ESPECTáCULOS › RAUL RIZZO Y ROBERTO CATARINEU HABLAN DE “PARADERO DESCONOCIDO”
“Todos recordamos el Falcon verde”
La obra dirigida por Lía Jelín, basada en un relato epistolar, opone visiones de un judío y un alemán sobre el ascenso del nazismo.
Por Hilda Cabrera
“Los alemanes se han despojado de la desesperación como si se quitaran un abrigo viejo. La gente ya no está llena de vergüenza. Vuelve a tener esperanza. Tal vez pueda encontrarse la manera de acabar con la miseria. Todavía no puedo decir qué, pero algo grande va a pasar. ¡Finalmente apareció un líder!”. Así describe el personaje Martín Schulze a sus compatriotas, a su regreso de Estados Unidos, a una Alemania fascinada por Adolf Hitler. Esto sucede en la versión escénica local de Paradero desconocido, relato de carácter epistolar de la estadounidense Katherine Kressmann, publicado en la revista literaria estadounidense Story bajo el seudónimo masculino de Kressmann Taylor en 1938, año en que el Führer pactó con Mussolini el Eje Roma-Berlín, firmó el Acuerdo Anticomunista al que adhirió Japón y anexó Austria al Reich. El Martín de la ficción se cartea con su amigo, el judío alemán Max Eisenstein, socio suyo en una empresa de compraventa de cuadros y otros objetos de arte, establecida en San Francisco. La vuelta del amigo al país natal desata nostalgias en Max. El emigrado añora caminar por la berlinesa Unter den Linden y comer Spatzel.
El texto de Kressmann –quien se desempeñó como periodista y docente, falleciendo en 1996, a los 93 años– fue trasladado al teatro en varias ocasiones. Entre otras ciudades europeas, se realizaron montajes en París, Milán, Colonia y Salzburgo. Se lo considera un documento literario revelador, en tanto muestra cuánto corroen al ser humano el miedo y el fanatismo instilados por los regímenes autoritarios. En versión de Lía Jelín, también a cargo de la puesta y la dirección de actores, Paradero... se estrena este jueves en el Teatro del Nudo (Av. Corrientes 1551), protagonizada por Raúl Rizzo y Roberto Catarineu. En diálogo con Página/12, los actores aluden a la metamorfosis que se produce en dos amigos otrora entrañables y la influencia que ejerce un entorno que, como el de la Alemania de entonces, es el de un país que padece hambre, se siente humillado y está al borde de la desesperación: “La aparición de un líder les devuelve la autoestima, y eso es lo que expresa Martín, el personaje que hace Catarineu”, apunta Rizzo. “Max recibe otra información en San Francisco. Allí se sabe que hay tropas de asalto y el antisemitismo crece. Las preguntas que le hace a Martín van mostrando lo difícil de la comunicación entre ellos. Esta se complica cada vez más, a nivel humano y también ideológico.”
En ese plano, el desencadenante es la joven Griselle, la hermana actriz de Max, que trabaja en Viena y anhela actuar en Alemania. La puesta de Jelín incluye un coro, “un poco a la manera del que aparece en el antiguo teatro griego”, que integran Alicia Iacovello, Diana Pereyra, Juan Pablo Gollian, Horacio Oriez e Ingrid Liberman. Los preestrenos de esta obra, programados especialmente para instituciones culturales, despertaron la inmediata adhesión del público. Esta reacción sensibilizó aún más a los actores-protagonistas que, como dicen en la entrevista, buscan “argumentos sólidos” que hagan creíble la postura de sus respectivos personajes. “El mío es un papel muy terrible y conflictivo”, apunta Catarineu. “Cuando Griselle llega a la casa de Martín perseguida por las S. S., él no puede protegerla porque ya es funcionario, su hijo mayor Heinrich pertenece a la Juventud Hitleriana y, si la ayudara, pondría en peligro a toda su familia. Pero yo, como actor, tengo que justificar a mi personaje.”
–¿Esa necesidad los afecta?
Roberto Catarineu: –A mí me dio un pequeño brote esquizofrénico. Me dije que, haciendo el papel de un nazi, me iban a esperar a la salida y hacer preguntas. Después pensé que la situación que vive mi personaje Martín da para volverse loco. El es, de alguna manera, víctima de esesistema. Pensé también a lo que se puede llegar con la discriminación y con la falta de justicia a nivel institucional.
Raúl Rizzo: –Griselle es el detonante en ese carteo. Ella pide ayuda, pero le cierran la puerta. La venganza de Max es la de hacer justicia por mano propia. Se basa en algo muy concreto y contundente.
–¿Cómo influye la puesta de Lía Jelín en esta historia?
R. R.: –Lía despliega la historia. Incorpora elementos musicales, que me parecen adecuados a esta relación de hermandad destruida por los acontecimientos. Los integrantes del coro van dibujando conductas y armando una coreografía que le da otra profundidad a un texto duro, intenso. El objetivo es poner en escena lo que está pasando en el interior de los personajes y lo que sucede fuera de ellos. Sabemos que en otras puestas de Paradero... los directores se limitaron a que los intérpretes leyeran las cartas. Lía prefirió vulnerar ese diálogo de dos.
R. C.: –Por eso el coro es coprotagonista y juega un papel muy importante en esta relación, que es de amor y odio.
R. R.: –Los dos habían participado de la Primera Guerra Mundial luchando por Alemania. Recién después de la derrota partieron a Estados Unidos, escapando de la miseria, y allá salieron adelante. En las primeras cartas se nota que se guardan afecto. Después todo se confunde.
R. C.: –Esas cartas que se envían son la “cocina” de la historia. La primera es del 12 de noviembre de 1932 y la última, de marzo de 1934.
R. R.: –El material es muy complejo, pero cuando Lía me convocó y me lo dio a leer, le dije que sí enseguida. Roberto también fue elegido por Lía. Al comienzo ensayábamos los dos solamente, y cuando creíamos que ya estaba, se incorporó el coro. Nos descolocó, pero creo que ha hecho que el trabajo sea más interesante todavía.
–¿Relacionan las metamorfosis que producen el miedo y el deseo de venganza en los personajes con situaciones vividas en la Argentina?
R. R.: –En algún aspecto, quizá, pero más que nosotros –que yo, al menos, que pasé por episodios de miedo durante la dictadura, y también antes, con la Triple A–, ese vínculo lo establece el público. Lo observamos en los preestrenos que hicimos para algunas instituciones. Cualquiera que haya vivido esos años tiene algún recuerdo del miedo que lo asaltaba cuando, por ejemplo, veía que se le acercaba un Falcon verde.