ESPECTáCULOS › UN PROGRAMA NOTABLE EN EL MARCO DEL CICLO “CINE, POLITICA Y MEMORIA”

El cine ayuda a pensar la Historia

Los films “La noche del golpe de Estado”, “Lisboa 1974”, de Ginette Lavigne, “El juez y el historiador (El caso Sofri)” (2001), de Jean-Louis Comolli, y “París: diario de ocupación 1941-1944” (1986), del argentino Edgardo Cozarinsky se exhibirán hoy en el Centro Cultural Rojas.

 Por Luciano Monteagudo

¿Cómo pensar la Historia desde el cine? ¿De qué manera un documental puede reabrir el debate de ideas acerca de un personaje o una época determinadas? ¿Es posible referir un hecho del pasado sin apelar a material de archivo? De hacerlo, ¿cómo darle nueva vida? Dentro del ciclo “Cine, política y memoria”, que viene desarrollando el Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038), el programa de hoy resulta particularmente atractivo, no sólo por el grado de interés y la calidad de los films seleccionados sino también por su capacidad para dialogar entre ellos, para responder a estas preguntas desde la diversidad de criterios y enfoques.
El bloque de las 19 horas estará dedicado a dos trabajos que en abril pasado integraron la sección “Pasado y presente” del IV Buenos Aires Festival de Cine Independiente, La noche del golpe de Estado, Lisboa 1974 (2001), de Ginette Lavigne, y El juez y el historiador (El caso Sofri) (2001), de Jean-Louis Comolli. El film de Lavigne probablemente pueda considerarse la obra maestra desconocida del último Bafici, un objeto audiovisual singular, capaz de desafiar las nociones convencionales de ficción y documental. Formada junto a Comolli (de quien fue su asistente primero y luego coguionista de L’affaire Sofri), la documentalista Lavigne convocó para su film a Otelo Saraiva de Carvalho, quien fue uno de los líderes de la llamada Revolución de los Claveles, que en 1974 acabó con la larga dictadura nacionalista instaurada en Portugal hacia 1933 por Antonio Oliveira Salazar. Militar de carrera, Saraiva de Carvalho proviene sin embargo de una familia de artistas y, como él mismo reconoce en el comienzo del film, su primera pasión fue siempre el teatro y la actuación. Aquí Lavigne aprovecha esa llama oculta de su personaje y construye un extraordinario monólogo de 57 minutos, en el que Saraiva de Carvalho puntualiza su participación en los hechos con una claridad expositiva que permite revivir junto a él ese momento crucial de la historia portuguesa. No se trata de una cuestión de histrionismo, en un film que hace de la austeridad más rigurosa su primera regla. Al fin y al cabo, Saraiva de Carvalho dirigió todo el operativo desde su bunker, sin asomarse a la calle, algo que la directora tampoco se concede. El hallazgo del film de Lavigne (producido por el Institut National de L’Audiovisual de Francia) consiste en haber convertido a su protagonista en un puro dispositivo narrativo, capaz de hacer del pasado un nuevo tiempo presente.
En comparación, El caso Sofri puede parecer un documental más convencional, y sin duda lo es, pero tiene la virtud no sólo de echar luz sobre un acontecimiento paradigmático de la historia europea reciente sino también de interrogarse sobre la mejor manera de plantearlo. Como reconoce el historiador italiano Carlo Guinzburg sobre su libro El juez y el historiador, que fue la inspiración del film: “Quería decir la verdad, pero quería decirla de una manera apropiada, para lograr determinados resultados”. Eso mismo es lo que se propone Comolli (legendario editor de la revista Cahiers du Cinéma durante sus años más politizados) al examinar el proceso contra Adriano Sofri, líder de Lotta Continua, un movimiento anarquista italiano representativo de la generación de mayo del ‘68. En 1990, Sofri y dos de sus compañeros fueron acusados por un supuesto arrepentido de haber organizado en 1972 el asesinato de un comisario de la policía política, cargo que Sofri siempre negó.
Viciado de todo tipo de parcialidades e iniquidades, el proceso se extiende durante más de diez años, durante los cuales el historiador Guinzburg (que funciona un poco como Otelo Saraiva, el narrador de La noche del golpe de Estado) encuentra no sólo similitudes con los viejos mecanismos de la Inquisición. También plantea la hipótesis de una condena punitiva para toda una generación que en su momento desató una fuerte rebelión política y social, y que al día de hoy todavía no ha sidoasimilada. “¿Qué cosa une al historiador y al juez?”, se pregunta Guinzburg. Y se responde: “El deseo de reconstruir una verdad que no ha sido presenciada por ninguno de los dos. Pero existen diferencias: en un proceso judicial sólo se consideran las responsabilidades individuales; un fenómeno colectivo no forma parte del panorama de un juez, pero sí de un historiador”.
De esa complejísima relación entre individuo y sociedad se alimenta también –pero de una manera completamente diferente– Ernst Jünger en París: diario de ocupación 1941-1944 (1986), del argentino Edgardo Cozarinsky, que se exhibe también hoy en el Rojas, a partir de las 21.30. Suerte de versión corta de su obra maestra La guerra de un solo hombre (1981), el film de Cozarinsky hace dialogar de manera genial los apuntes del aristocrático escritor alemán durante su estancia en París (como oficial del ejército nazi) con imágenes de archivo y noticieros de época. De esa “conversación” de citas Cozarinsky se permite –en sus propias palabras– “señalar menos contradicciones o coincidencias que una irreconciliable simultaneidad. Detener la imagen sobre algunas caras desconocidas, hacer ver el gesto de un testigo sin voz, de una víctima sin gloria. Preguntarse una vez más: ¿Qué es la historia? Más bien: ¿De qué está hecha? Sobre todo: ¿Qué es lo que excluye para poder hacerse?”.

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El caso de Adriano Sofri, un líder anarquista italiano, está en el centro de “El juez y el historiador”.
 
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