ESPECTáCULOS › “LOS TESTIGOS”, DE BRIAN GILBERT
El séptimo sentido
Por M. P.
Una chica estadounidense que pierde la memoria al ser atropellada por un auto. Un niño mudo, aterrorizado por extrañas visiones nocturnas. Dos jóvenes mueren al caer en un pozo donde se descubre una extraña iglesia enterrada durante siglos. Ambientada en un aislado pueblo de la campiña británica contemporánea, Los testigos es una película de terror y suspenso entre cuyos fotogramas seguramente se podría leer desde el comienzo –si se pudiese detener el correr de la película– el título Sexto sentido. La protagonista es la hermosa Christina Ricci, interpretando –al menos por lo que se presupone en un principio– el personaje más convencional y adulto de su carrera reciente. Su aparición en escena sucede al ser atropellada al salir del bosque por la madre del pequeño niño con visiones nocturnas. Sin recordar la razón por la cual dirigía al pueblo donde vive la familia, pero comenzando a ser víctima a su vez de premoniciones sangrientas, Cassie terminará cuidando a los niños de la mujer que la atropelló, cuyo marido investiga justamente el descubrimiento de la extraña iglesia.
Con una lógica narrativa basada en las caídas, los golpes y los tropezones, la trama de esta película que termina resultando aburrida de tan impostada se centra en el descubrimiento de la existencia de otras clase de condenados por la crucifixión de Jesús: los mirones que se acercaron a presenciar el espectáculo, sin hacer nada por detenerlo. Según una lógica argumental que asimila a las grandes tragedias de la humanidad con el asesinato de Dillinger, por ejemplo, esa curiosa tribu ha sido condenada a ser eterno testigo de la tragedia humana. Con la idea delante de la película todo el tiempo, Los testigos es un film desarticulado e incluso por momentos casi incoherente, que sólo parece tener la suficiente inventiva como para guardarse un final a lo Sexto sentido, como para imaginarse una razón de ser más allá de sus convicciones bíblicas.