ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA MAÑANA EN VIVO EN EUROPA, UNA GRABACION INEDITA DE GUSTAVO “CUCHI” LEGUIZAMON
Un hermoso viaje por los sonidos de la naturaleza
El CD, que registra un concierto de su gira europea de 1991, es un notable aporte a la casi inexistente discografía de uno de los grandes compositores del folklore argentino.
Por Claudio Kleiman
Es el autor de muchos de los grandes clásicos del folklore argentino de las últimas décadas: Balderrama, Zamba de Juan Panadero, Maturana, La Arenosa, Zamba del laurel, Serenata del 900, La Pomeña y tantas otras, que constituyen uno de los corpus más ricos, innovadores y poéticos de la música popular de este país. Escribió también poesías, obras sinfónicas –como Preludio y jadeo–, música contemporánea y, además de ponerles letra a sus propias canciones, colaboró con poetas como Manuel Castilla, Miguel Angel Pérez y Armando Tejada Gómez, para alumbrar una obra impar.
“Los temas del Cuchi Leguizamón ingresan directamente en el cancionero popular de América latina. Mucha gente canta los temas del Cuchi sin saber que son de él, y ése es el máximo elogio para un artista, que las obras sean consideradas anónimas”, dijo de él Manolo Juárez, pianista que fue su amigo y colega.
Gustavo Leguizamón nació en Salta el 29 de septiembre de 1917, hijo de una familia tradicional salteña. Su padre le inculcó el amor por la música y aprendió a tocar el piano de manera autodidacta. La parte académica del lenguaje musical la aprendió mucho más adelante (empezó a estudiar cuando tenía 20 años), y para ese momento ya era un músico consumado.
Una de las leyendas en torno al sobrenombre que lo identificaría desde siempre relata que veraneando con sus padres en Cerrillos, fueron a comprar un lechoncito (cuchi quiere decir cerdo en quichua). Cuando el vendedor alzó el animal, éste se puso a chillar, y el pequeño Gustavo, para no ser menos, hizo lo mismo. Ahí el vendedor le dijo a su padre: “Chilla como un cuchi”, y quedó.
Fue abogado, fiscal de Estado, diputado extrapartidario, profesor de historia, gran cocinero, consumado narrador de historias, pero, por sobre todo, un músico inspirado y original que dejó profundas huellas en el folklore argentino. Tan vital es su legado que es muy probable que en cualquier álbum de folklore –vocal o instrumental– que se edite actualmente, encontremos algún tema con su firma. Conjugó de manera única el folklore argentino –fundamentalmente del noroeste– con una vasta gama de influencias cosmopolitas, entre ellas la música de los compositores Erik Satie (“este viejo hermoso a quien tanto queremos un grupo de salteños”, dice para dedicarle la Zamba del pañuelo, incluida en el CD En vivo en Europa, Schöenberg (bajo cuya influencia compuso la Chacarera de la muerte, otro de los temas incluidos en el álbum), Stravinsky y Alban Berg, y el jazz en todas sus formas, desde cantantes como Billie Holiday y Sarah Vaughan hasta pianistas como Thelonious Monk y Duke Ellington.
En palabras de Liliana Herrero, una de las cantantes que ha estudiado su obra con mayor profundidad, a la vez que interpreta su repertorio con fina sensibilidad, “Leguizamón fue uno de los esfuerzos intelectuales y artísticos más interesantes de este país por conjugar las viejas culturas –aquellos espectros de la tierra– y las vanguardias musicales. Se colocó en medio del mito de viejas culturas y la más moderna poesía de la soledad. Con sus músicas, tejió un universo de sonidos y de melodías absolutamente novedoso en el cual las voces antiguas entraban en diálogo amoroso y artístico con la sonoridad universal. El Cuchi fue un filósofo de los sonidos, del mito y del humor”.
