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El amor en la era del cine digital
El film de Fadel/Mauregui/Mitre/Schnitman narra la historia más clásica del mundo.
Por H. B.
Son múltiples las singularidades que El amor (Primera parte) aporta al panorama del cine argentino. Por un lado debe contabilizarse la extrema juventud de sus realizadores (ninguno tiene más de 24 años). Por otro, que se trata de una película filmada de a cuatro, algo que la historia del cine hasta ahora no registraba. Pero además son inhabituales su modo de producción, el nuevo standard económico que la película establece para el conjunto de la producción, su extrema independencia económica y financiera. Y hasta la forma de circulación elegida por su productor y factótum, Mariano Llinás, sin depender de subsidios o créditos oficiales. Finalmente, el modo en que se elige darla a conocer, en una sala como la del Malba, que si bien ya está instalada como parte del circuito cinematográfico (justamente a partir del estreno, un par de años atrás, de Balnearios, la película dirigida por Llinás) no deja de ser una suerte de convidado de piedra de la exhibición.
En una palabra, después de El amor (PP) ya nadie podrá seguir diciendo que para filmar un largometraje de factura profesional en la Argentina se necesita una inversión mínima de 300.000 dólares y el fomento del Incaa, como hasta ahora se sostenía, por la sencilla razón de que ésta se produjo con un costo treinta veces menor, y por fuera de la subvención oficial. Más importante aún, EA (PP) luce, en todos los rubros, mil veces más profesional que la mayor parte del cine argentino que gusta de adjudicarse esa etiqueta. Sin embargo, no es sólo por razones económicas, de modelo de producción o de explotación que EA (PP) (que la lectura de las siglas suene a modismo de Carlitos Balá es pura coincidencia) marca un corte en el contexto del cine argentino.
Ese corte es, sobre todo, de orden estético, ya que –sin hacer de ello una bandera– la película de Fadel/Mauregui/Mitre/Schnitman instaura una suerte de “tercera vía” en relación con los modelos hegemónicos de cine mainstream y cine “independiente”. EA (PP) es demasiado renovadora para ser parte del mainstream, pero también demasiado clásica para dejarse inscribir cómodamente dentro de lo que hasta el momento se entendía por cine “independiente”. Como sucedía con los primeros films de la nouvelle vague (piénsese en películas como Los primos, Los cuatrocientos golpes, incluso Sin aliento o Vivir su vida), EA (PP) narra la historia más clásica del mundo –el desarrollo de una relación amorosa–, eludiendo al mismo tiempo las trampas del género o la fórmula (no responde a lo que suele entenderse por comedia romántica) y los tics y tópicos que el cine “independiente” instituyó predominantemente a lo largo de la última década.
No hay aquí pobres, desocupados o “gente anónima”, filmados por una cámara prescindente, sino una pareja de jóvenes de clase media, cuya historia es narrada mediante una multiplicidad de recursos y registros, transpolados de los más variados discursos. Hay, como en los documentales más convencionales, un narrador en off, que describe la relación entre Pedro (Luciano Cáceres) y Sofía (Florencia Balcarce) desde una despersonalizada tercera persona. Hay fragmentos de animación, propios de documentales científicos, que explican el enamoramiento apelando a términos como feromonas y órganos vomeronasales. Hay inscripciones temporales y rupturas de la linealidad, temas musicales convencionalmente amorosos (una canción compuesta por Gabriel Chowjnik, con letra de Llinás, parece arrancada del Festival de San Remo) y hasta un mapa de las zonas recorridas por los enamorados, que termina dibujando un corazoncito en rojo.
Hay sobre todo en EA (PP) una permanente disociación entre la historia narrada y cierta voluntad distanciadora y matemática, presente a lo largo de toda la enunciación. “Exactamente dos años después de conocerse, Pedro y Sofía se separarían”, anuncia de entrada la voz en off, bloqueando de paso toda ilusión de sorpresa en el espectador. Filmada en un digital de gran calidad técnica y brillantemente iluminada por cuatro directores de fotografía rotativos, la película del cuarteto FMMS es básicamente un pas-de-deux, en el que Florencia Balcarce y Luciano Cáceres se cortejan, se besan, se hacen el amor, se aburren y se putean a lo largo de 100 minutos. Nada que no se haya visto nunca. Salvo que en este caso todo ese ritual se ve como nuevo, por el modo singular en que la historia de Pedro y Sofía es observada, filmada, montada y narrada.
Si puede hablarse de Nuevo Cine Argentino a propósito de El amor (Primera parte), habrá que hacerlo teniendo en cuenta que en esta ocasión el tercer término se da por descontado y el primero cae por decantación. Es en cambio el segundo de esos términos al que productor y realizadores parecen haber aspirado y, felizmente, alcanzado.