ESPECTáCULOS
› UN AÑO EN QUE LA CARTELERA REBOSO CREATIVIDAD, BUENAS IDEAS Y RENOVACIONES
El público es pequeño, las ideas son gigantes
Los artistas dedicados al género infantil se desprendieron de la mochila pesada del cliché, adoptaron problemáticas sociales y culturales y una creativa mixtura de disciplinas: el resultado fue una temporada de alto nivel.
› Por Silvina Friera
Los hacedores del teatro infantil, molestos en el rol de “hermanos menores y pobres” del teatro, adoptaron una estrategia ofensiva desde sus propios espacios –las salas alternativas, los centros culturales y los teatros oficiales– para escapar de esa marginalidad: hacer mucho ruido con un despliegue, como pocas veces se ha visto, de propuestas arriesgadas, ya sea por el hibridaje de disciplinas en un mismo espectáculo (circo, teatro de títeres, de actores, de sombra y clown, entre otras), por la temática elegida o por el modo desprejuiciado de apropiarse de los clásicos y transformarlos en un material novedoso y original sobre los escenarios. María Inés Falconi, una dramaturga argentina que hace más de quince años que escribe obras para chicos y adolescentes, fue la que mejor explicó el sentido de ese barullo. “El teatro infantil es más que la obrita que van a ver el fin de semana o el espectáculo comercial que aparece en las vacaciones de invierno.” Aunque los resultados de esta ofensiva no garantizaron a priori que las buenas intenciones se convirtieran en logros artísticos, una de las tendencias más gratificantes de la temporada fue la calidad y diversidad de los estrenos: Elemental, Ronda, Cosas de payasos, Hänsel y Gretel, El sapo y la princesa, Lucinda, la gauchita, Quijote, Teatro chupete, Entrambos, Juego divino y Guillermo Tell.
La prolífica compañía Clun, que estrenó tres obras en un año (Alegro ma non troppo, Guillermo Tell y recientemente Elemental), derramó la frescura desopilante de su sólida formación clownesca. En Elemental, que continúa en el Centro Cultural San Martín durante enero, la compañía Clun entrega una impecable celebración a la imaginación. El grupo, dirigido por Marcelo Katz, subraya la potencia de las imágenes a partir del lenguaje del clown, pero integra la música, la danza y el teatro de sombras de modo que la totalidad de la puesta constituye una impactante unidad sonora, plástica y visual. Gerardo Hochman y su elástica trouppe, de la mano de Ronda, una fiesta de circo rioplatense, cultivaron el asombro, el vértigo y el salto al vacío, en una atmósfera atravesada musicalmente por la murga, las milongas y el tango, y alimentada de una estética barrial y futbolera. Curiosamente, en este año literalmente quijotesco coincidieron dos montajes inspirados en la monumental novela de Miguel de Cervantes Saavedra. El grupo Libertablas, que cumplió veinticinco años al servicio del arte titiritero, presentó Quijote, una versión libre de Luis Rivera López, que obtuvo el premio ACE al mejor espectáculo infantil de la temporada. La compañía Buster Keaton arremetió con Entrambos, una singular lectura y puesta en escena que contó con la dirección de Pablo Bontá.
Las penurias de la existencia del gaucho, llena de peligros, inseguridades y agitaciones constantes, fueron retratadas con perspicacia por José Hernández en El gaucho Martín Fierro. La dramaturga Graciela Bilbao (ganadora del segundo premio del Concurso Nacional de Teatro Infantil del INT con El árbol, la luna y el niño con sombrero), sin desdibujar la esencia gauchesca, le confirió un relieve cómico a su adaptación de Martín le yerró fiero, dirigida por Carlos Groba. Para establecer una conexión apropiada con el imaginario infantil, desplazó la aridez del lenguaje gauchesco hacia un registro coloquial y se atrevió a profanar al payador inculto a través de un registro cómico irreverente. En la misma cuerda folklórica, Lucinda, la gauchita, con libro y dirección de María Romano, demostró cómo una obra sencilla, que transcurre en un pueblo apacible, Villa Abrojito, puede cautivar a los chicos mediante la pericia en la manipulación de los títeres, con un notable trabajo de los hermanos Quintana, Esteban y Paula.
