SOCIEDAD › SE MULTIPLICAN LAS HUERTAS ORGANICAS EN LA CIUDAD
Semillas en medio del cemento
Chicos y adultos siembran en canteros, patios y macetas. La experiencia se aplica en 170 escuelas y se expande hacia comedores y asambleas vecinales, como recurso de supervivencia.
Por Eduardo Videla
Entre el hormigón de la ciudad brotan de a poco los espacios donde escolares y adultos van sembrando semillas de lo que puede ser un nuevo modelo de supervivencia: las huertas orgánicas, promovidas desde algunas escuelas porteñas, se extienden hacia pequeños terrenos, canteros, macetas y hasta patios con las baldosas levantadas para sembrar rabanitos o legumbres. La experiencia, impulsada por la Secretaría de Educación y apoyada por técnicos del INTA, empezó como una tarea más de aprendizaje pero se está convirtiendo de a poco en un recurso para obtener alimentos. Se lleva a cabo en 170 escuelas porteñas, pero ahora se está extendiendo hacia los mayores con un efecto multiplicador: “La demanda se ha quintuplicado respecto del año pasado, por parte de centros de jubilados, asambleas vecinales y comedores comunitarios”, dice Janine Shonwald, técnica del INTA y una de las encargadas de los cursos de capacitación. A pesar de su crecimiento, el programa está en la cuerda floja: los aportes del Ministerio de Desarrollo Social, que permiten financiar el programa, están en suspenso.
Todos los días, los chicos de la escuela de Recuperación Nº 5, de Parque Patricios, caminan una cuadra hasta el Hospital Penna. Allí funciona la huerta, en un terrenito de 80 metros cuadrados que les presta el director del hospital. Van empuñando palas, azadas y zapines, tijeras y palitas de mano, para limpiar el terreno, remover la tierra y seguir plantando semillas, avanzando sobre un territorio todavía cubierto de yuyos. En la zona que ya fue conquistada por el trabajo crecen espinacas y lechugas, remolachas, cebollas y perejil. En el medio, Alejandro, el espantapájaros que armaron y bautizaron los chicos, cuida el lugar de los depredadores de la huerta.
No sólo vienen los chicos hasta el hospital. Algunos padres llegan a colaborar con la tarea más pesada y otras madres van para aprender las técnicas de la huerta orgánica. Es el caso de Blanca, la mamá de Ludmila, de 12, que ya levantó una parte del patio de su casita, en Parque Patricios, para plantar habas, acelga y remolachas. “En este momento es una ayuda, porque son cosas que no podemos comprar en la verdulería”, dice la mujer.
La experiencia se repite en otras escuelas: desde la Nº 21, de Villa Lugano, donde concurren chicos de las villas 15, INTA y Pirelli, hasta el Lengüitas, de Juncal al 3200, en Barrio Norte, donde “un grupo de vecinos se está capacitando para trabajar en un comedor de la Villa 31”, dice Shonwald.
Ana María Zerboni, coordinadora del programa Reviba, de la Secretaría de Educación porteña, explica que son 170 las escuelas de la ciudad donde se implementa el programa, y que los alumnos involucrados rondan los 60.000. “Uno de los mayores problemas que tenemos es la escasez de terrenos. Pero se va solucionando de distintas maneras: en maceteros, toneles partidos por la mitad o levantando parte de los patios para hacer canteros”, comenta Zerboni.
Es el caso de la escuela Nº 21, del barrio Piedrabuena, en Lugano. “Levantamos parte del patio para hacer un cantero. Allí se plantan hierbas aromáticas, rabanitos, espinaca y lechuga”, cuenta la directora, Miriam Picasso. Al trabajo en la escuela ya se incorporaron dos adultos, beneficiarios del subsidio para Jefes y Jefas de Hogar, que se ocupan de las tareas más pesadas.
En la de Recuperación Nº 5, de Parque Patricios, adonde concurren chicos con problemas de aprendizaje y de conducta, la directora, Susana Martínez, resolvió el problema de la falta de tierra con una gestión ante el Hospital Penna, que les prestó una franja de tierra junto a la morgue, dentro del perímetro del hospital.
“Se sacan los yuyos y se remueve bien la tierra. Se hace un agujero y se pone la semilla. Después se aplasta, pero no muy fuerte”, describe Ludmila (12), sorpresivamente locuaz en su timidez. Como Alfredo, Miguel, Diego,Gerardo o Gabriel, siente que por una vez alguien se ha interesado por su trabajo y se empeña en demostrarlo.
Claudia Samat, es una de las maestras que dicta el taller, ha sido convocada para transmitir su experiencia a la gente del comedor comunitario de la Villa 24. “Quieren tener su huerta para abastecer al comedor”, dice la docente, que no esquiva el desafío. Y de paso, enumera las dificultades del grupo. “Nos hacen falta herramientas para los chicos, y ahora nos están entregando menos semillas”, advierte.
En realidad no hay menos semillas sino más demanda. “El efecto multiplicador es impresionante: desde el año pasado la demanda se ha quintuplicado”, dice Janine Shonwald, del INTA. “Estamos capacitando promotores en los centros de jubilados y las asambleas vecinales, como la de Villa Urquiza, que ya tiene una huerta en terrenos gestionados por el CGP del barrio”, agrega. Sin embargo, pese al éxito del programa, la coordinadora no cobra desde marzo, y la empresa que provee las semillas reclama una deuda del 2001 “porque el programa Prohuerta, de Desarrollo Social, lleva ejecutado apenas el 7 por ciento de su presupuesto anual”.