ESPECTáCULOS › LA ESPERA Y EL CASTING MASIVO PARA EL “POPSTARS” MASCULINO
“Si no sale esto, me voy a ir del país”
Unos cuatro mil jóvenes, buscadores de fama, desocupados y fans de baladistas latinos coparon el Campo Hípico, desafiando el frío matinal. Con el antecedente del éxito de Bandana, la espera tenía un objetivo: entrar en la tele y, desde allí, alcanzar el estrellato.
Por Julián Gorodischer
El rubio está en la mala, sin trabajo y con ganas de que lo vean cantando “Maldita noche”. “Si esperaba un día más, me golpeaba la cabeza contra la pared”, dice, y por eso llegó el miércoles temprano, antes que los otros, a empezar la cola de un kilómetro que incluyó, el sábado, a casi cuatro mil varones (de entre 15 y 25 años) desvelados por parecerse a Ricky Martin, “pero mejor”, según el tercero de la fila. Curtidos aspirantes a estrellas tele-pop conocen de memoria las respuestas que deben dar para ligarse a sus precursoras: ejercer el sacrificio (en las madrugadas junto al río, el frío duele) para cumplir un sueño, llegar muy alto, concretar la fantasía... Sólo que la crisis y el país quebrado agregan, esta vez, un nuevo ítem. “Si no sale esto, me voy del país –dice Jorge Benedetti, entre los primeros–. Me echaron y está jodidísimo, ¿qué queda?”. El sueño argentino, se ve, admite una sola variación: entrar en la tele. Mucho más después del éxito de Bandana, grupo resultante de la versión femenina del ciclo, televisado por Azul. Ahora, es Telefé el que apuesta a los varones. Los del fondo, especie de After Hour de las discotecas, chicos sin dormir que vinieron directo a probar suerte, no pudieron vivir el clímax de la jornada. Pero escuchan el rumor y quedan boquiabiertos: hubo una hora de la madrugada, en la cual una aparición recorrió cada centímetro de la cola, dio un beso a cada mejilla, deseó “suerte, mucha suerte”, y escapó como vino, sin decir mucho más que un “tengan fe” que derramó lágrimas en todos. Lissa, la rappera de Bandana, les dijo: “Ustedes pueden, inténtenlo”, muletilla “Popstar” de alto rendimiento y, ahora, sin estar tocados por esa cábala, los bolicheros del fondo se lamentan por la falta de pericia: “Tendríamos que haber llegado antes”, dice Santi, que se sabe “Popstar” aun antes de serlo. Y los otros siguen en lo suyo, un juego malicioso que reparte a los aspirantes en categorías fijas: barriales que aman a Chayanne, “mariconas” que bailan a Madonna, rapperos que quieren ser Lissa y, la más loable, pibes sin laburo.
Los primeros de la cola, previsores, llegaron desde las provincias. “Maldita noche, queremos mear...”, reinterpreta una barra de Rosario el hit de las Bandana, y aporta a la madrugada algo de euforia nac y pop entre tanto peinado a la moda y maquillaje para borrar la cara de cansados. Los de Rosario, que huyen de “un cordón industrial destruido”, que sobreviven con las changas, se preocupan por una cuestión de imagen. Saben, lo supieron desde chicos, que la tele exige requisitos y por eso Marcos, el de los dientes quebrados, tiene miedo. “Igual, me dijeron que me ocupe de la voz, que acá la plata lo arregla todo”, se consuela, un poco desconfiado, pero alentado por la barra que no detiene la guitarreada, desde Pavarotti a Pantera, sin distinciones.
En unas horas, cuando salga el sol y no haga tanto frío, todos entrarán al Campo Hípico, para una primera selección y show musical de las Bandana como bienvenida, para cantar el himno, de pie y muy erguidos, envueltos en banderas y camisetas celestes y blancas que muchos trajeron para que “viva la Argentina, que viva ‘Popstars’”, como gritan desde más allá, y el ataque nacionalista, repentino, ya no se detiene. “Argentina, Argentina...”, dicen los de vincha en color patrio, y aclaran, siempre, que “el sentimiento –según un pelado envuelto en bandera– va más allá de una derrota de la Selección”. En unas horas, les dirán, en el campo, que ellos son “más que Ricky Martin”, que van a ser “mucho más que los Backstreet Boys”, y el orgullo será grande y multiforme: ser argentino, elegido por el jurado para la primera vuelta, saludado por las Bandana y famoso, ya famoso, ¡si hasta les hicieron entrevistas antes del triunfo!
A las siete, con las primeras cámaras de TV, sobreviene el desbande, la locura, griterío y pedido desesperado: “Acá, acá...”. Daniel, con su túnica de inscripción “Amo a Popstars” y “Amo a Susana”, dice que prefiereadmirar a la diva que salir a robar, e improvisa imitaciones de Thalía, la Bomba Tucumana, Mamá Cora y Patricia de “Betty, la fea”, apasionado por Telefé, al menos hoy, cantaor de “La cucaracha” con performance y todo: una arrastrada por la vereda y saltitos en cuclillas. Con el fervor de las primeras notas de la mañana (¡aparecer en la tele!), los hermanos Paoli se salen de la fila para hacer un rap delirante que asocia cualquier tema a la experiencia “Popstars”, atracción de esta feria. A un costado de la fiesta, alguien se queja. “Los medios me robaron, me pedían dinero para grabar demos y era todo falso. Quiero pensar –dice Esteban I., en la clandestinidad– que estos productores van a ser sinceros; que ‘Popstars’ existe, pero tengo dudas. Los conozco demasiado”.
¿Sabe una estrella tele-pop que lo será aun antes de serlo? Carlitos Sueta, de 16, los ojos celestes y el flequillo rubísimo muestra sus fotos como modelo y, a su lado, su mamá entra en trance. Mamás miran a sus varones con la fascinación de imaginarlos en el escenario del Gran Rex, batiendo records, como si el querubín que las sacará de la miseria, o el desempleo, o el anonimato, mereciera siempre a un dios velando. “Cantaba en todos los actos de colegio”, asegura María Inés sobre Carlitos, y las cámaras acuden al rincón, convocadas por lo celeste y lo rubio, rasgos de exportación que garantizan un paso a la siguiente ronda. Silvia, mamá de Pablito, menos orgullosa de lo morocho y lo marrón en su chico, pelea por el ingreso de una cámara, como si la experiencia no valiera sin el flash: “Soy de Córdoba, no voy a hacer nada fuera de lugar”, insiste ante el guardia, que sigue negando. Mamá María Inés da una palmada en el hombro de Carlitos y se despide hacia la cola de los acompañantes. Las mujeres quedarán clavadas en la tribuna por lo que dure el sábado de casting: sólo sea por el estrellato. Todas asienten cuando Silvia resume el calvario, la espera, el frío, el madrugón en una clave compartida: “Tenía que apoyarlo: mi hijo quiere llegar a ser algo”.
Y ahora que se abren las puertas del Campo Hípico, ahora que el paso es lento pero seguro, el uruguayo se hace pis encima de los nervios y el arriado se produce a ritmo constante. La tropa va en silencio, como si el momento sagrado expulsara las bromas, los cantitos, la guitarreada, el show off para las cámaras, y quedara apenas el ligero temblor del labio superior, la duda colectiva que sobrevuela, ¿al matadero o a las marquesinas?, mientras la voz ronca repite desde el altoparlante: “En fila, sin salirse, avancen...”.