ESPECTáCULOS › NO HAY GUERRA ENTRE VEDETTES: LAS CHICAS RIVALIZAN PERO TAMBIEN COQUETEAN

Entre plumas, concheros y odios light

Era la típica apuesta: las guerras entre vedettes hacían subir la taquilla. Pero este año sobrevino otra modalidad. Poses ambiguas entre ellas o aspiraciones a papeles de comedia. De hecho, la obra que convoca a más público es Taxi, un clásico que combina bikinis y estrellas de TV.

Por Julian Gorodischer
desde Mar del Plata

Ya no se pelean entre ellas, ni se dicen porquerías, ni ranquean en una lista de “tirabombas”, ahora que María Eugenia Ritó asume que quiere ser actriz, y Moria decreta el inicio de la Era Mordaza. Prefieren callarse, para el martirio del chimentero que les pide: “¡Digan algo!”. Pero las chicas protestan, convencidas de que es “hambre para mañana” (Ritó), que ellas no están para juzgar (Silvina Luna), que todas tienen un espacio, aleccionadas a una corrección política que les asigna nuevos roles: fingir el romance lésbico en la playa (el último fetiche de la revista de farándula) o acoplarse al monólogo autoconsagratorio. Más ombliguistas que nunca, las chicas hablan de sí mismas, abajo y encima del escenario: “Soy la única que dice la verdad, que te tira con todas las letras cuál asciende por la vía rápida”, asume la Ritó. Pero después se hace “la mudita”, como pasando la pelota. Así todo el tiempo, y el movilero tiene que salir a buscar por la ruta. “Es un lugar ideal para hacer guardia; pescamos a Julieta Prandi con un chongo rumbo a Gesell”, dice el fotógrafo que robó la primicia. Cuando ven a la modelo en la portada, las vedettes reflexionan: ¿No será tiempo de reaccionar?
“Por algo estudié periodismo”, piensa Yuyito, cuando decide hacia dónde dirigirá su monólogo biográfico. El género revisteril le impone que hable de su pasado como gatita de Porcel en la obra Resistiré con humor, como hizo en la primera etapa en Buenos Aires. “¿Pero cómo voy a decir siempre lo mismo? Qué creen que soy, un loro que repite las mismas cosas todo el tiempo”, protestó la noche en que decidió explotar su pasión por la cirugía. Ella fue una ferviente espectadora del Extreme Make Over, de Sony, no como las otras “que no tienen ni un pelito de cultura general”. La Yuyo (como se nombra a sí misma) muestra sus operaciones, se burla de las costuras, pide que la miren de cerca, ya sin pareos o sombreros tapadores. Pero igualmente no le basta: ¡no paga nadie! Los teatros no reflejan el boom vacacional (salvo Taxi, la obra de Carlín, ver recuadro) y entonces la Yuyo piensa: “Ma sí, yo empiezo a hablar”. La pobre destinataria es “la trava” Majo Dupré, que actúa después en el mismo teatro, en la pieza Escándalo. La pobre Majo se hizo famosa denunciando una violación en lo de Mauro, y de ahí pasó a encabezar junto a la ex prostituta Viviana Colmenero. La Yuyo decide ponerse furiosa: “¿Cómo van a meter a una trava y una prosti (a los íntimos, por lo bajo) en una marquesina de la avenida Luro?” Majo sale en Contalo, contalo a decir que la Yuyo no saluda a las travestis. ¡Primera guerra! “No sirve –dice el cronista de Canal 9–, es demasiado parecida a la de Moria versus Florencia. ¡Muy arreglada!”
“Por algo estoy con el más grande”, piensa María Eugenia Ritó, antes de salir a escena en la obra El viaje del humor junto a Jorge Corona. El tipo la disciplinó en el inicio: ni guerras, ni besos con chicas, ni poses en topless. El capocómico también es un divo, y no querría opacarse detrás de la vedette. Ella acepta “por el sueño de ser actriz”, ahora que trabaja en Los secretos de papá, hoy que dejó atrás la tapa escandalosa. ¿Y si no hay tapa? No le importa: es un sueño realizado eso de ser destinataria del chiste del ¡más grande!, cuando le dedica: “Te rompo el culo y después te lo cosen”. O el más sutil: “Tenés los pendejos colorados; parece que te dieron un pelotazo en la concha”. Si el resto de los humoristas aprendió que no se podía “ser tan bestia” (Nito Artaza dixit) con las chicas, Corona no puede parar, y entonces la Ritó nunca mira a la platea, se evade, da vuelta la cabeza hacia atrás. “¡Nunca podés sacarle un plano de frente!”, observa el fotógrafo, harto de buscarle la mirada sin conseguirla. Pero en el camarín ella reivindicará el orgullo de ser la vedette más tradicional de Mar del Plata: apenas un contrapunto y sin chistar, la que se subordina al verdugo (no Corona, ¡su mujerempresaria!), la misma que ya no está para otros trotes. “Estoy casada, soy una profesional, ¿qué querés de mí? Y además los juicios también acabaron con las guerras –dirá después–. Yo no puedo hablar por una demanda que me inició Panam: me pusieron la mordaza”
