ESPECTáCULOS › “VIAJANDO CON EL CHE GUEVARA”, UN DOCUMENTAL EXHIBIDO EN BERLIN FUERA DE PROGRAMA
“Salimos a recorrer el mundo, no a hacer política”
El film dirigido por el periodista italiano Gianni Miná tiene como protagonista al mismísimo Alberto Granado, que acompañó el rodaje de Diarios de la motocicleta, de Walter Salles. El compañero de aventuras de Guevara ofrece recuerdos y anécdotas de primera mano de aquel mítico viaje.
Por Luciano Monteagudo
Los festivales de cine libran sus propias batallas y la que disputaron este año Cannes y Berlín por los Diarios de la motocicleta, la nueva película de Walter Salles, que narra el legendario, iniciático viaje de Ernesto Guevara y su amigo Alberto Granado por los caminos de América latina, allá por 1952 y a bordo de una Norton 500, ha sido una de las más encarnizadas de los últimos años. A pesar de que la película llegó a estar incluida en la grilla original de la Berlinale (donde Salles se llevó el Oso de Oro por Estación central, unos años atrás), la coproducción internacional financiada por Robert Redford terminó finalmente –en un pase de magia digno del mejor prestidigitador– en las manos siempre codiciosas de Cannes. Pero a la manera de un consuelo, que es también un desquite, Berlín proyectó ayer, en carácter de primicia para Europa y fuera de programa, Travelling with Che Guevara (Viajando con el Che Guevara), un documental dirigido por el famoso periodista italiano Gianni Miná y protagonizado por el mismísimo Alberto Granado, que acompañó el rodaje del film de Salles y donde ofrece recuerdos y anécdotas de primera mano de aquel mítico viaje.
Más aún, Berlín dobló la apuesta y trajo a Potsdamer Platz a Granado, que a los 82 años conserva una lucidez y un entusiasmo envidiables. “Como soy cordobés, me gusta estar en todas”, comentó Granado sobre el escenario de la sala mayor del complejo Cinemax, mientras era el objeto de todos los flashes y noticieros alemanes, junto con Camilo Guevara, el hijo cubano del Che, que también se acercó a la capital alemana para evocar a su padre, de quien dice que tuvo “muchísimos hijos espirituales, que son más importantes que los biológicos”.
Como “un gitano sedentario” definió el Che a Granado en la última carta que le dirigió, a modo de despedida, desde la selva boliviana, y aún hoy el viejo compañero de ruta parece tener esa misma serena disposición a recorrer el mundo, como lo hicieron ambos hace medio siglo atrás, desafiando los prejuicios de la época y el sentido común. La propuesta de Miná, de larga relación con Cuba y poseedor de los derechos de los diarios de viaje de uno y otro, fue que Granado siguiera algunos de los tramos más significativos del rodaje de Salles, para compartir con el equipo de la película –y con la cámara del periodista, por supuesto– todos aquellos detalles que aún atesorara su memoria, que no son pocos. “Por entonces yo tenía 29 años y Ernesto 23, y Celia, su madre, me lo encomendó, me pidió que lo trajera de vuelta para que terminara su carrera de médico. ‘Un título nunca estorba’, me dijo”, cuenta Granado. A lo que agregó luego, ya sobre el escenario, ante una pregunta del público: “Es difícil decir si yo fui una influencia en el Che. En esos días, yo ya era un científico, me gustaban la literatura y el deporte, pero la diferencia de edad no se notaba, porque compartíamos los mismos gustos y disgustos. Lógicamente, la familia de Guevara me culpaba a mí, que tenía 30 años y que en vez de sentar cabeza había decidido largarme a la aventura. Pero mi familia a su vez se quejaba de que yo era aquel a quien un jovencito que ni siquiera se había recibido me llevaba por la nariz. Creían que nos íbamos sin rumbo, pero sabíamos muy bien lo que hacíamos: queríamos descubrir América”.
En la película de Salles, Ernesto y Alberto están interpretados respectivamente por el mexicano Gael García Bernal (el protagonista de Amores perros) y Rodrigo de la Serna, y con ambos Granado va asistiendo a las distintas etapas del recorrido, que comenzó en la Argentina y siguió luego por Chile, Perú, la selva amazónica y culminó en un leprosario de Colombia. En Temuco, del otro lado de la cordillera, Granado se acuerda todavía de una entrevista que les hizo un diario local, mencionándolos como “dos expertos en leprología”. Y evoca un episodio picaresco, en el que ambos tuvieron que salir corriendo, luego de que la mujer del mecánicoque les había reparado la moto –“La poderosa”, como la llamaban ellos– intentó seducir al joven y apuesto Ernesto y todo el pueblo se les vino encima. “Por suerte, fue en medio de un baile, y estaban todos medio borrachos, por ese vino dulzón y muy alcohólico que hacen por ahí”, repasa Granado.
Según sus propias palabras, “salimos a recorrer el mundo, no a hacer política”, pero ya entonces “Ernesto tenía esa sensibilidad que lo convertiría luego en el Che y que lo llevó a enfrentarse con un capataz de las minas de cobre de Chuquicamata, en el norte de Chile, donde explotaban a los lugareños. Cuando comentábamos que quien mejor nos recibía era la gente más humilde, me acuerdo que citaba un verso que decía ‘el arroyo de la sierra me complace más que el mar’. Yo pensaba que era de Neruda, pero era de Martí... ¡Ernesto ya por entonces había leído a Martí!”.
Lo que encuentra Granado en este nuevo viaje que le propone Miná es un continente con muchas de las mismas desigualdades sociales que conoció por primera vez medio siglo atrás, y aún peores. En Iquitos nada parece haber cambiado desde entonces, salvo el leprosario de San Pablo, donde en su momento Ernesto y Alberto estuvieron parando, tomando mate y jugando al fútbol con los enfermos, en una lucha contra el prejuicio y la ignorancia que aún hoy está presente en la memoria de los internos. “Ernesto no tenía miedo absolutamente de nada”, evoca Granado sin énfasis, con el peso de la verdad, montado arriba de una balsa en medio de la selva. Y agrega: “Le gustaba el peligro, eso es indudable”.
Cuando Gianni Miná le pregunta qué significa para él volver a hacer ese viaje, Granado confiesa: “Yo siempre fui un poco exageradamente emocional y esto ahora me parece un sueño. Pero he tenido la suerte de que la vida sobrepasara incluso mis sueños. Y eso que he sido un gran soñador... Fui hijo de una familia muy pobre y llegué a ser científico, recorrí el mundo. Los míos han sido siempre sueños un poquito atrevidos”.
Ya sobre el escenario de la Berlinale, al que subió con la mayor naturalidad, Granado también contestó las preguntas del público. ¿Qué imagen le ha quedado de su amigo, después de tanto tiempo?, le dispararon desde la platea. Y Granado no tardó en contestar: “La de un hombre que, para bien o para mal, todo le quedaba chico. La medicina le quedó chica, la guerrilla le quedó chica, Cuba le quedó chica, casi el mundo le queda chico. Se lo podía definir por todo aquello que era incapaz: era incapaz de mentir, de aceptar una injusticia, de tomar algo que no le correspondía. Si algo viene a recordar esta película es que Ernesto era un hombre de carne y hueso, el ejemplo de lo que se espera de alguien que quiera mejorar el futuro. Cualquier joven, y no tan joven, que hoy quiera hacerlo también puede, como pudimos hacerlo nosotros. Sólo hay que ser consecuente con sus principios y resistir. Esa es la palabra: resistir”.