencia entre las bombas verdaderas y las falsas, entre los verdaderos y los falsos soldados. Las interrupciones se multiplican. E.S. no sabe si debe tratar de terminar la película a toda costa. “No puedo ver a mi novia. No puedo ver a mi madre. No puedo descansar la cabeza sobre sus hombros ni abandonarme a su pecho. No puedo compensar la ausencia de una con la presencia de la otra. Alguien debe poder contestar a todo esto. ¿Freud o el ejército israelí?”
¿Que haya sido rodada en tiempos de guerra hace de Intervención divina una película de guerra? “Ni lo uno ni lo otro”, responde E. S. Que se lo llama en Francia o en otras partes, “el cineasta palestino” no le interesa. “Quiero ser llamado cineasta palestino por los palestinos. Pero llegado de afuera, estoy forzado a ver un discurso condescendiente. ¿Por qué se me pide de ser el representante de Palestina? ¿Por qué tratan de ponerme en el centro cuando en la película soy una extensión de mí mismo que trata de desviarse de eso? Que las cosas queden claras: no estoy aquí para consolar las buenas conciencias de tal o cual espíritu, aun progresista. Intervención divina no es un paquete de regalo destinado a las páginas de cultura y sociedad de los grandes diarios. No es primero la política, y el cine como bonus. La película es evidentemente política, pero no la pienso de manera lineal. ¿Por qué la gente a la que les gustó realmente se esfuerza por buscar la guerra y la paz? Es una historia de negociación. Un poco de esto, un poco de aquello. Los que me hablan en esos términos no hacen otra cosa que hablar de ellos mismos. De su temor de ver al otro enfrente. Uno se da cuenta de que no hay mucho lugar para el placer...”
El placer, justamente. ¿No es una reivindicación extravagante? Las bombas estallan, los muchachos de Hamas hacen saltar los mercados. ¿E. S. no tiene otra cosa que hacer que ocuparse del placer? “Cuando voy a Nazaret, no hago nada, me instalo en el fondo de un jardín. Entre los pájaros que cantan y las detonaciones, yo construyo melodías que se encuentran más tarde en mis películas.” Defender este “lugar poético”, ése es el trabajo de E. S. Un trabajo diario, evidentemente erótico. “Hago cine de la misma manera en que hago el amor. No hablo de técnica, sino de vivir el tiempo más intensamente.”

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El payaso depresivo que compone Suleiman en su propio film vuela acompañado de una figura inconfundible.
 
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