ESPECTáCULOS
“Sol negro”, la locura en manos de un buen grupo de capocómicos
El lucimiento del elenco fue una clave del primer episodio, que presentó la historia del niño rico que evita la cárcel pasando por loco.
Por Julián Gorodischer
Cada uno hace lo que mejor le sale, como en el circo. Hace tiempo que Rodrigo de la Serna (ahora Ramiro Bustos) compone bien al infiltrado, y entonces vale que se vea al infiltrado, todo el tiempo, desde que llega al hospital psiquiátrico hasta que empieza a sentirse él mismo un poco loco. En “Okupas”, en el Canal 7 delarruista, él llegó como un extraño a la casa tomada, en un juego de ocupación que se convirtió en la tragedia personal del excluido. Cambia el escenario pero se mantienen las intenciones: De la Serna mira el cuadro del loquero con ojos de normal, recién llegado, después de provocar un choque a contramano que mató a su amigo. Para evitarle la cárcel, el hermano le arregla la falta de cordura. Cambia el personaje pero “Sol Negro”, la última ficción de marginales (por América, los lunes a las 23), respeta las claves de un rejunte rendidor: atribuya una patología grave a cada capocómico a tono con su aire de la vida real, y obtenga un solo de excepción. Fernando Peña es un esquizoide natural, mutando de mujer a hombre, de linyera a niño, y Diego Capusotto es un paranoico. A Carlos Belloso le queda un poco más trillado el desborde de su depresivo. ¿Sólo eso? ¿Apenas un momento de gloria para cada actor?
No parece poco. Con su presencia, los actores demuestran que la idea de entregarles el soliloquio no fue errada. Todavía como una sombra, sin definición para su historia, Fernando Peña pasa rápido de un personaje a otro, como en la radio, y da gusto ver esa edición enrarecida que lo pinta, de lejos, como el más intimidante de todos estos locos. Se insinúa una historia de convivencia con el infiltrado, y tal vez allí surgirá lo mejor. Fue un acierto, parece, no haberle dado un loco a Urdapilleta, esta vez más contenido como médico, porque ¿para qué verlo de nuevo en lo que hizo hasta el cansancio? Como doctor es tal vez el más realista, pero ya despunta su gusto por someter: hace salir al interno para que vuelva a entrar y lo obliga a tocar la puerta como se debe y dedicarle un respetuoso: “Buenos días...”. El paranoico, Capusotto, se siente echado de todos lados, y se brota con una alergia de manchas o una psoriasis, jugado al trazo fino: hasta promueve la identificación. El pajero, en cambio, parece el último recodo de la bajada moral, masturbándose frente a la foto de la mina en bolas: ¿eso es un loco?
“Sol Negro”, eso sí, tiene un problema con la forma de hacer citas. Es un poco irónico, pero no lo suficiente. Es un poco impune cuando nutre la hora de programa con escenas vistas en otras producciones. A algunos momentos cuesta reconocerles el doblez. Ramiro propone un partido de fútbol al grito de “¡Rebelémonos!”, y la no mención a Hombre mirando al Sudeste lo convierte en un gag mal terminado. No así cuando Carlos Belloso lo deja encerrado (en venganza por haber reemplazado a Marito) en el placard, donde se le aparece el amigo muerto diciendo: “Te vine a buscar”. Tal vez, para evitar suspicacias (esto no es un robo, ¿no?) debería haberse impuesto claramente el “veo gente muerta” de Sexto sentido, pero eso no sucede. Así todo el tiempo, las citas se rescatan de Despertares, o de los psiquiatras exportados de En busca del destino. Toda película de encierro en manicomio tendrá su referencia obligada, en este capítulo de presentación que ¿homenajea, o no encuentra ideas nuevas para contar? De cualquier modo, la imagen y el sonido hicieron honor a eso que define otra forma de hacer ficción en la TV: edición ambigua y sugerente, voces deformadas y con ecos para subrayar el efecto.
En “Sol Negro” falta la nota al pie: la escena prestada no es demasiado literal, no es un calco, pero tampoco adapta a voluntad. Se mantiene en un medio tono un poco sospechoso, que no defiende las bondades de la reproducción pero tampoco narra tan distinto. Así, lo que llega es “lo esperable” en el psiquiátrico: los internos enojados con el nuevo, la doctora arreglada con el poderoso (que mete a Ramiro para evitarle eljuicio por asesinato culposo), el amague de motín que se controla. Lo que queda es la fidelidad a la ficción sobre locos, un clásico relativamente reciente que parece no poder escaparle a un tópico: el normal que se da cuenta de que está también un poco loco. Y tal vez todo sea el derivado de la sentencia del inicio, un editorial remanido que ya definió lo que se vio: “Dichosos los normales, esos seres extraños...”. Se espera que no anticipe lo que viene.