ESPECTáCULOS › PABLO TRAPERO ESTA CONCLUYENDO EN MISIONES EL RODAJE DE FAMILIA RODANTE
Con la abuela por las rutas argentinas
El director de Mundo grúa y El bonaerense filma una historia que lleva en su memoria desde la infancia y, fiel al título de su nueva película, lo hace acompañado de toda la parentela, trepada a una camioneta Chevrolet ‘58.
Por Mariano Blejman
El Escuadrón Nº 12 de Cazadores de Montes, de Misiones, es un destacamento militar ubicado en una zona selvática del litoral misionero que soporta el calor del subtrópico, que esquiva los mosquitos del atardecer y sus conscriptos reciben la orden de algún oficial en manga corta, que de paso se pregunta si Tevez va a jugar en Japón o no. En una de las paredes del destacamento, la frase “En los peores momentos los mejores hombres” funciona como marco para el equipo técnico desplegado en un pabellón. El grupo que filma el tercer largo de Pablo Trapero, Familia rodante (después de Mundo grúa y El bonaerense), le hace honor a la frase.
Fiel a su mundo real, pero alejado de grúas y policías, la producción de la película, que está en su fase final de rodaje, ha elegido la sede militar como base –como hotel– para filmar en el conmovido pueblo de San Javier.
Pablo Trapero filma una historia con elementos que lleva en su memoria desde la infancia. Familia rodante era una película antes de pisar la Universidad del Cine, donde estudió, cuenta el director a Página/12 en un casino militar. Y eso de tener una “familia rodante” no es una forma de decir. Trapero se ha instalado desde hace unas semanas en el escuadrón junto a su mujer Martina (productora ejecutiva de la película), a su hijo Mateo, a su madre Carmen, a su padre Martín y, por supuesto, a su abuela Graciana, de 83 años, quien ya participó en las dos películas anteriores (en una como abuela, en otra como madre). “¿Sabe una cosa? –confía la madre de Trapero, mientras come un plato servido por conscriptos–; hay días que a Pablo ni lo veo.”
La familia de Trapero está de viaje, pero no se desplaza al sur –como casi todas las road-movies argentinas– sino hacia el litoral. Repiten un viaje que ya hicieron. Unos años antes, Trapero se subía a la Chevrolet Viking y viajaba al monte. La película contará cómo una abuela, invitada a un casamiento en Misiones, decide llevar a sus dos hijas, que irán con sus esposos y sus respectivos nietos a la fiesta. En el medio –dentro de la casa rodante– habrá escenas entrecruzadas, junto a nuevos integrantes que completan la docena. Las 12 personas elegidas en un casting público que se hizo hace cuatro meses son: la abuela (que tenía el papel asegurado) con dos hijas, con sus dos maridos, con sus tres nietos por un lado; una amiga y un bisnieto, un nieto por el otro; y al final aparecerá en la ruta el novio de un nieta que tiene un hijo recién nacido.
Con mucho calor, cierto hastío generalizado por esa idea de la abuela de llevarlos a todos, algunos imprevistos (un dolor de muelas, la rotura de la Viking, falta de nafta, etc.), harán que la película se tiña de incomodidad permanente. “Es difícil dirigir doce actores en escena”, comenta Trapero, mientras se prepara para una toma nocturna. Le gusta improvisar. Cambia cosas a último momento e incorpora lo no pensado. En un tinglado de San Javier –pueblo que se ha entregado a la filmación–, Trapero hizo estacionar la réplica de la casilla que llama “Viking Set”. Es una obra de arte de la ingeniería cinematográfica: con paneles desplegables hacia todos los lados. Pero lo más curioso no es que anda de verdad, sino que el mismo actor la maneja. La “Viking Set” es una nave espacial que se mueve a 40 km/h por rutas argentinas y necesita de Gendarmería para que le corten el tránsito porque –desplegada– ocupa dos carriles de una ruta normal.
Pero nada es normal en el mundo Trapero: ni su obsesión por el detalle (algunos opinan que filma un “eternometraje”), ni eso de llevarse su familia con él, ni su forma de encarar la ficción. Página/12 comparte por una noche el asiento del director. Pero no es una silla habitual, sino una butaca de avión en la última parte de la “Viking Set” que tiene cinturón de seguridad. Desde allí, Trapero observa las escenas que filmará durante la noche en San Javier, a la que le dicen “la dulce” porque tiene una fuerte industria de azúcar reactivada después de la devaluación.
Mientras Trapero intenta coordinar una conversación entre el conductor y su hijo, rememora escenas grabadas por la “Viking Set” en movimiento. Ahora el trasfondo es un triángulo amoroso entre un adolescente, su prima y la amiga de su prima. La idea de Trapero es que padre e hijo (de 15 años) conversen sobre la amiga de su prima (que también va en la casa rodante). “¿Te gusta?”, le dirá un padre canchero que le pide, sutilmente, que no haga kilombos en la familia. Mientras eso sucede, un grupo de técnicos se ha desperdigado en los alrededores del set, para simular el paso nocturno de los autos y el movimiento de la Chevy.
En los entretiempos de una larga noche, Trapero mostrará en el monitor escenas filmadas en Yapeyú. Al entrar a ese pueblo en busca de un odontólogo, la casa rodante fue atacada –en la ficción– por un grupo de gauchos como en el Far West. Trapero envolvió a Yapeyú en una estética ochentosa, como un dibujo de la revista Billiken. La llenó de parejas campestres y escenas de una familia en espera como aguardando para ingresar a una playa popular. Esa estética impera en Familia rodante, un gran cuento forzado al súper ocho, con una mirada que permanece en el niño que Trapero tiene adentro. Entonces muestra una escena donde el azar actuó: en una toma de una piñadera entre dos de sus personajes, el conductor de un tractor que pasaba por ahí se bajó a ver y quedó inmolado en el celuloide.
El director cuenta que había preparado 70 extras para filmar el casamiento, última escena del film. Incluso hizo venir al Rulo (Luis Margani, el inmenso protagonista de Mundo grúa) de Buenos Aires para que hiciera un asado con el padre de Pablo. Ambos se conocen desde la infancia: el Rulo aprendió de Trapero (padre) el oficio de mecánico electrónico y culpa de Trapero (hijo) se convirtió en actor. Pero el rodaje se aguó por la lluvia y, ahora, el Rulo le dice a Pablo que tiene que volver a la Capital, para participar en Son amores del 13. “Seguro que eso es más importante que quedarte”, le comenta Pablo, preocupado porque no llueva otra vez. El Rulo había quedado herido porque no fue incluido en El bonaerense “pero jamás enojado”, dice a este diario.
A las cuatro de la mañana, mientras los técnicos luchan contra el sueño, la abuela de Pablo aguarda por una escena. Acodada como una doncella, con una maraña de hijos y nietos falsos y verdaderos alrededor, recibe consejos con cariño. Y entonces habla sin tener conciencia de lo que representa. Porque los personajes que Trapero encuentra en la vida son una especie de prototipos de sí mismos, no del todo conscientes de sus roles, sin saber qué papel juegan en el rompecabezas que el director tiene en mente y no está dispuesto a revelar. “Me pongo contenta cuando Pablo sonríe, quiere decir que vamos bien. Pero cuando se pone serio me preocupo”, dice su abuela y saluda, como dispuesta a ir de compras en una noche de verano.