ESPECTáCULOS
La Iglesia de la Santa Cruz, en la mira de los represores
María del Rosario Cerruti, Madre de Plaza de Mayo, hace un recuento del papel de Alfredo Astiz en los secuestros.
Por A. B.
Durante 1977, Mateo Perdía, párroco de la Iglesia de la Santa Cruz que pertenecía a la Comunidad Pasionista, de orientación progresista, abrió las puertas de la congregación para recibir a las Madres de Plaza de Mayo y familiares de desaparecidos que allí se reunían. Una solicitada del grupo, dirigida en diciembre de ese mismo año al presidente de la junta militar Jorge Rafael Videla y publicada en La Nación con el título “Por una Navidad en paz”, tuvo en la Iglesia de la Santa Cruz una relación directa con las desapariciones de los familiares allí reunidos: Angela Aguad, Raquel Bulit y su marido Gabriel Horane, Patricia Oviedo, las Madres de Plaza de Mayo Esther Careaga y Mary Ponce y la religiosa francesa Alice Dumon. El plan se completaría con el secuestro de Remo Berardo, el de José Luis Fondevilla junto a Horacio Elbert, el de sor Leonie Duquet en su capilla de Ramos Mejía y el de Azucena Villaflor, líder natural de las Madres, a quien “levantaron” en la Avenida Mitre de Sarandí, su barrio. De esta manera, con la infiltración de Alfredo Astiz en el grupo de familiares de la Iglesia de la Santa Cruz, la Armada logró desarticular a uno de los grupos de resistencia más activos contra la dictadura.
María del Rosario Cerruti, Madre de Plaza de Mayo del grupo fundacional, testigo de las desapariciones de la Santa Cruz, recuerda: “Unos meses después del secuestro de las monjas francesas y de familiares de la iglesia, llegó al país la madre superiora de la congregación francesa de las Hermanas de las Misiones Extranjeras, a la que pertenecían las hermanas detenidas-desaparecidas. El cónsul de Francia de ese momento me citó como testigo de ese hecho. En esa reunión comenté que me había impresionado un joven que caminaba desde la esquina donde está la entrada de la iglesia hasta la puerta de la casa parroquial, donde estábamos hablando la hermana Alice Domon, Mary Ponce y yo. Cuando era la hora de retirarnos, Alice ingresó a la iglesia y salió Esther Careaga con otra madre, diciendo que tenían el dinero de la solicitada. Detrás íbamos Mary Ponce y yo, cuando veo que un hombre arrastra a Esther hacia los coches estacionados y otro hombre en mangas de camisa se la lleva a Mary y me tira contra la pared gritando ‘Sigan, esto es un operativo por drogas’. Beatriz Neuhaus y Quita Chidichimo, dos Madres, venían detrás. El ‘Chacal’ Astiz señaló a las personas que sin duda fueron las más destacadas en una lucha que, a pesar de no haber alcanzado la justicia, logró el repudio general a los militares asesinos”.
Cerruti continúa recordando esos oscuros días: “Aterradas, llegamos a la entrada de la iglesia y, mezclado con la gente que salía de misa, veo al joven que me había llamado la atención. El cónsul francés me preguntó por las señas particulares. Le dije que vestía traje azul, que era de estatura mediana, cara achinada, pelo lacio, tez oscura y rengo de una pierna. El cónsul caminó imitando la renguera y le dije que sí, que era tal cual. Me sugirió que regresase al día siguiente para reconocer al individuo. Y eso hice, llegué hasta la puerta del consulado, pero no me animé a entrar, me asustó una pareja que bajó corriendo de un taxi y entró al edificio. Como estaba sola llamé a una Madre por teléfono para explicarle que tenía miedo y me dijo: ‘Andate, no entres’. Nunca volví al consulado. Luego de casi dos años del secuestro, con otras Madres fuimos invitadas a Francia y hospedadas en el convento de las hermanas secuestradas y, hablando de ese tema, una monja me dijo que ese joven era un argelino que trabajaba en la embajada de Francia. De allí surgió la investigación realizada por el periodismo sobre los crímenes de lesa humanidad y la participación de aliados extranjeros de la dictadura argentina”.