Sin embargo, este compositor y filósofo portentoso con una obra tan rica tiene una discografía prácticamente inexistente. En vida editó sólo un LP, absolutamente inhallable, llamado Canto y guitarra, al que hay que sumarle una grabación en vivo en Rosario en 1983, editada por el sello Melopea junto a la Banda de Sonido que Leguizamón escribió para la película La redada, interpretada por Oscar Cardozo Ocampo.
Dos de los cuatro hijos de Leguizamón, Delfín y Juan Martín –psicólogo uno y antropólogo el otro, ambos residentes en Buenos Aires–, vienen desarrollando una incesante tarea para recopilar y difundir grabaciones, entrevistas y todo lo referente a la obra de su padre. Según Delfín, la ausencia de grabaciones estuvo lejos de ser una decisión consciente: “No editó porque las discográficas no le ofrecían lo que precisaba para grabar un álbum. Tenía interés en grabar, eran las compañías las que no estaban interesadas. Recuerdo una reunión en la que le dijeron cuánto le iba a costar grabar su disco. Y él tenía una idea de la música como un producto artístico que provocara la sensibilidad del oyente, estaba por fuera de cualquier relación mercantil”.
Juan Martín agrega que “hace poco leí una entrevista a Patricio Jiménez, del Dúo Salteño, donde relataba cómo lo conoció al Cuchi, que fue precisamente durante la grabación del disco Canto y guitarra, y decía que terminó agotado, porque fue todo muy difícil y cuesta arriba. Patricio dice que él detestaba relacionarse con la gente de las discográficas. O sea, el Cuchi quería grabar, pero vivía en Salta, no tenía ganas de venir a pelearse con ejecutivos, y no aceptaba los contratos leoninos por los cuales las compañías pasaban a ser dueñas de lo que el artista producía”.
Justamente, el Dúo Salteño fue una de las grandes creaciones del Cuchi. El dúo integrado por Patricio Jiménez y Chacho Echenique se convirtió en “la voz” que Leguizamón empleó para difundir sus composiciones. Juan Martín explica que “el Dúo Salteño es el instrumento del Cuchi, quienes difundieron de forma consensuada con él su música, trabajándola de la manera en que le gustaba”. Delfín añade que “ellos eran el dúo más su director técnico. El Cuchi aportaba además de las melodías –que eran de su autoría– los armonías vocales y los arreglos, que escribía especialmente para el Dúo Salteño. Incluso en vivo se presentaron muchísimo con Cuchi en el piano, en realidad eran un trío”.
La leyenda pinta a Leguizamón como alguien totalmente dedicado a su arte, abstraído por los sonidos de la vida y la naturaleza, y las melodías que rondaban continuamente su cabeza. “El Cuchi cuando se ponía a componer se olvidaba del mundo”, recuerda Delfín. “Por ahí se ponía a trabajar con cuatro notas, hasta que lograba una síntesis exacta de lo que quería. Era muy cuidadoso de la composición, la iba trabajando y puliendo continuamente, de una manera muy inspirada. Estaba en un estado de creación permanente. Podía ir caminando por la calle y estar componiendo, iba silbando, creando un poema, o pensando en algo que tenía que ver con alguna dimensión del arte. Escuchaba las bocinas de los autos y las pensaba como melodías posibles y no como ruidos de la ciudad. Estaba convencido de que los zorzales le contestaban, y era verdad. Se ponía a silbar, y hasta que el zorzal no le repetía el silbido, no paraba.”
Ese concepto de incorporar ruidos de la ciudad y sonidos de la naturaleza como parte de una composición musical se emparienta con las vanguardias artísticas y la música contemporánea, mundos que al Cuchi le resultaban totalmente familiares, tanto por su cultura como por inclinación natural. Según Juan Martín, “sabía que el dodecafonismo le interesaba y lo podía utilizar, y lo mismo con músicos como Bela Bartok, o las influencias del jazz, elementos que podríamos llamar de vanguardia. Nadie había utilizado esas formas de contrapunto en el canto folklórico como lo hizo él con el Dúo Salteño, y no sé si se volvió a hacer. Pero a su vez, gozaba de utilizar todos los elementos posibles para la creación. Hizo conciertos de campanas en Salta y en Tucumán, con las campanas de las iglesias. Y también hizo un concierto para locomotoras, en Salta; estuvo trabajando meses en los talleres ferroviarios, para adaptar los silbatos de las locomotoras a los distintos tonos”.
