ESPECTáCULOS › RODOLFO MEDEROS PRESENTA EL JUEVES SU NUEVO TRIO
“Necesitaba dejar influencias dominantes”
Cabeza visible de una nueva música porteña en los ’70, Rodolfo Mederos abrazó más tarde la causa del rescate de la tradición. Dirige una típica y ahora se aventura con un trío camarístico, que él define como “de patio”.
Por Diego Fischerman
Rodolfo Mederos define su nuevo trío como un principio. Y habla de los principios del tango, de sus reglas, de su esencia, y, también, de sus otros principios, de aquellos en que se bailaba en salones de estirpes diversas y en que se tocaba, entre otros lugares, en los patios. “En la música clásica, hay obras y estilos que necesitan las grandes orquestas y las grandes salas; que buscan los públicos desconocidos. Y también están las músicas hogareñas, las que se hacen entre amigos. Haciendo un paralelo con el tango, están las grandes orquestas, las típicas, y está lo que yo llamo ‘el tango de patio’. Cuando era chico, estuve escuchando y tocando infinidad de veces en patios. Era común que los pequeños grupos, un guitarrista o dos, un bandoneonista, tres o cuatro vecinos, se juntaran allí y, mientras circulaban el mate y los pastelitos, se hiciera y se compartiera música. No sólo tangos, también alguna ranchera, algún chamamé, una zamba. Eso es lo que rescatamos con este nuevo grupo.”
Ya con la típica con la que toca habitualmente en el Tasso, Mederos hizo un gesto claro de reivindicación no sólo de un estilo sino de una tímbrica particular. “En realidad es más lo segundo que lo primero –explica–. Este es apenas el comienzo. En un primer momento necesitaba volver al sonido del tango, desprenderme de influencias de la cultura dominante, que viene del rock, y reconquistar una de las grandes invenciones propias que tenemos. Dejar el bajo y la guitarra eléctrica, por ejemplo, y armar esto que armé: una orquesta típica. Allí, aunque hay una guitarra, está más a la manera del vibrafón en la orquesta de Fresedo o el clarinete bajo en la de Salgán, por una cuestión de color, que por otra cosa. Pero una vez rearmado ese sonido, o el de este trío de patio mi idea es empezar también a crear otra cosa. No hay ningún motivo por el cual el estilo no pueda ser personal, de la misma manera en que no hay razón para que toda evolución sea por el lado de agregar cada vez más acordes y cada vez más notas. Eso es frívolo y no me interesa.”
El trío, esta especie de búsqueda radical de la síntesis y de declaración explícita de sencillez, está conformado también por el contrabajista Sergio Rivas y el guitarrista Armando de la Vega (fiel compañero de ruta de Mederos) y se estrenará en público el próximo jueves 23 a las 20 en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). “Es un trío que funciona casi como un cuarteto, porque el bandoneón, que habitualmente toca con una sola mano, aquí sostiene el peso de dos voces. Y además hemos buscado no sonar siempre los tres juntos. Están todos los dúos y solos que puedan imaginarse y los papeles están lejos de ser fijos. No se trata de un bandoneón con acompañamiento sino de distintas voces, con un alto grado de independencia entre sí.” Después de un pasado como bandoneonista de la orquesta de Osvaldo Pugliese –un pasado al que, en el comienzo de su carrera solista, sintió que debía enfrentarse y que, sin embargo, más tarde, levantó como bandera–, Rodolfo Mederos ocupó el lugar, en la década de 1970, del gran renovador de una música en la que, después de lo hecho por Piazzolla unos diez años antes, no había sucedido demasiado. En 1969, su bandoneón aparecía tocando un arreglo de Rodolfo Alchourrón en el tema Laura va del primer disco de larga duración de Almendra. Poco después aparecía Generación 0, donde una auténtica fila de bandoneones, en el mejor estilo de una típica, se juntaba con bajo y guitarra eléctrica y batería.
“Fue un error –afirma Mederos–. Quería hacer una especie de Pink Floyd con aroma a tango, una especie de rock que se pareciera a lo que escuchaba en ese entonces –Emerson, Lake & Palmer, Yes–, pero que sonara más propio. De lo que no me daba cuenta era de que no había que ir por ahí. Que no había por qué usar las instrumentaciones y los modelos de desarrollo del rock y el jazz, teniendo otros que eran propios y más ricos. En el tango, las variaciones, que son las maneras en que se desarrolla un tema, siempre provienen de ese tema y siempre permiten escuchar esa relación. En el jazz, los solos son narcisistas, muchas veces no tienen nada que ver con el tema.” Obviamente, no escucha sus discos viejos ni cree que tengan nada que decirle a nadie. Lo que, por supuesto, no es cierto. Allí hay un germen que, aunque parezca lo contrario, está sumamente presente en la manera en que Mederos hace música actualmente. En su concepción estética, el sentido de lo que se hace y, sobre todo, el poder comunicador, resultan fundamentales, a pesar de que en el momento de elegir sus fuentes no dude en ir todo bien atrás. Su escuela, dice, es la de Láurenz, admira a Maffia, claro, pero su ídolo es Osvaldo Ruggero. No cree que haya un verdadero resurgimiento del tango, no encuentra interesantes las búsquedas de los músicos jóvenes que se dedican al género, y es más bien escéptico respecto de que se trate de algo más que simples especulaciones comerciales. Pero apuesta a que tal cosa sea posible en algún momento. Parte de las metas declaradas tiene que ver, justamente, con “recuperar una historia, con hacerla presente para que de allí pueda surgir un futuro”. Y, de paso, no ahorra diatribas contra “las muecas vacías” de los bailarines de tango, “que aparecen cada vez que uno levanta una baldosa” y contra los que imitan a Piazzolla, un músico al que le reconoce su talento pero con quien es inusualmente crítico en un ambiente en que no hay nada peor visto que meterse con un ídolo. Por cierto, sus críticas nada tienen que ver con aquellas que le negaban entidad tanguera a Piazzolla sino con otras cuestiones. “Con respecto a Piazzolla hay dos miradas posibles. Una es la mirada para adentro, él y su música, él y su toque en el bandoneón. Y la otra es la que lo ve hacia y desde afuera; lo que produce su música, con ciertos vicios de toxicidad, y la deformación que hay en torno de ese universo. Piazzolla es una luz, sin duda, pero no de las que iluminan sino de las que enceguecen.”