“Ahora la que ratonea es la colegiala”, piensa Silvina Luna, y por eso decide acentuar los agudos, el susurro, el agradecimiento al papi Gerardo como si fuera una nenita a pesar de los veintilargos, ahora que le toca encabezar entre las mujeres en Diferente, post partida de Pamela David. Si no hay guerras, hay que acentuar el diseño de perfiles, y las vedettes construyen arquetipos de sí mismas, quieren imponer clarísimos modelos de diferencia, ser muy carismáticas, mutar a la caricatura. La de Silvina es la bebota, enamorada del amo, acosada por un viejo (en el sketch junto a Rolo Puente), fiel y calladita. Pero, en Mar del Plata, el perfil que cotiza es el corchito erótico, y por eso casi se llena la obra de María Eugenia, cuyo sketch de más lucimiento la ubica en el sauna Punta Pijotes. “Yo me llamo Luciana, y con una mano te dejo de cama”, dice María Eugenia, que hoy no está de buen humor y no propone su ritual preferido en entrevistas: que le toquen las tetas para comprobar la blandura. La caricatura de Marixa Balli es “la resentida”, ahora que el antihéroe (en Resistiré, en Padre Coraje) se lleva el protagónico en tiras y ella sabe que hay que contestar al reino del travesti (en El humor no tiene trabas) con un cross a la mandíbula: compone a Morticia, imposta el gesto de guerrera, y se esfuerza para subir al rango de bailarina. “¿Viste como elonga, como se estira cuando baila”, dice un agente de prensa. Todo en extremo: más allá del realismo. “La intocable” Celina Rucci, alias Miss Playboy, posa en los divanes del parador de FM Metro, y no habla con nadie si no hay previa autorización. La diva Florencia de la V remarca más que nunca que ella es capocómico y vedette al mismo tiempo, ahora que las marquesinas ofrecen un show de travestis cada tres cuadras. “Vienen con los chicos a ver a las travestis; hay un morbo rarísimo”, se impresiona Ginette, de la pieza Tras Eros: a contramano.
“Alguien tiene que pagar”, piensa Moria Casán, justo en el momento en que ella también decide dejar atrás La Guerra. Su manager avisa a Página/12 que Moria no va a hablar de nadie más que no sea de ella misma, ni va a participar de ninguna nota con muchas voces, y entonces la vedette recuerda que no salió muy bien parada de su última batalla pública. Florencia de la V se llevó el trofeo de la víctima (¡agredida por ser travesti!) y también el de verdugo (¡la pasó por encima!) en el famoso affaire de las tres divas sin Moria. “Que se vaya a afeitar; que se cambie los calzoncillos”, se desató la ex dueña de Gaysoline, y lo cierto es que no se ven tantos gays (su fan promedio marplatense) en la puerta de El fondo no puede esperar. El que paga es El Gordo, último mártir costero en la era de la mordaza, ahora que la furia se le dirige, y José María Listorti lo invita a subir, y lo trasvisten con un neoprene finito, plumas y corona, lo empujan, lo obligan a menearse, en un descenso a los infiernos que compensarán con una botella de vino como souvenir. Marixa Balli se ríe nerviosamente, en El humor no tiene trabas, cuando al Gordo lo convierten en un chirolita que habla con la voz del showman, y dice cosas como “Soy trolo, me gusta la banana”. Siempre baja sonriendo El Gordo, y lo arengan. “Te ganaste una noche con Florencia de la V en el Costa Galana; con perchero incluido”. ¡Alarma! Alguien intentó quebrar la ley de la mordaza. Al final, algún tirito siempre se les escapa. Florencia contesta desde el texto de Diferente: “No se cuelguen de mis tetas”. ¿Usa la frase de Moria? “Ahora se ponen una pluma en el culo y ya son vedettes –contesta la diva veterana–; y yo soy la casita de Tucumán con tetas. A mí, díganme show woman.”

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María Eugenia Ritó soporta calladita las bromas pesadas de Corona.
 
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