El ejercicio de la profesión de abogado no le duró mucho tiempo, porque “terminaba defendiendo gente que nunca pudo pagar nada, como algún indio del Chaco salteño, algún cuatrero del Pilcomayo”, continúa Juan Martín. Sin embargo, muchos de los personajes que conoció en ese período luego se convertirían en materia prima de sus canciones. Un criollo de Anta acusada de contrabandear pieles terminó siendo el protagonista de la Zamba de Argamonte, y otros casos ligados a la abogacía están inmortalizados en la Zamba de panza verde y la Chacarera del expediente.
Pero tanto la música como la enseñanza de historia fueron constantes en el Cuchi mientras pudo trabajar. En una entrevista realizada con la periodista Marta Rodríguez Santamaría, decía que “la única posibilidad de un mundo futuro feliz es que cada uno haga lo que quiere hacer, lo que le gusta. Yo me recibo de abogado, pero enseño historia y hago música. Y sinceramente he abandonado con conciencia la profesión, estoy harto de vivir de la discordia humana”.
Precisamente por la escasez de testimonios grabados, En vivo en Europa, el concierto registrado durante su gira europea de 1991 que se edita mañana con Página/12 –con el Cuchi tocando al piano algunas de sus grandes composiciones, como Maturana, Zamba del pañuelo y Me voy quedando, entre otras, a las que introduce con sus cautivantes narraciones–, constituye un doble hallazgo. Por un lado, pone a disposición del público una grabación previamente inédita del Cuchi tomada con buenas condiciones técnicas, donde se puede disfrutar su cálida personalidad y la extraordinaria musicalidad que lo convertía en un artista único; por el otro, el hecho de que prácticamente no existen registros de Leguizamón como intérprete. Allí puede apreciarse el clima casi hipnótico que iba construyendo solo con su voz y su piano, entretejiendo relatos y canciones y capturando la atención casi religiosa de una audiencia que –al menos en parte– seguramente no entendía sus palabras.
Delfín cuenta sobre aquel viaje a Europa: “Cuando regresa, nos cuenta que le había ido bárbaro, y no sabemos más nada durante unos cinco años. Luego de este viaje, el Cuchi cae enfermo, nosotros no teníamos idea de que eso podía pasar, y no teníamos grabaciones, nada de nada. Un día me llama una chica y me dice: ‘Escuché a tu papá, tengo una grabación de su concierto en Europa, y te la quiero mostrar’. O sea que lo tenemos simplemente porque a una persona se le ocurrió que a nosotros, que somos los hijos, nos iba a gustar poder escuchar el concierto que nunca pudimos presenciar en Europa. Es algo medio místico”.
El concierto también presenta un testimonio de Leguizamón en su última etapa de plenitud como artista, ya que 1992 marca prácticamente el fin de su actividad pública. Ese año viaja a Buenos Aires para recibir un premio otorgado por el Fondo Nacional de las Artes y tiene una caída que le ocasiona una fractura de clavícula. A partir de ahí, el Cuchi comienza un lento proceso de deterioro que lo confinó a una silla de ruedas y culminó con su fallecimiento el 27 de septiembre de 2000.
Pero la vigencia de su legado parece acrecentarse con el paso del tiempo. Leguizamón sostenía que las mayores revoluciones se producen en el arte (“no hay revolución más grande que la del surrealismo”, decía). En ese sentido, su música produjo una revuelta irreversible en el folklore argentino, que no volvió a ser el mismo después de él. Su refinado concepto armónico, el vuelo de su creación tanto musical como literaria, elevó los standards de la canción de raíz folklórica hasta convertirlo en un referente ineludible para artistas de todos los géneros, incluyendo el jazz y el rock.