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En 1996, Carlos Núñez pisó por primera vez Buenos Aires y fue amor a primera vista. El músico gallego –que fue calificado como “el Jimi Hendrix de la gaita”– hizo amigos como León Gieco y descubrió un mundo de sonidos que lo atraen cada vez más. En su cuarta visita a la ciudad, Núñez tocará esta noche y mañana (sólo hay entradas para la función de las 23) en el Auditorio de Belgrano (Virrey Loreto y Cabildo). Presentará su flamante Almas de Fisterra, un álbum dedicado a la música celta de la región de Bretaña. Y aprovechará el tiempo libre para madurar una idea que tiene desde hace tiempo: cruzarse en un álbum con colegas argentinos. Pero sobre eso no quiere hablar demasiado. “Si se mantienen los secretos, su energía potencial crece”, asegura con una sonrisa. “A ese secreto aún no le ha llegado el momento de salir del arcón. Pero hay materia ahí dentro. Quién sabe si será el próximo disco...”
–Usted toca música celta de diversos orígenes, no sólo gallega. ¿Por qué escogió homenajear a la bretona en su último trabajo?
–Almas de Fisterra es también un homenaje al fenómeno del interceltismo y Bretaña en sí, que es una especie de pequeño paraíso que yo tenía escondido. La descubrí cuando yo tenía trece años y fui a tocar al Festival Interceltique de Lorient, un lugar donde ya había irlandeses, escoceses, bretones, gallegos. Ahí descubrí un lenguaje universal, porque éramos gente que hablaba en diferentes idiomas, pero la música era la misma. Me fascinó descubrir que la música celta era un género. Los músicos bretones fueron grandes amigos míos, sobre todo en una época en la que en Galicia era muy difícil aprender. En Bretaña, además, tuve la suerte de compartir muchas cosas con los Chieftains, que son el grupo más grande de la historia de esta música. Tres años más tarde, allí mismo, Paddy Moloney (el líder del sexteto) me pidió que tocase para él. Esa fue una responsabilidad enorme y un momento muy importante, porque más tarde me invitó a tocar con ellos. Fue así como grabé en la banda sonora de La isla del tesoro, participé de muchas giras por Estados Unidos y toqué en los discos en los que cantaron Sinead O’Connor y Van Morrison.
–¿Qué es el interceltismo?
–Aprender de todas las diferentes culturas celtas. En Irlanda, por ejemplo, no son muy interceltistas: para ellos, música celta es música irlandesa. Pero yo soy un hijo de la manera de ver la música celta de los bretones. Y poco a poco estamos convirtiendo nuestra música en un género universal, como puede ser el flamenco o el jazz. Sucede que la música celta bebe de tradiciones diferentes. Con el flamenco sucedió algo parecido: en cada región de Andalucía había ritmos diferentes, pero eso se fue uniformizando y ahora hay un estilo estándar. Paco De Lucía llegó, hizo sus cosas y todo el mundo lo imita.
–Por la trascendencia que tuvo su trabajo, tal vez le suceda lo mismo a usted.
–Cada uno tiene que seguir su rumbo. Me dijo Paco: “El flamenco, en esta vía que hemos hecho Camarón y yo, está agotado. Tiene que venir otro nuevo cerebro que, partiendo de lo antiguo, se lo lleve por otro lado”. Ese comentario me pareció una lección para mi propia carrera: hay que arriesgarse, experimentar. Asistimos al comienzo de una nueva etapa para la música celta, en la que un país como la Argentina puede tener mucho que decir. Los irlandeses ya han hecho de Paco de Lucía: han experimentado todos los palos que tenían que tocar. Para mí, hay algo muy interesante en la aventura de los gallegos en América.
–¿Por qué se embarcó en busca de la música celta en tantos lugares del mundo?
–Es una mezcla de espíritu aventurero y de ambición cultural: me encanta aprender. Una de las cosas buenas que tiene esta vida dura de los viajes es que tienes la oportunidad de conocer a gente muy interesante. Después de un concierto en Buenos Aires fuimos a una cena en casa de Mercedes Sosa, con León Gieco y los Inti Illimani... ¡Qué lujo! ¡Lo que aprendí en esa cena! Esa ambición de saber es la que me inculcaron los Chieftains.