ESPECTáCULOS › UNA TARDE DE DOMINGO EN EL CICLO MAS RETRO DE LA TV
La tribuna de la melancolía
Fans de Juan Ramón, memoriosos compulsivos y artistas desocupados que agradecen el bolo conviven en el extraño estudio de 30 y pico, que exalta los años ‘60 como “esa eterna primavera perdida”.
Por Julián Gorodischer
La cola avanza lentamente. Al mediodía, las mejor vestidas –como Cristina, que hoy se pintó “como una puerta”– serán seleccionadas para estar en la boîte de 30 y pico (domingos de 18 a 21, por Canal 7). Por estar tan maquilladas, con el pelo batido, jopo y algo de strass, los productores las ubican en las mesitas de adelante (símil boîte) y ellas se roban todos los primeros planos. Tienen suerte: podrán cruzar miradas con Cris Manzano, pedir una firma en la servilleta y colar el saludito. ¿Quién pudiera? El resto, que se vistió “así nomás”, quedará reservado a un lugar en la tribuna melancólica de la TV, esta que tararea con retraso: vuelven a sonar estrofas de Juan Ramón, este domingo en el que Elsita, podóloga de San Martín, se desafía a sumar más firmas de cantantes a su documento. “Mirá, mirá...”, y aparecen las de Juan Ramón, Palito y Leo Dan en el papel que acredita su identidad. “Chaucito”, dicen las señoras, mientras van entrando, con sus minis y sus escotes infartantes como en los buenos viejos tiempos.
Así empieza la tarde de domingo, en este revival en el que se escucha mucho la frase: “Es una vuelta a la vida”. Lo dicen las solteras que se sientan en “la boîte” o en la primera fila, preparadas para salir de cacería. “Te amo, Miguel Angel Robles –grita María Citrono, al lado de su marido–. Cuando cantaste con tu hija, me pusiste la piel de gallina... Me llevás a mi juventud en San Isidro, sos un ídolo.” La regla es la invocación directa a los artistas, como si el entrevistador fuera “hijo del vidriero”. Cuando escucha la metáfora, Elsita responde: “¡Qué antigüedad!”. Aquel que les pida una opinión las escuchará dirigir una declaración de amor a su cantante favorito, o recordar ese día en el que conocieron al hombre que está sentado a su lado. “Recuerdo la tarde en que lo conocí –dice Inés Bogado, en la tribuna–, en un club de Santa Fe. Tocaban Los Pasteles Verdes. Me miró, salimos a bailar, fue para toda la vida.” El relato de la historia de amor se actualiza cuando Manuela Bravo y Miguel Habud, los conductores, presentan nada menos que a... Los Pasteles Verdes. ¿Y dónde está el galán de Inés Bogado? “El no vino –se lamenta la esposa–. Está jugando a las bochas.”
La de minifalda blanca se hace la que no escucha el piropeo incesante de los técnicos, un poco guarangos (“La de minifalda quiere rosca...”, dicen), puesta allí como en los mejores tiempos de La noche del domingo, de Gerardo Sofovich, para sugerir con el largo de la pollera. Sus piernas se cruzan y descruzan en forma continua, y la cámara las acompaña. “Me gusta arreglarme bien –admite Karina, ‘la de minifalda blanca’–. Después, en Lanús me dicen que estaba muy linda. ¿Si me tiran lances? Parece que hoy todos los hombres son ciegos.” Y, como las otras, pide un momento para dar el mensaje a su pretendido: “Estás re fuerte, Miguel Habud, tenés porte, sos muy sensual y llamativo. No vuelvas nunca con Valeria: es muy grande para vos”.
Para los cantantes, en cambio, “la vuelta a la vida” significa recibir el abrazo de las señoras del público y escuchar la muletilla: “¡Qué joven estás!”. Le pasa a Ana María Cachito, en su camarín, ahora que Griselda le recorre las mejillas y le dice: “Qué joven, qué jovencita”. Ana María Cachito fue “la bomba de Columbia”, en el ‘59, autoproclamada como “una explosión, una verdadera explosión en esa discográfica”. Habla con la mirada extraviada; recuerda su hit Cachito, que terminó resultando su nombre artístico. Su “exitosísima carrera” –dice– vuelve en 30 y pico, cuando le repiten las anécdotas del encuentro. “Me trajiste a mi marido”, le dicen. “Con tu tema, nos besamos”, otra vez. Las señoras le acarician las mejillas y le piden: “Más Cachito”. Y Cachito sonríe con una boca enorme, niega despacio con la cabeza, y se va al camarín a seguir recordando. “Yo fui muy exitosa, pero esa pléyade de boleros me fue corriendo; no quise grabar esos temas. Decliné...” Mientras, en la tribuna, las fans de Juan Ramón entran en el clímax de la tarde de domingo. El está por llegar. Tiemblan, se levantan, aplauden, vuelven a sentarse y siguen hablando del pasado. “Mi juventud era humilde –dice Olga Fontana, de más de 70–. Allá en Pergamino yo fui feliz. A los 20 me casé con Federico; nos gustaba Sergio Denis. Pero ahora me gusta ese tema, ¿cómo se llama?, ay, a mí el que me apasiona es Resistiré, sirve para los momentos buenos y para los tristes.” Su vecina de asiento prefiere hacer la cronología de sus apariciones en TV. “Yo iba a verlo a Juan Ramón a los Sábados circulares, de Mancera –dice Leticia Elmo, de voz ronquísima–. Y después estuve en la tribuna de Gasalla, en la de Sofovich. A la que nunca fui es a la de Leonardo Simmons.” ¿Las razones? ¿Acaso él no le caía bien? “No es eso, no sabría explicarlo –contesta–. Pero a la que sí iba mucho es a la de Sábados continuados a ver a Pedrito Rico.”
Con el paso de las horas, se nota que estar en “la boîte” es un sacrificio. Esa elite no puede ir al baño: se quedan clavados en sus sillas, algo rígidos por los nervios, transpiran y se les corre el maquillaje y –de pronto– tienen que retroceder porque empieza “la coreo” del Día de la Primavera. Todo rapidísimo, porque si no se mueven van a quedar sepultados debajo de una montaña de papelitos. Durante “la coreo”, el bailarín Raúl Martorells, un histórico de los programas ómnibus, explica que lo más difícil es reconstruir el movimiento de los ‘50 y ‘60, “que va a otra velocidad, más lento, más pausado”. Los chicos del ballet, todos con reflejos, jopos y brillantina, juegan de locales, con muchos años de TV. “Es re loco –dice Ezequiel Ramos, de 25–. Mi viejo bailaba con Johnny Allon y yo repito la historia.” Los bailes exaltan esa eterna primavera de los ‘60 que, en la tribuna, genera devoción. Cambia el tema de conversación: si hasta aquí todas pensaban en el día en que lo conocieron a él, ahora retroceden al picnic en el que ficharon a uno anterior. A los maridos no les gusta tanta competencia, y empiezan a meterse un poco más: “¿Pero esto para dónde es?”, dice Roberto, al lado de Vilma. Las señoras los hacen callar. “Después de aquel picnic –sigue Sarita, de Paternal–, solamente pensaba en volver a verlo. Y nada. Yo esperaba el llamado, pero nunca llegó. Fue como ese tema, ¿te acordás?, ese que decía: ‘El teléfono llora’.”