ESPECTáCULOS › “POTLATCH”, EL NUEVO LIBRO DE ARTURO CARRERA, PRESENTADO EN EL GOETHE

La plata también puede ser un objeto poético

En un apasionante contrapunto con la actriz Marilú Marini, el poeta desgranó en el escenario varios pasajes de su nueva obra, que propone al dinero como un elemento que dispara recuerdos, reflexiones, análisis y analogías con el pasado reciente.

 Por Silvina Friera

Las voces chillonas de unas colegialas que cantan Aurora acompañan el ingreso a escena de Marilú Marini y Arturo Carrera. El poeta se desplaza con gracia, con unas orejas de Ratón Pérez, hacia la silla donde comenzará a desgranar un tema recurrente en su obra: la infancia y su extraña dinámica familiar (esbozadas en Arturo y yo y El vespertillo de las parcas), ahora amalgamada a partir de la obsesión por el dinero y el ahorro, dos temas proclives a conformar un complejo tratado filosófico que a estructurar un extenso poema narrativo, como lo hace este original poeta y traductor que, al igual que el escritor César Aira, nació en Pringles. La puesta de Vivi Tellas logró transmitir los climas más sugerentes de los poemas seleccionados, acaso los más autobiográficos de Potlatch, el nuevo libro de Carrera, que se presentó en el Goethe con la presencia de Horacio Verbitsky, Ricardo Piglia, Graciela Speranza, Rodolfo Fogwill, Germán García, Alan Pauls y Hugo Padeletti, entre otros escritores, poetas y críticos (ver aparte). La actriz y el poeta conformaron un dueto que se sacaba chispas por el modo de interpretar a esos niños corrosivos, ambiguos y codiciosos, que lejos de una bondad artificial e irreal, son seres fetichistas que pueden ver en una hostia de comunión la forma de una “cándida moneda transparente” o recordar que la revista Billiken costaba dos pesos. En el universo de Carrera, el dinero es el motor que pone en funcionamiento las relaciones no sólo familiares, porque el poeta ahonda, en rigor, en los vericuetos de los vínculos humanos.

Los niños privilegiados

Si el título del libro, Potlatch, remite al ritual sacrificial, al derroche y al gasto improductivo, que practicaban los indios de la costa occidental de América del Norte, la actriz y el poeta reactualizan este rito tribal con sus cuerpos y con sus voces. Ellos consiguen que la memoria estalle y que el público capture esos pequeños trozos de sensaciones. “La Caja Nacional/ de Ahorro Postal espera tu depósito./ ¡Házlo ahora que puedes!/ Te lo devolverá cuando más lo/necesites”, dice Carrera, en un tono deliberadamente ingenuo, el final del poema El escriba relee. Ese mismo escriba deviene en un sujeto que reescribe, desde Pringles, en 1954, los deseos materializados –una muñeca, una casa, un rifle– de niños y adultos por el milagro de la Fundación Eva Perón: “En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”. La mirada poética de Carrera atrapa los fragmentos, esos jirones escurridizos de las sensaciones, quizá para demostrar, como lo señala en el prólogo del libro, que la palabra y el dinero “son forzamientos, inequidades metafóricas”, que al fin y al cabo ligan los órdenes que simulan la gran indiferencia de la infancia. La dicción de Marini, con ese porte de actriz maleable, elástica y siempre sorprendente, libera el camino hacia la vidriera de la Casa Nervi donde abuelas, maternas y paternas, dejan asomar entre sus carteras el endiablado billete, para domesticar las apetencias consumistas del niño.

