ESPECTáCULOS › LA OCTAVA JORNADA DEL QUILMES ROCK
Charly demostró por qué es el dueño de la cancha de Ferro
La lluvia conspiró contra la asistencia, pero los que se quedaron tuvieron premio: Paralamas y García, inspiradísimos.
Por Roque Casciero
Debe estar escrito en las Tablas de los Diez Mandamientos del Rock Argentino: “Deberás asistir a los shows de Charly García en Ferro”. Y seguro que transgredir esa ley es un pecado mortal porque, el domingo pasado, la única estrella de rock perenne de la Argentina concretó, en su cuarta visita al estadio de Caballito, un show impactante que quedará en la memoria de sus “discípulos y discípulas” (sic del propio Charly) como una de las mejores experiencias rockeras de sus vidas. Verlo haciendo un solo de guitarra bajo un aguacero impresionante, parado sobre un piano en la punta de la rampa, es una de esas imágenes que no borrarán los desplantes (musicales y de los otros) con los que a veces García castiga a su público más fiel. Pero esa postal no fue sino la coronación de un concierto vibrante, energético y muy bien tocado, en el que el cantante manejó a su placer el ánimo del público.
Y todo eso estuvo a punto de no suceder. Porque a las 21.40, la hora programada para el comienzo del show, García estaba todavía en su casa. Llegó tarde, en una limusina blanca que también traía a bordo a la actriz Leticia Brédice, y tras un paso por el camarín de Paralamas, encaró para el escenario. A las 22.25 sonaron los acordes de Nos siguen pegando abajo (Pecado mortal) y enseguida se hizo evidente que el concierto sería memorable. Con los ojos recorridos por una franja de pintura roja y una musculosa con la inscripción “Palermo Bagdad”, Charly se plantó en el escenario con evidente inspiración y buen humor. Pasaron Anhedonia, la siempre excitante Demoliendo hoteles y Pasajera en trance, con las 15 mil personas (lluvia mediante, fue la fecha con menos público del Quilmes Rock) magnetizadas por la presencia del músico. Y para refrendar eso de que sus conciertos en Caballito son memorables, cambió la letra de Tu vicio: “Esto es Ferro, yo soy dueño acá”. El alto vuelo siguió con varios temas de los últimos discos de García, hasta que Cerca de la revolución, No toquen, Fanky y Chipi chipi cargaron otra vez de electricidad al estadio. Para entonces, el cantante ya había soltado varias frases hilarantes. Por ejemplo: “El único que se ocupa de la juventud soy yo”. O: “Esta es la última vez que toco en un festival. No aguanto que me soporten. Queda todo desprolijo...”. Y la mejor: “Mi hija, e sa que dice que es mi hija, ¿vino o no vino? ¿Y la madre, que es tan linda? ¿Y Mauro Viale y todos esos?”.
Pero lo mejor todavía estaba por llegar. Porque se largó a llover mientras la banda entregaba una muy buena versión de Llorando en el espejo y García, en lugar de correr a refugiarse en algún lugar del escenario donde no cayera agua, encaró la rampa, completamente al descubierto. Desde allí cantó Seminare, mientras el público –empapadísimo– se contagiaba de la energía del músico. García recién se secó y cambió de ropas tras Rock and roll yo, y volvió para hacer Yendo de la cama al living. A pesar de que dijo que esa canción sería el único bis, se encendió con Los dinosaurios, Eiti leda y Los fantasmas no existen, un estreno. Pero como vio que algunos encaraban para la puerta, paró el tema y dijo: “Alto; esa gente que se va, que se quede. Tocá Popotitos”. Y cuando ese clásico comenzó a sonar, desafió: “Andate ahora”. Y no se fue nadie. Muy pasado de la hora en la que los vecinos de Caballito comienzan a protestarle al gobierno porteño y a la productora del festival, García terminó con su vendaval rockero con la inédita Loco, no te sobra una moneda, coreada a los gritos por las 8 mil personas que quedaban. Y allí fue que hizo su solo sobre el piano inundado, confirmando que no es un presuntuoso cuando canta “yo soy tu papá”. Puede que otros artistas atraviesen etapas de más popularidad o de más creatividad, pero, en el Día de la Madre, Charly confirmó, por si hacía falta, su paternidad sobre el rock argentino.
La actuación de García hizo palidecer todo lo que había sucedido hasta entonces en la octava noche del festival. Sin embargo, hubo muy buenos conciertos. Paralamas, con Herbert Vianna en silla de ruedas, mostró que no perdió su conexión con el público argentino, con canciones comoSalvagem o Dos margaritas. El cierre del trío brasileño fue con Rap de las hormigas, de Charly, y hubo ovación. Otros amigos de García, como Hilda Lizarazu y Turf, consiguieron interesar a buena cantidad de gente a pesar de que tocaron cuando todavía era de día. Vox Dei, en cambio, sólo convenció a sus propios seguidores con un repertorio nostálgico al que recurre en cada una de sus repetidas reapariciones, y con una supuesta intención de renovarse que apenas llega a mencionar a la Internet en una letra. Para colmo, a Rubén Basoalto se le ocurrió hacer ¡un solo de batería!
Cuando la lluvia del final no era sino la amenaza de algunos nubarrones, tres damas le pusieron colores diferentes al escenario 1: Fabiana Cantilo, Emme y Celeste Carballo. Más tarde, Dante hizo un set furibundo que tuvo desde raperos invitados (mientras por las pantallas se veía el final de Caracortada) hasta bailarinas. Lástima: el volumen de la banda de Spinetta Jr. hizo difícil escuchar la atractiva propuesta del Sexteto Irreal (reducido a quinteto en esta ocasión) en el lugar reducido que hay frente al escenario 2. Pero son de esas cosas a las que los festivaleros se acostumbran, y más después de ocho jornadas maratónicas. La línea de meta está ahí, a la vista: será el próximo viernes, cuando Andrés Ciro le ponga fin al ritual de Los Piojos, pasando lista a las banderas presentes en Ferro.