ESPECTáCULOS
Certezas y revelaciones en las barrancas del río
La séptima edición del Festival de Jazz de Rosario confirmó la importancia de la continuidad. Un público fervoroso aplaudió a músicos locales y a los invitados porteños: Gandini y Nacht.
Por Diego Fischerman
Acaba de realizarse la séptima edición de un festival de jazz. La ciudad es Rosario. Y la propia fuerza del número es ya un dato a tener en cuenta. La continuidad es, por un lado, una prueba de firmeza en los objetivos. De planes que exceden el cortísimo plazo o el aprovechamiento oportunista de alguna coyuntura como la visita de un extranjero célebre o el negocio de algún empresario del rubro. Pero que un festival (y el hecho de que se trate de un festival de jazz no es un hecho menor) llegue a su séptima encarnación es, también, una prueba de éxito. El público que llenó hasta el tope, en cada una de las noches del festival, el bellísimo teatro del Centro Cultural Parque de España, situado sobre las barrancas del Paraná, demuestra, en todo caso, que la permanencia de la idea no se trata de simple cabezadurismo sino de la interpretación de una demanda real por parte de la población. Demanda que, por otra parte, se retroalimenta con una propuesta estimulante. La precisa organización conjunta de la Secretaría de Cultura de la ciudad y de la Fundación Parque de España acierta, además, al armar una programación en la que no faltan algunas grandes figuras de otras partes del país, pero donde el eje está situado en el reflejo de la riquísiima actividad local.
En el balance resaltan, junto a la confirmación de algunas certezas (la solidez del trío de guitarras de Rosario, la existencia de solistas solventes y creativos, la propuesta serenamente distante, despojada y explícitamente carente de demagogia del dúo Olivera-Lúquez, la contundencia del grupo del porteño Luis Nacht y la sutileza y descarnamiento de las cargas de dinamita que Gerardo Gandini infiltra en conocidos tangos), la revelación de dos pianistas notables, ambos muy jóvenes y oriundos de esta provincia (aunque uno de ellos toca habitualmente en Buenos Aires. Una de ellos es Paula Shocron, de 20 años, quien se presentó con dos grupos –un trío junto a la cantante Daniela Horovitz y la saxofonista Ada Rave, cuyo repertorio toca el jazz pero también la música brasileña y la de tradición folklórica, y el grupo La Revancha, que conforma junto al saxofonista Julio Kobryn, el bajista Mariano Sayago y Sebastián Mamet en batería– y se mostró dueña de un fraseo imaginativo, capaz de subdivisiones rítmicas sorprendentes y de una singular potencia expresiva. El otro es Francisco Lo Vuolo, integrante del cuarteto de Nacht (con quien se presentará en dúo, mañana, en Notorious). De la misma edad y, como Shocron, también discípulo de Jodos –a quien conoció en la Berklee– este pianista extraordinario exhibe, además de un control pasmoso sobre el instrumento, una imaginación desbordante y, sobre todo, una formación y una madurez llamativas.
En el cierre de la tercera noche, Gerardo Gandini actuó en la misma sala donde grabó (en noviembre pasado) su último disco. Y volvió a repetirse el fenómeno de una semana atrás, cuando presentó ese disco en el Centro Cultural Rojas de Buenos Aires y fue aclamado por una multitud como si se tratara de una estrella pop. La suya es una música desacostumbrada, por lo menos en los ámbitos más masivos (incluso los del jazz). Allí coexisten viejos tangos (en el concierto rosarino se centró, sobre todo, en Gardel), o más bien sus restos, o sus anticipaciones o, a veces, apenas sus gestos, con procedimientos de las más variadas procedencias, incluyendo pianistas de jazz como Martial Solal o Keith Jarrett –aunque las improvisaciones de Gandini, afortunadamente, nunca intentan ser jazzísticas– pero, también, las vanguardias de la tradición escrita, desde superposiciones à la Ives, hasta clusters y proliferaciones de los materiales en las direcciones más impensadas. Que esa música sea ovacionada y que quien la hace sea saludado como una celebridad no deja de ser, en todo caso, un signo muy alentador en tanto revela una actitud de escucha abierta y, sobre todo, atenta a loque sucede por debajo de la superficie (que es ni más ni menos que lo que construye el valor de una obra).