ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A GUILLERMO ANGELELLI, QUE SE PREPARA PARA DEBUTAR EN LA PIEL DEL ILUSIONISTA HARRY HOUDINI
“Houdini, sobre todo, quería escapar del pasado”
› Por Cecilia Hopkins
Vio documentales, leyó biografías y hasta tuvo que estudiar magia –y trabajar horas frente al espejo– para adquirir el movimiento sutil de las manos en el trance de hacer que pañuelos y bastones desaparezcan. A punto de personificar al gran ilusionista Harry Houdini, el actor Guillermo Angelelli admite que no le fue fácil ingresar a los códigos de la comedia musical ni dominar el entrenamiento propuesto por el mago Adrián Guerra para realizar algunos de los trucos que incluye Houdini –una ilusión musical–, espectáculo escrito por Gonzalo Demaría y dirigido por Ricky Pashkus. Menos, en cambio, le costó remedar las dramáticas, ampulosas actitudes que se sabe asumía el escapista cada vez que ponía su cuerpo a prueba. Será porque el entrenamiento físico siempre ha sido una de las características de sus interpretaciones (ver recuadro). Por otra parte, a los efectos de encarar otras facetas del personaje, algo debió aportarle a Angelelli el hecho de haber visto de chico en Sábados de Súper Acción una película que mostraba sus hazañas –El Gran Houdini– que lo tenía a Tony Curtis en el papel protagónico. Eric Weiss –o el hombre que luego cambiaría su nombre por el de Harry Houdini en honor al célebre prestidigitador Eugéne Houdin– nació en 1874 en Budapest, como uno de los numerosos hijos de un rabino húngaro que decidió emigrar a los Estados Unidos. A los 12 años comenzó a practicar deportes y a experimentar con trucos diversos, pero su debut se produjo junto a su hermano Theo, en la Feria Mundial de Chicago. Tiempo después de ofrecer números de adivinación y magia, surgió en él la idea de dedicarse de lleno al escapismo, envolviéndose con cadenas y candados de todo tipo. De esta forma, sus trucos fueron complejizándose cada vez más, hasta ocupar espacios ajenos a las ferias y teatros de variedades. Así, se deja ver colgándose de un edificio de varios pisos, despojándose de sus ataduras o se libera de sus cadenas sumergido en ríos o piscinas. George Bernard Shaw había declarado por entonces que “los tres nombres más famosos en la historia son Jesucristo, Sherlock Holmes y Harry Houdini”.
Según cuenta Angelelli en la entrevista con Página/12, al igual que en los espectáculos que él mismo suele escribir e interpretar, también existe en esta comedia musical el marco apropiado para que el espectador efectúe un corte con el afuera: “Es que siempre es necesario que el público entre en una dimensión diferente de la que trae de la calle, ligada a lo cotidiano, porque así tiene la posibilidad de abrir la percepción a otro nivel. Ni qué hablar de un espectáculo como éste, donde la magia es parte esencial de la historia que cuenta”. La materia que devela este espectáculo es, en principio, “la historia de Eric, lo que le sucedió antes de convertirse en ese hombre que estableció un juego de seducción con la muerte, que estuvo siempre en el límite –anticipa el actor, quien relaciona la fuerza de convicción del ilusionista con un modo de pensar típicamente norteamericano–. A mí esos desafíos me hacen recordar al sueño americano, al pensamiento positivista de todos aquellos que vivían con la idea de que todo podía conseguirse mediante la voluntad y la disciplina”. El espectáculo es, entonces, un racconto posible de la historia del gran mago. Su figura ocupa el centro de la escena a instancias de la invocación de la presentadora (o commére) que interpreta María Concepción César. A partir de entonces, Houdini vuelve a la tierra –al escenario– para cumplir con su eterna promesa de escaparse de la muerte. “El espectáculo narra siempre en tiempo presente –aclara Angelelli– porque, aunque el relato se remonta al pasado, siempre se tiene en cuenta al público de la sala, y esto le da un color muy particular”, señala.
