ESPECTáCULOS › “LA GRAN MARCHA”, DE Y POR EDUARDO PAVLOVSKY

Coriolano en clave grotesca

El autor de “Potestad” volvió a escena, ahora acompañado por Norman Briski, para ofrecer una relectura del trágico personaje inmortalizado por Shakespeare, que aparece transfigurado como una figura patética.

 Por Hilda Cabrera

Es difícil imaginar que el general romano Cayo Marcio, de sobrenombre Coriolano, recreado aquí por Eduardo Pavlovsky, pueda ser alguna vez héroe de una epopeya. Sin embargo, el recorrido que ese personaje realiza en esta puesta lo instala casi a la manera de una figura-símbolo capaz de impulsar una utópica gran marcha en aras de un cambio social. En principio, lo que se muestra es una dependencia enfermiza respecto de su madre, una Volumnia autoritaria y socarrona compuesta por el actor y director Norman Briski, quien a su vez subraya esa faceta edípica con humor descacharrante. Se lo ve pintarrajeado de modo grotesco y tan posesivo como la idische mame de un film de Woody Allen: aquél en que la mujer lo amonesta desde el cielo. En este caso, Volumnia aparece encaramada en lo que podría ser una torre romana, señalando a su hijo el camino a seguir. Esta dependencia es sólo uno de los varios rasgos que apartan a esta obra del drama histórico Coriolano, de William Shakespeare, que según Pavlovsky inspiró este espectáculo. El universo guerrero es aquí tan chirriante y disparatado como los elementos escenográficos utilizados. Inventos “caseros” que permiten conducir la historia por diferentes coordenadas históricas y espaciales.
A los senadores romanos se los ve contradiciéndose, y tanto como a los personajes protagónicos, sólo que en los patricios asambleístas se subrayan la afectación, el gusto por las fiestas y el morboso placer de fantasear ante la exhibición de las heridas de guerra de Coriolano, a quien desean en un primer momento imponer como cónsul. Lo impide la presión de los tribunos, magistrados que elegía el pueblo romano para el amparo de los plebeyos. Estos son los que en la obra de Shakespeare vetan el nombramiento, amparados en la altanería del general patricio que no quiere ganar los votos de la plebe mediante ciertas concesiones. La excepción, en cuanto a contradicciones, es Volumnia, la madre con ambiciones de mando que no duda en aconsejar al hijo adiestrarse en el disimulo para lograr que lo nombren cónsul.
El general y su madre son los pilares de esta puesta en la que algunos de los personajes secundarios ofician de coro, instalándose incluso libremente en un sector de la platea. Ellos recuerdan y preguntan, pero de sus acotaciones y contrapuntos no surge ningún plan que adelante esa gran marcha a la que alude el título de la obra. Tampoco se destacan demasiado. Sus apariciones son breves, incluidas las de Nemenio (satírico en Shakespeare), quien puja a favor de Coriolano, y las de Aufidio, general de los volscos (uno de los pueblos sometidos por Roma) que pasa por enemigo primero y después por protector y aliado en contra de la Roma que destierra al orgulloso guerrero. Respecto de las interpretaciones sobresale, entre los no protagónicos, el trabajo de Karina K en el papel de la dama volsca.
Si bien abundan el humor y la broma, La gran marcha descubre asuntos siniestros y enojos surgidos del hartazgo que producen los discursos huecos y el convencimiento de que no existen héroes. En tanto autor, Pavlovsky le quita brillo a la legendaria figura de Cayo Marcio, apuntando que no conquistó Coriolis (capital de los enemigos volscos) ya que a la llegada del guerrero estaba deshabitada. Su proeza había sido entonces defenderse de los perros que vagaban hambrientos. El carácter débil se asocia aquí con el engaño y con la imposibilidad de nacer (o renacer). La Virgilia que protagoniza Susy Evans, mujer de Coriolano, es una eterna embarazada. Mientras su hijo crece en el útero, ella se comporta como una niña tonta, sometida también a una Volumnia capaz de pedir cosas tan alocadas como que el bebé deje de respirar por un tiempo prolongado. “Prueba, hijo querido, hazlo por tu abuela”, dice la nuera obediente, acariciándose el descomunal vientre. Esta abuela es la que propone lanzar “un gran pedo por festejo” para que todos huelan y ensordezcan ante los supuestos triunfos del general. Es ella también la que desconcierta consus consejos sobre política a un Coriolano que se mueve entre el rechazo y la necesidad de pactar, el desprecio por la “chusma” y la aceptación del “rebaño”, a condición de que éste cierre filas con alegría al momento de marchar a la batalla.
En este montaje, todas las emociones son sobreactuadas, también el acto de la traición y la experiencia de muerte. No se entiende bien el propósito de transmutar en risa el desgarro, aun cuando se utilicen aquí elementos tomados del absurdo y justifique esa metamorfosis el hecho de que el personaje central sea un guerrero, o sea alguien consustanciado con la violencia. Que la lucha por un cambio social, donde la masa sea protagonista, se inicie entre carcajadas, supone un desborde, visto aquí como un gesto más de liberación. Justamente es ese desborde el que pone a prueba la atención del espectador al confrontarlo por vía paródica con ciertas ridiculeces, obscenidades y vacíos de la retórica política, y con opiniones elaboradas por un Coriolano que parece vivir en este presente. De modo que lo cotidiano suscita y justifica algunas escenas, como la de intentar combatir el insomnio colocando una radio pequeña sobre la almohada, sintonizada en un programa que haga las veces de arrullo. Esto, quizá, porque el Coriolano creado por Pavlovsky se construye como personaje reflexionando sobre sí y desde las sensaciones de placer y displacer antes que de expresiones de una lucha interior. Tal vez por eso La gran marcha atrae si el espectador la vive como juego teatral, de interés si se apresta a disfrutar de los diferentes estadios por los que se atraviesa en la creación escénica.

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Pavlovsky y Briski se animan a ofrecer una visión que combina humor y absurdo.
 
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