ESPECTáCULOS › REPORTAJE A STING SOBRE SU NUEVO DISCO Y SU BIOGRAFIA
Sting, el de la piedra mágica
Después de un año de descanso, emerge con su nuevo álbum, “Sacred Love”, y una autobiografía lista que cuenta su infancia y juventud hasta que formó The Police. Un tour de su bijouterie religiosa, la devoción por Shiva y por Bach y la vida diaria en su estancia italiana donde hace vino y cría a sus perros.
Por Craig McLean *
Basta pedírselo, y Sting ofrece un tour de las joyas que lleva puestas. La ancha pulsera de plata en su muñeca derecha es regalo de un yogui. Tiene una inscripción en sánscrito: “Me inclino ante el Señor Shiva”. Shiva es el dios del yoga. El brazalete más finito de la muñeca izquierda se lo regalaron en un viaje reciente al Tíbet. “De hecho, en Nepal –aclara Sting– con lo que políticamente no era el Tíbet pero culturalmente sí.” El brazalete tiene también una inscripción en sánscrito, y Sting la lee aunque no recuerda qué significa exactamente, “algo sobre el loto”. Uno se pregunta si se trata de la flor o la posición, pero no se anima a decirlo, para no parecer un ignorante. Sting, el artista enormemente popular, el ex maestro y opinator pancultural, es también un sabihondo.
El sánscrito, explica, es onomatopoético. Cuando se lo escucha o pronuncia, tiene un significado, aunque uno no sepa hablarlo, por “sus vibraciones”. A Sting le gusta hablarlo. ¿Y qué es ese colgante en el cuello, que aparece entre los pelos agrisados del pecho revelados por la camisa abierta hasta la mitad? “Es una piedra especial”, dice Sting con orgullo, mientras la acaricia. “Tiene nueve círculos y me dijeron que tiene una enorme fuerza protectora. La leyenda dice que un Bodhisatva las hizo llover por todo Tíbet. Sólo se las encuentra allá. La llevo puesta desde hace dos meses y me protege.” El diccionario dice que un Bodhisatva es, en el budismo, “un ser divino, merecedor del nirvana, que se queda en esta vida a ayudar a los hombres a llegar a la salvación”.
–¿Funciona la piedra?
–Bueno, no tengo que usar más condones. ¿No es fantástico?
Joyas, mantras New Age, pechos al descubierto y respuestas como éstas no son lo que uno espera de un hombre de 51 años con seis hijos. Pero por supuesto que Sting no es un hombre normal. Para algunos, y se diría que para él también, es un ser divino, merecedor del nirvana, que se queda en esta vida para llevarnos a la salvación con sus periódicos destellos de música pop y baladas amables. El es Sting, miembro de la clase dirigente del rock, flamante caballero de la Reina, par de Rod y Elton, amigo de Madonna, siempre en escena. En breve, y por eso nos encontramos en este pequeño club privado y exclusivo de Londres, Sting publicará su décimo álbum de estudio, Sacred Love –Amor sagrado–, que escribió en buena parte en su casa rural en la Toscana.
“Every Breath You Take” es un hit de veinte años, un standard mundial que se calcula le hace ganar mil dólares por día sólo de derechos de autor por las radios de EE.UU. Es uno de los 14 éxitos que compuso para The Police, y tiene otros de sus 18 años como solista. Nuevas generaciones conocieron sus temas por las versiones de Sugababes o Craig David de canciones como “Shape of my Heart”, una pequeña joya –138 segundos– de la que está particularmente orgulloso. “Es porque lo que uno creó evoluciona hacia otras cosas –sonríe–, especialmente con Craig. Cantamos juntos en su disco y él me enseñó y dirigió de un modo muy seguro.”
Sting se calla un instante, por efecto. “Con lo que gané, le pagué la universidad a uno de mis chicos, o sea que bien puedo aprender algo...” Este tipo de comentarios es lo que hace que tanta gente diga que Sting es un snob: demasiado dinero, demasiada “conciencia”, demasiadas casas, demasiadísimo yoga, una esposa hiperactiva y cansadora –actriz, productora, filántropa, casamentera de Madonna, madre de cuatro chicos–. Hasta el hecho de que su aspecto sea asombrosamente juvenil para su edad, despierta sospechas. El dinero y los logros de Sting quedan chicos frente a su aura de autosatisfacción confiada, adinerada, lujosa y qué-me-importa.
Sting es flaco, musculoso y está tostado. Lleva puesta una camisa azul clara, pantalones grises y mocasines claros. Tiene casi todo su pelo, usa una suerte de barbita y no oculta las canas. Sus ojos brillan y son duros. Parece Terence Stampl, digno y pesado. Con todo su yoga y serenidad, uno no quisiera meterse con él.
Entrevistar estrellas suele ser aburrido, pavo, cansador, lleno de exageraciones. Pero a Sting le gusta hablar de política, es un lector de diarios, fanático del columnista Robert Fisk, y sorprende con sus conocimientos de Medio Oriente. “Lo que llaman la comunidad de inteligencia, ya ni siquiera habla idiomas. Los espías solían parar en los cafés y escuchar lo que la gente decía, qué pensaban”, cuenta con confianza. Lo sabe porque Miles Copeland, padre del baterista y del manager de The Police, fue miembro fundador de la CIA. “La OSS, semilla de la CIA, era un grupo de intelectuales que sabía hablar cualquier idioma. Durante la guerra de Vietnam, la inteligencia fue copada por los militares, que echaron a todo el que hablara algún idioma. Dependían de los medios electrónicos. Y se comieron a Al-Qaida.”