“A mí me parece un personaje muy pintoresco y querible aunque, tal vez, alguna de sus facetas pueda resultar antipática –se explaya Angelelli acerca de su personaje–. Hay en él una ingenuidad muy grande, y esto tiene que ver con un pasado muy doloroso, de mucha miseria, detrás de esanecesidad de escapar de su pasado, de construirse una imagen y hacer un mito de sí mismo. Para su época, Houdini fue un estratega publicitario impresionante: presentaba sus actuaciones colgándose de edificios, se desnudaba en el puerto para hacer el número de la caja china donde permanecía bajo agua encadenado y con un chaleco de fuerza. O desafiaba a Scotland Yard a que saldría de sus celdas de máxima seguridad. Tenía una tenacidad instintiva, a pesar de lo racional que era. Pienso que había un animal impresionante en él, con un instinto de conservación muy grande. A eso respondía su necesidad de escapar de Hungría hacia una vida mejor, hacia el sueño de todo inmigrante de hacerse la América.” Cauteloso al momento de revelar detalles cruciales del espectáculo, Angelelli cuenta, sin embargo, que “de los trucos de Houdini se recrea en la obra el llamado ‘la metamorfosis’ (se encerraba a su partenaire dentro de un baúl, pero es él quien aparecía dentro cuando se lo abría) y el truco de escapar de un cajón cerrado con candados que es tirado al agua, el mismo que repitió Mancera en los ’60” (ver recuadro).
Si, desde la más tierna infancia, Eric ya ejercitaba la autodeterminación en todas sus formas, la madre no fue un personaje para nada ausente. Angelelli cuenta que, en su composición, debió “encontrar la fuerza escondida en esa especie de niño que hasta el final fue Houdini, atado a las faldas de su madre”. A Adriana Aizenberg le cabe interpretar a la madre del mago, una presencia de peso, decisiva en su vida: “Fue una figura muy posesiva, una idische mame con todas las letras –describe el actor y prosigue–; él se va desde muy chico de la casa de los padres porque, al no haber medios económicos, en su familia cada uno debió arreglarse como podía. Pero la madre tuvo para él una importancia muy grande: uno de los objetivos de Houdini era lograr que ella volviese a Budapest a visitar a su familia, pero convertida en una reina. A tal punto que compra en una tienda muy exclusiva de Londres un vestido que la reina nunca había estrenado para que cuando su madre regrese lo haga vestida así”. No obstante, hay otra mujer importante en la vida del mago y ella es Bess, su esposa y partenaire (aquí interpretada por Elena Roger), siempre en conflicto, claro está, con la figura materna. “Frente al personaje de Bess –reflexiona Angelelli– yo me pregunto qué es un artista realmente, si aquel que está en el escenario o el que puede llevar a fondo una vocación de manera magistral, como ella, que acompañó con toda su voluntad y tesón a este hombre obsesivo, haciendo un arte de la propia vida.” Ahora, si para Houdini la muerte siempre debió formar parte del menú del ilusionista, el actor subraya que “la muerte de la madre tiene el efecto de dejar a la vista al ser humano vulnerable, que no puede resolverlo todo a través de la voluntad y es entonces cuando más necesita del afecto y la comprensión de su mujer”. Sin embargo, más allá de toda posibilidad de consuelo, Houdini decide recuperar a su madre muerta realizando sesiones de espiritismo, una afición muy de moda una vez concluida la Primera Guerra, practicada incluso por intelectuales como Thomas Mann y Gabriele D’Annunzio. No obstante el intento, en Houdini prevalece el pensamiento racional: poco después emprende una verdadera cruzada con el objeto de desbaratar los trucos y denunciar las imposturas del espiritismo. Por un insólito giro de su personalidad, también la magia se convierte en uno de sus blancos favoritos, en tanto escribe libros desde los cuales se empeña en desenmascarar los trucos de sus colegas y maestros. “Esto me parece interesante –analiza Angelelli– porque ahí Houdini deja de lado la ilusión para poner un énfasis mayor en el virtuosismo y en el trabajo del mago: descree del encanto y valoriza la habilidad, el trabajo que implica hacer un truco y llevar a cabo un desafío.”
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