El castillo de la puta madre

A priori, el dinero podría parecer un tópico antipoético. Pero Carrera sostiene que nada puede ser considerado antipoético, ni siquiera lo banal. “Las monedas fueron la primera manera de escribir poesía. De cifrar y de imprimir; miles de años antes que la imprenta, la criatura humana expresaba su devoción sobre esas formas metálicas”, plantea el poeta. En Data, la voz poética recorre esas circunstancias de la infancia en las que se acopia el capital de la mano del Ratón Pérez, Papá Noel, Los Reyes Magos o los Ñoquis del 29 (cuando la abuela colocaba debajo del plato los billetes de un peso rosa con la cara de San Martín). La interpretación de este poema-narración fue una de las más celebradas de la noche: “El ratón con todos los dientes que juntaba se iba construyendo un castillo de la puta madre”. El poeta subraya que en el libro, que parece narrativo y en cierto modo lo es, hace un ejercicio que va a ser sostenido por lo real. “Allí encuentro el esplendor de lo poético. Por eso no se conjugan lo lírico con lo poético: simplemente están juntos, son ese nudo de ritmos del que habló Mallarmé: el alma como un nudo de ritmos, el ejercicio es atender, escuchar ese nudo sonoro.”
Autor de Escrito con un nictógrafo, Oro, La banda oscura de Alejandro, Children’s Corner y Carpe Diem, Carrera también ha desempeñado un rol destacado como traductor de Yves Bonnefoy Mallarmé, Maurice Roche, Haroldo del Campo y Henri Michaux. “En el ir y venir de objetos, de dones y contradones que sólo en apariencia se guardan o se pierden, ¿qué lugar le asignaríamos a ese dinero en relación con la poesía como don? ¿Es todavía la poesía, como lo insinuó Georges Bataille, un sinónimo de consumo, dado que significa de la manera más precisa: ‘creación por medio de la pérdida’?”, se pregunta el poeta. César Aira, con perspicacia, señaló que las preguntas en la poesía de Carrera nunca se responden con un sí o con un no. “Es como si hubiera descubierto que la afirmación y la negación no hacen más que complicar las cosas.” Y es lo que sucede cuando el poeta interroga a sus interlocutores: “¿Miraste con atención un billete o lo pasás con asco?”.

La obsesión por el dinero

“Tuve un recuerdo infantil escandaloso”, le confiesa Carrera a Página/12 el origen de su obsesión por el dinero. “Mi madre murió cuando yo tenía 17 meses. La enterraron con su vestido de novia. Yo iba a ver a las novias a la iglesia de Pringles, a ver esa especie de fantasma materno. Y a la salida el padrino pelado arrojaba monedas a los chicos. En una ocasión, cuando fui a recoger una monedita, el padrino me pisó la mano con tanta alevosía que me reventó el dedo meñique contra el embaldosado del atrio. Era un torturador, es obvio. Fue un escándalo familiar. Pero yo lo había olvidado hasta hace unos tres años. El recuerdo de esa especie de sacrificio me trajo el tema del dinero, las monedas que se juntaban, se tragaban, se ahorraban para perderlas en la Caja Nacional de Ahorro Postal en mi primera escuela, la hostia como moneda, las figuritas, el Ratón Pérez, Los Reyes, en fin... Todo un gasto de imágenes y sensaciones de dolorosa maravilla.” Carrera admite que Potlatch es un pequeño tratado filosófico, incluso, de ética. “Hablo de la usura, de las inequidades económicas y sociales. Y hablo del potlatch inverso, aterrador, de los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata.”

Títere de la moneda

El poema que condensa la propuesta estética de Carrera es Títere de la moneda. En Pringles, un chico pide una monedita. El señor, desde la mirilla de la puerta, promete regresar, se calza un títere de guante, improvisa una representación y le entrega la moneda. La limosna, acompañada por esa representación, pronto revela las razones que motivaron la caridad: “Por suerte no soy yo”, repite el poeta, que apeló a esa máscara de hombre bondadoso para ocultar los remordimientos y la culpa, para eludir los reproches de la conciencia. La moneda es la representación de una dinámica social injusta e inadmisible. Carrera, que siempre encuentra una manera de hablarle al mundo y que logra que el misterio de su poesía sea perfectamente legible, dice que su estilo sería la manera en que aparece en la memoria de otro. Cada nuevo libro de Carrera enriquece el panorama de la literatura argentina y confirma, una vez más, por qué es un referente ineludible para los poetas más jóvenes.

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Marilú Marini y Arturo Carrera, con sus orejas de Ratón Pérez.
 
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