ESPECTáCULOS
› SERGIO RENAN
Y LA PUESTA DE “LA PROFESION DE LA SEÑORA WARREN”
“La emoción puede ser cursi, pero es un vínculo poderoso”
La obra de Bernard Shaw que se presenta en el Regio iba a ser dirigida por Norma Aleandro, pero las obligaciones de la actriz la llevaron a pedirle que se hiciera cargo. “¿Cómo iba a decirle que no?”, interroga Renán, que aquí repasa sus inclinaciones teatrales y humanas, y confiesa su escepticismo.
› Por Cecilia Hopkins
El oficio de la dirección teatral consiste en “convertir en una realidad concreta todas las imágenes, los sonidos, las fantasías y conceptos de una obra para expresar una determinada visión del mundo”, en palabras de Sergio Renán. A pocas horas de haber reestrenado en el Teatro Regio (Córdoba 6056) La profesión de la señora Warren, de Bernard Shaw, el actor, director y cineasta admite que, a pesar de la autoexigencia que lo caracteriza –y que le impide dormir cuando se acerca la fecha del debut–, está muy conforme con el resultado obtenido por el elenco que encabezan Claudia Lapacó y Eleonora Wexler, y completan Juan Manuel Tenuta, Aldo Barbero, Juan Carlos Puppo y Claudio Tolcachir. Aunque, hay que aclararlo, esta puesta no estaba en sus planes: era Norma Aleandro quien iba a dirigir la obra pero, a causa de la serie de reemplazos que debió afrontar en La señorita de Tacna, de Vargas Llosa, le pidió a Renán que continuara con el proyecto. “¿Cómo iba a decirle que no?”, se pregunta en la entrevista con Página/12. En relación con lo mal que sobrelleva sus estrenos, Renán puntualiza que, desde su perspectiva, “no es Bernard Shaw ni los actores sino yo mismo quien está expuesto allí”. De todos modos, el director encuentra algún consuelo cuando afirma que “las expectativas y los fantasmas también forman parte de lo maravilloso que tiene mi actividad”. Y aunque para él dirigir es, en gran medida, exponer su identidad a consideración de otro, no es la palabra ajena lo que más teme. “Mi valoración sobre lo que hice es lo que a mí me importa en lo más profundo de mi ser, mucho más que la opinión de los demás”, subraya Renán. “Aunque para el tipo de cine y teatro que yo hago, creo que la crítica tiene mucha influencia y define la concurrencia de público.”
–¿A qué se refiere cuando dice “el tipo de teatro que yo hago”?
–En realidad, para definirlo debería referirme a mis diferentes etapas. En mis comienzos sentí rechazo por el naturalismo en cualquiera de sus formas, a la manera de los más dogmáticos jóvenes iracundos. Fue cuando hice Las criadas, de Genet, y las obras de Pinter y Vitrac. Después hice lo que en términos objetivos puede definirse como un buen teatro comercial. Es el caso de Hijos del silencio o M. Butterfly.
–Su puesta de Drácula también entrará dentro de ese mismo grupo...
–Creo que Drácula es un caso aparte. Yo lo viví muy conflictivamente, porque mis orígenes socialistas y mi inserción juvenil en el teatro independiente –con todos aquellos ideales de transformación de la sociedad a través del arte– siempre condicionaron los contenidos de las obras que yo elegía. Yo podía hacer espectáculos que desde lo teatral no fuesen demasiado relevantes, siempre que se hiciera referencia a cuestiones que yo compartía profundamente. Para mí Drácula fue un divertimento que, según me parecía, tenía una clara falta de trascendencia. De modo que su éxito fenomenal siempre estuvo, para mí, teñido de un costadito vergonzante.
–Tal vez porque no respondía a los valores que sus padres le inculcaron desde chico...
–Exactamente. A mí, mis padres me transmitieron la visión más elemental y obvia del humanismo: el respeto por la condición humana, la visión de la igualdad, el respeto por las diferencias. Si hay algo que puede caracterizar mis elecciones en lo teatral y cinematográfico es la adhesión a las minorías. Tengo mayor afinidad con ciertos sectores vividos como inferiores o discriminados, algo que, imagino, tiene que ver con mis raíces judaicas.
–¿La ópera es otra de estas categorías?
–Sí, como espectáculo totalizador, la ópera me permitió investigar la relación entre el teatro, la música, el ballet. A mí la suntuosidad me gusta tanto como el ascetismo y la esencialidad visual de otras propuestas escénicas. Esto tiene que ver con el origen musical que, en mi infancia y adolescencia, tuvo mi destino artístico, luego orientado hacia la actuación y la dirección.
