ESPECTáCULOS › LO MEJOR DEL NUEVO CINE FRANCES EN EL FESTIVAL DE TORONTO
Intrusos en la avanzada francesa
L’intrus, de Claire Denis, y Les revenants, del debutante Robin Campillo, escapan de la tendencia realista que impera en Francia.
Por Luciano Monteagudo
La aventura, el peligro, el misterio. ¿Cómo hacer un film sobre estos temas sin caer en la rutina, el lugar común, el adocenamiento? La respuesta corre por cuenta de L’intrus, el más reciente film de Claire Denis, que ilumina como un faro las proyecciones del Toronto International Film Festival (TIFF). La extraordinaria directora de Bella tarea ya había dado pruebas suficientes de hasta qué punto era capaz de trascender los géneros con Trouble Every Day, un film sobre el vampirismo que parecía descender al abismo animal de la condición humana. Después de esa inmersión en el lado oscuro de la luna, Denis –como si nada– emergió a la vida con una reformulación del film romántico, una luminosa celebración del París nocturno, Vendredi soir, que fue el film de apertura del Festival de Buenos Aires del año pasado y que permitió al público porteño conocer a la directora en persona. Ahora, con L’intrus, la impredecible, desconcertante Denis –que da la impresión de estar siempre unos pasos más adelante que los demás– imagina un universo conspirativo, un hombre con un pasado tenebroso, un viaje a los remotos mares del sur.
La literatura de Robert Louis Stevenson parece un referente, un disparador de imágenes para Denis, que inicia su film en el corazón de la vieja Europa, luego pone proa al Lejano Oriente y finalmente, como hubiera querido el autor de La isla del tesoro (pero también el Murnau de Tabú, que Denis cita sin rodeos), culmina en la Polinesia, en ese paraíso al que los hombres parecen llegar para encontrarse con lo más profundo de sí mismos. No hay en L’intrus una historia en el sentido clásico, un relato orgánico y lineal, sino una serie de impresiones, de visiones, de sueños que empujan al protagonista –el curtido Michel Subor, que supo ser en su juventud la figura de El soldadito de Godard y que Denis ya había recuperado para su Beau travail– a enfrentar su destino. Probablemente no haya entre los más de 300 títulos de Toronto un film más bello visualmente, más intenso en sus imágenes –la fotografía en Cinemascope de Agnès Godard es apabullante– que esta travesía de Denis por el paisaje de la aventura y la imaginación.
Si L’intrus puede ser considerado, literalmente, como un “intruso” en el panorama del cine francés –que suele trabajar bajo las coordenadas del realismo–, otro tanto podría decirse de Les revenants, sorprendente film fantástico firmado por Robin Campillo, un debutante que se formó bajo la sombra de Laurent Cantet, primero como montajista de Recursos humanos y luego como guionista de El empleo del tiempo. La premisa de su película es tan simple como inquietante: ¿y si un día los muertos vuelven a la vida? Eso sucede una luminosa mañana de verano en un pequeño pueblo de provincia francés, que ve con estupefacción el desfile de sus difuntos de regreso a sus casas. No son, a la manera del cine gore de George Romero, cadáveres tumefactos sino más bien –en la línea de Invasion of the Body Snatchers, de Don Siegel– usurpadores de cuerpos, los dobles de quienes alguna vez fueron. La razón por la cual regresan al mundo de los vivos es desconocida y sus motivos, inciertos; pero es claro que tienen un programa, una causa en común contra una sociedad que los recibe no tanto con horror sino con suspicacia, organizándose militarmente como para librar una eventual guerra del cerdo como la que alguna vez imaginó Bioy Casares.
Para equilibrar hacia el lado del realismo la balanza del cine francés –que despliega en esta edición de Toronto nada menos que 25 largometrajes y 19 coproducciones–, nada mejor que dos maestros del documental, Raymond Depardon y Agnès Vardá. El excepcional fotógrafo y cineasta, autor de documentales canónicos del llamado “cine directo”, como Reporters y Urgences, vuelve en su nuevo film, 10e. Chambre, instants d’audiences, al terreno de uno de sus films más celebrados, Delitos flagrantes. Con su discreción habitual, Depardon coloca su cámara en un tribunal de audiencias de delitos menores y se dedica a registrar allí la resolución de los pequeños conflictos de la vida cotidiana: una multa de tránsito, una agresión verbal, un arrebato. Lo que a priori podría resultar tedioso se convierte en manos de Depardon en un film fascinante, capaz de hacer visible y tangible un concepto tan abstracto como es el de justicia. El rigor y la precisión con los que elige esos “instantes” de los que cita el título de su film hablan no sólo de un gran cineasta sino también de un gran humanista. Por su parte, Mme. Vardá, la abuela de la nouvelle vague, toma una vez más su pequeña cámara digital y, como si fuera una pluma fuente, se dedica en Cinévardaphoto a tomar unos apuntes íntimos, exquisitamente caligrafiados. ¿El tema? La fotografía, otra gran pasión de Vardá, que le permite recordar los tiempos en que recorría el mundo con una Leica al hombro. Y, a la vez, reflexionar sobre la memoria y la historia, en una pequeña, deliciosa versión personal de En busca del tiempo perdido.