¿Y la guerra de Irak? “No creo que sea una buena idea. Ni por un minuto creí que tuvieran armas de destrucción masiva”, dice. “No dudo que Saddam quisiera tenerlas, pero nunca fue creíble. Es una felicidad que lo hayan derrocado, el cerdo fascista. Pero mirá lo que pusimos en Irak: caos. Lo bueno del fascismo es que los trenes llegan en hora... Ahora la gente no tiene luz con días de 45 grados. Es un desastre. No estoy haciéndome el complicado, sólo digo que sean realistas y arreglen los problemas. No hay ningún éxito.”
El día del atentado a las torres gemelas, Sting estaba por tocar un concierto en su campo en Italia. Ya estaban sus amigos, colegas y un grupo de finalistas de un concurso internacional, y el show iba ser grabado para un disco en vivo. Contra sus instintos y “por presión de la banda”, cuenta, tocaron igual. “Para cuando terminamos, parecía un acto de desafío a los terroristas, al miedo que nos quieren imponer.” Sting sonríe. “No es que fuera un gran acto por la libertad, sino simplemente que hicimos nuestro trabajo. Al día siguiente se fue todo el mundo, hasta mi familia, y yo me quedé pensando cuál es mi parte en todo esto, qué rol tengo como cantante y compositor en este nuevo mundo que apareció. Y no tenía respuestas.”
Tardó, pero su respuesta es el álbum Sacred Love, que surge de la idea de que siempre es más fácil declarar una guerra que un amor. “Debe ser que nos asusta la idea del amor. Me puse a pensar en cómo traté el amor en mi obra, en que el amor son flores, sol y mariposas. Entonces, traté el amor como una fuerza devastadora, asustadora. Eso es el tema ‘Inside’.” Es la canción que abre el álbum, con el típico “grito” Sting, un coro al tope de su voz. Aunque Sting y su mujer perdieron un buen amigo que trabajaba en las torres gemelas, él insiste que no es un disco amargo sino positivo, como The Rising, de su amigo Bruce Springsteen. “Amo ese disco, me inspiró.”
Después de un tour de dos años con 300 conciertos, Sting pasó el último año básicamente en su casa rural en Toscana. Su rutina es levantarse temprano y antes del desayuno tocar por un par de horas “en una habitación muy bonita con muy buen eco”. Allí aflora su pasión por Bach, y toca sus partituras para violín y sus suites para cello. “Suenan muy bien en la guitarra”, se entusiasma. “Nadie pagaría una entrada para escucharme tocarlas, pero para mí es como tener una conversación con el maestro: Bach, en lo que a mí respecta, es Dios. Y supongo que aprendo por ósmosis.”
Sting explica que esta rutina es como “una devoción diaria”. Una de las canciones en su nuevo disco, admite con un brillo en la mirada, es un plagio absoluto a Bach. ¿Cuál es? “¡No lo voy a decir! Es un secreto”, se ríe. En los períodos en que escribe canciones, trabaja “a horario”, empezando a eso de las once, cortando para el almuerzo, siguiendo a la tarde. En otros momentos, la tarde se va en yoga, inspecciones a sus viñedos, y caminatas con sus ocho perros. Su perro personal es un retriever de pelo corto llamado Roux. Trudie, su mujer, tiene algunos lebreles irlandeses, y por ahí andan algunos labradores y un par de ovejeros turcos.
En Italia, Sting se puso a escribir su biografía, Broken Music: A Memoir, que acaba de terminar antes de lo pactado. Es un primer volumen, que cubre su vida hasta el momento en que formó The Police. ¿Por qué un libro? En parte porque se cansó de leer biografías no autorizadas. “Son un tedio, porque son todas notas de tabloide refritadas en cuentos con sexo y drogas. Basura. Admito que no es una razón particularmente elevada para escribir un libro, pero con el tiempo se transformó en una suerte de terapia. Es porque uno termina recordando su vida y la gente que fue importante y el camino recorrido. Tuve que pelearla y me parece que eso es más interesante que un cuento de que fue a comer con Elton, Madonna o Guy. Para eso está la Hola.”
Lo que disfrutó fue escribir sobre su Newcastle natal en los cincuenta y sesenta, sobre sus abuelos. No tuvo que volver al barrio para recordar, porque en esa época escribía diarios muy detallados. No se decide a escribir o descartar más tomos. “Cuanto más me acerco al presente, más turbio se pone. Me acuerdo perfectamente bien de mis primeros 25 años, pero no tanto de los siguientes 25...” ¿Y los viajes al Amazonas? ¿El sexo tántrico? ¿Los derechos humanos y el ecologismo? Serán las cosas públicamente más importantes, pero parece que no son los peldaños con que se define Sting.
Al terminar el libro, Sting confiesa que se quedó deprimido, con ciertos “sedimentos” revueltos y pensando en la familia. ¿Qué puede faltarle al superpapi millonario? La respuesta es simple: evolucionar como músico. “Tengo 51 años y es tentador sentirme satisfecho. Ya hice bastante, ya nadé bastante. Pero creo que no se puede parar de nadar sin retroceder, por lo que soy el eterno estudiante. Sé que me critican por ser demasiado serio, pero así soy.”
* The Independent. Especial para Página/12.