ESPECTáCULOS › EL FESTIVAL DE JAZZ DE LAPATAIA, EN SU NOVENO AÑO CONSECUTIVO
Improvisaciones con sabor latino
Folklores diversos y ritmos brasileños tuvieron fuerte presencia en las primeras jornadas del encuentro programado en el tambo cercano a Punta. Se destacaron Diego Urcola y el Trío da Paz.
Por Diego Fischerman
La existencia de algo llamado jazz latino y la riqueza de variedades inscriptas en su interior es una de las hipótesis de Paquito D’Rivera. Por eso no es extraño que en el festival que este saxofonista, clarinetista y compositor programa junto al organizador, Francisco Yobino, en un tambo cercano a Punta del Este (toda una originalidad en materia de festivales de jazz) la apertura de los primeros dos días haya estado destinada a grupos en que lo latinoamericano es una presencia innegable. El argentino Diego Urcola el viernes y el Trío da Paz, conformado por brasileños y con un arpista colombiano como invitado, en la noche siguiente, mostraron, en todo caso, parte de ese paisaje.
En el caso de Urcola, que integra desde hace años el grupo de D’Rivera, mostró en vivo la parte más interesante de su último CD solista: la registrada junto a músicos argentinos. El grupo es una especie de selección nacional integrada por el Pollo Raffo en piano (fue el tecladista y gestor de una de las aventuras más originales de los ‘90, con Monos con Navajas), el bajista Willy González (entre ambos firman la mayoría de los temas) y los dos músicos que integran habitualmente su trío, el guitarrista Pepe Luna y el baterista Mario Gusso, más Juan D’Argenton como bandoneonista (hace una década había capitaneado un grupo excelente, llamado El Tranvía, en el que Marcelo Nininman tocaba el bandoneón). Y la música ronda, con decisión, giros melódicos, pies rítmicos e incluso el esqueleto de algunas secuencias armónicas provenientes del folklore rural argentino. Variedad de texturas, un aprovechamiento inteligente de las distintas posibilidades tímbricas y de densidad que ofrece el sexteto, solos imaginativos y un buen nivel de interacción que se manifiesta en las respuestas y comentarios de Raffo, por ejemplo, mientras suena un solo de trompeta, sumado al empuje del malambo que el trío de González tocó a solas, hicieron que la participación de este grupo se convirtiera en algo mucho más trascendente que una mera entrada en calor.
En el comienzo de la programación del día siguiente (que terminaría siendo casi lo único, ya que una tormenta obligó a continuar la programación el domingo por la mañana) sucedió algo similar con el trío que integran el guitarrista Romero Lubambo, el baterista Duduka Da Fonseca y el contrabajista Nilson Matta. Radicados en Nueva York, donde obviamente cultivan la música brasileña, los tres manejan con familiaridad los códigos del jazz y los integran naturalmente a un estilo en el que, a pesar de estar presente, la bossa nova está lejos de ser la única referencia. El fraseo de Lubambo, en particular, remite más a Baden Powell y al afro-samba que a la bossa. Fue lógico, entonces, que comenzaran con Saudade de Bahia, de Dorival Caymmi, un recorrido que atravesó varios temas propios (de Lubambo y de Fonseca) y temas de Remeto Pascoal, el bellísimo Café, de Egberto Gismonti o el clásico Wave de Jobim. Matta, con un notable sentido melódico en sus solos y una solvencia técnica que le permite tocar sobreagudos en el capotasto con la misma afinación y soltura que cuando lo hace en el registro medio, puso su instrumento en el papel de permanente diálogo con la guitarra y la comprensión entre los tres integrantes hizo el resto. En el final se integró el joven virtuoso Edmar Castañeda, que convirtió el arpa llanera en un instrumento más del jazz, y, concluyendo el set, Paquito D’Rivera, aportando la limpieza de su fraseo y las abundantes explosiones rítmicas.
Un trío clásico y un falso trío (se presentó con el agregado de un saxofonista como invitado) completaron la oferta de la primera noche de festival, bajo una noche límpida –cuya luminosidad se acrecentó aún más con la salida de la luna–, que, claro, no se repitió un día después. El espectacular Cyrus Chestnut, con un grupo de cambio (se enojó con los músicos con los que iba a viajar un día antes de hacerlo) se vio algo limitado, sobre todo en los matices y en el posible trabajo con los planos. Dos instrumentistas excelentes, el contrabajista Reuben Rogers y el baterista Quincy Davis, se manejaron con prudencia competente y giraron alrededor de standards donde la originalidad mayor estuvo en algunos reciclajes, como Giant Steps convertido en vals y, como bis, también en tres tiempos, Take the “A” Train, de Ellington. En los dos temas propios que Chestnut tocó solo (y en un manejo de la mano izquierda que revela su gusto por el órgano Hammond) estuvo lo mejor.
El trío del exquisito pianista Kenny Werner, en cambio, mostró con claridad el nivel musical al que puede llegar un grupo de esta naturaleza cuando lleva en sus espaldas un trabajo sostenido. Johannes Weidenmueller en contrabajo y Ari Hoenig en batería hace más de cinco años que comparten con Werner la riqueza de su concepción musical y se nota. En el tema Jackson Five (un título chistoso para homenajear a Jackson Pollock) y en Beat (de) Generation (otra humorada destinada, en este caso, a poetas como Ferlinghetti) el grupo mostró una poderosa interacción, en la que no estuvo ausente el brillante invitado: el saxofonista Chris Potter. Mientras en Punta del Este el kilo de brótola aumentó en apenas una semana (la de la llegada del aluvión de argentinos ricos) de dos dólares a cuatro y, en el tambo, un entusiasmado toro persigue (a veces con éxito) a las vacas del rebaño, la música sigue. El Festival de Lapataia está en su noveno año consecutivo y, como los bovinos que se pasean por detrás del escenario montado en pleno campo, goza de buena salud.