–Desde hace tres años consecutivos, usted y Norma Aleandro recorren España con Mi querido mentiroso, obra inspirada en la correspondencia que intercambiaron Bernard Shaw y Stella Campbell. ¿Cómo es pasar de interpretar al dramaturgo a dirigir uno de sus textos?
–Es muy divertido porque, teóricamente, eso supone que puedo adjudicarme la autoridad absoluta acerca de todos los puntos de vista que tengo sobre la obra. Mi palabra se vuelve indiscutible para los actores (risas).
–¿Cuáles son esos puntos de vista?
–En varias oportunidades, Shaw hizo referencias desdeñosas acerca de lo sentimental, como a un enemigo del pensamiento profundo. A diferencia de muchos intelectuales, yo no creo en eso (y, provocativamente, llamé Sentimental a una de mis películas). Es verdad que la emoción puede convertirse en cursilería y, en algunos casos, ser barata hasta la obscenidad. Pero, en sí misma, la emoción no deja de ser parte del vínculo poderoso que el espectáculo debe establecer con el espectador, cuando el texto lo permite. Acá yo sentí la necesidad de agregar a la claridad expositiva que se daba en la confrontación ideológica de los personajes, un nivel de sentimiento arrebatador. Estoy muy conforme de la dimensión que adquirieron las ideas a través del compromiso emocional del actor.
–La obra, escrita en 1894, realiza un análisis de la prostitución a través de la relación que mantiene una madre con su hija. ¿Cree que los puntos de vista que expone aún tienen vigencia?
–El núcleo de la denuncia de Shaw se centra en la explotación de la mujer como causa de la prostitución. Pero yo no creo que sea ésa la única causa, también hay que considerar una necesidad de transgresión y las más diversas formas de prostitución. La supervivencia, por otro lado, puede no ser el eje del ejercicio de esa profesión sino la necesidad de acumular riqueza, porque hay putas muy poderosas. Espero abrir con esta obra un espacio para la interrogación, dirigido a todo tipo de público.
–Usted asegura que hoy tiene más dudas que certezas. ¿No debería expresarse a través de otro autor, tal vez menos optimista que Shaw?
–Sin dudas. Por eso decidí no tomar partido por un personaje determinado de la obra. Mi escepticismo acerca de la condición humana se fue incrementando con los años, de manera tal que dejé de creer en cosas en las que creía cuando era joven y pienso que ya nada puede modificar esto. En la confrontación entre la bestialidad y la civilización, entre la dictadura y la democracia, ahí es donde me empiezan a aparecer cada vez más dudas y, por lo tanto, van desapareciendo las certezas. La identificación del bien y del mal, por ejemplo, pasa a ser más imprecisa. Por supuesto que tengo clara la capacidad de amor, solidaridad y piedad que habita al hombre, pero a esta altura de mi vida, y particularmente viendo la degradación de la sociedad en su conjunto, veo que lo mejor de la condición humana ha sido reemplazado por un mayor confort, por una mayor posibilidad de bienestar técnico para aquel que tiene el dinero como para adquirirlo. Ni en mi niñez ni en mi adolescencia conocí una miseria como la que existe hoy. Así se ha particularizado la visión de mi país, al que amo con dolor: tengo la sospecha de que va a ser muy difícil, que va a llevar mucho tiempo modificar esto.
–Usted estuvo en total casi 9 años al frente del Teatro Colón y luego se desempeñó como director de Asuntos Culturales de la Cancillería. ¿Hoy volvería a aceptar un cargo público?
–El optimismo es una condición imprescindible para asumir una función pública. Y ese nivel de optimismo necesario ya lo he perdido, se ha evaporado. El que laboriosamente conservo será para dirigir mis espectáculos y películas. Mi escepticismo con respecto a la posibilidad de realizar un cambio es muy grande. Yo sé –y no voy a ser hipócrita– que si hoy tuviera determinado cargo, las cosas en el área de Cultura estarían mejor de lo que están, pero nunca todo lo bien que yo querría. Porque la clase política no tiene de la cultura la mirada que debería tener, la cual supone no solamente apoyo sino la decisión de emprender todas las peleas que sean necesarias con todos los sectores políticos y gremiales que, por distintas razones, sientan comprometidos sus intereses y espacios de poder. Porque hay sectores que dificultan hasta la parálisis las posibilidades reales de un funcionario cuya ambición no se reduzca a mejorar un poco el estado de las cosas. Llegué a esta dolorosa convicción después de haber sufrido y gozado en todas mis tareas públicas. De manera que el balance es más agrio que dulce.
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