Los Cazurros invitaron al público a una nueva aventura y consolidaron los rasgos preponderantes del grupo comandado por Ernesto Sánchez y Pablo Herrero: el placer del juego por el juego mismo, el rescate de la imaginación y la creatividad. En Juego divino encerraron a los espectadores en un laberinto poblado de curiosos objetos y títeres de distintos tamaños. Los chicos y padres, al igual que los actores, tuvieron que superar los obstáculos y ayudar a los artistas a encontrar la salida. Entre las reposiciones, que abundaron en la cartelera infantil, El gran circo, de Ariel Bufano, por el grupo de titiriteros del teatro San Martín dirigido por Adelaida Mangani, renovó, una vez más, su condición de clásico dentro del teatro de títeres a más de 20 años de su estreno, el 12 de marzo de 1983. En la reposición de Historia de un pequeño hombrecito, basada en el cuento de la escritora sueca Barbro Lindgren, que se estrenó en el teatro IFT (en 1999), el director Hugo Alvarez, a cargo también de la traducción y la versión, ofreció uno de los mejores montajes del año, no sólo a causa de la hondura humanista de la puesta, sino por la audacia con la que se involucró con temas que no son políticamente correctos para el canon infantil como la marginalidad, la soledad y la fragilidad humana. Afortunadamente, Alvarez y muchos de sus colegas, como la propia Falconi, autora de la inquietante Juan Calle; Hugo Midón, con la ópera Hänsel y Gretel y Jorge Bernal en la adaptación de la novela de Víctor Hugo, Quasimodo, el jorobado de Notre Drame, a cargo del grupo Eukasía, se animaron a hundir sus dedos índices en las llagas de la sociedad argentina, sin rozar ni enredarse en las sinuosas pendientes de lo panfletario, lo didáctico o lo moralista.
Midón, Falconi, Bernal y Alvarez, entre otros, conmovieron a los chicos y a los adultos gracias a un jugoso manejo del humor, acaso un amortiguador ineludible para digerir las miserias humanas, y disiparon lo truculento y amargo que podría resultar para un chico confundir una ficción, un mundo posible, que se asemeja más a la realidad que lo rodea. O viceversa: la realidad circundante cada vez se parece más a la ficción, hasta la supera por varios cuerpos de ventaja. Nada de peluches, muñecos que a esta altura atrasan un siglo. Los chicos no “viven” en los libros de los psicólogos, terapeutas y especialistas infanto-juveniles. En todo caso, los niños “duermen” en esas páginas anacrónicas o yacen sepultados, acaso como reliquias prehistóricas, que oportunamente exhumarán y estudiarán los antropólogos. Aunque algunos padres se resistan y prefieran que sus hijos crezcan en una burbuja o cajita de cristal, ellos no son ciegos, candorosos e ingenuos como los adultos, a veces, suponen. Por eso los espectadores de Hänsel y Gretel no se sorprendieron ni quedaron traumados cuando fueron testigos del miedo pavoroso de dos hermanos que si no salían a buscar la comida en el bosque (reemplace ese lugar de encantamiento por las calles y las puertas de los supermercados) podían morirse de hambre. Algo similar sucedió con el público de Juan Calle. ¿Acaso nunca vieron por las calles de sus respectivos barrios a un niño cartonero escarbando en la basura?
Un balance siempre propicia un recorte, una muestra incompleta (por la imposibilidad de dar cuenta de la cantidad total de espectáculos que se estrenaron en el transcurso del año) de las tensiones temáticas y artísticas que surcaron el panorama del teatro infantil. Sin embargo, está emergiendo una tendencia tan renovadora como saludable: los artistas parecen desprenderse de la mochila pesada del cliché y buscan anclar en problemáticas sociales y culturales para gestar sus obras, o revisitar los clásicos para hallar esos tópicos que, según como se los quiera ver, siempre regresan o nunca se fueron. Muchos dramaturgos, directores y actores les “hablan” a sus espectadores, desde la ficción de un juego, con una multiplicidad de lenguajes que se retroalimentan (ópera, teatro de objetos, de sombras, de actores, danza, música, clown, circo) de cuestiones y problemas que atañen, también, al mundo de los chicos, un mundo culturalmente movedizo, complejo, fugaz y difícil de apresar.
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