ESPECTáCULOS
La cultura del peronismo
“Pero a lo mejor volvemos a discutir, porque usted verá por lo que digo que yo quiero condicionar las formas a la vida, y no la vida a las formas, porque la vida es local y las formas son universales”
Carta de Arturo Jauretche a Victoria Ocampo.
Por Jorge Coscia *
Entender la cultura como un conjunto de actividades artísticas organizadas por rubro, es el primer paso para desvalorizarla. El segundo es considerar la Cultura como una responsabilidad de segundo grado en términos de gobierno y Estado. Esta justificación explica el pretender subordinarla en el organigrama estatal a un segundo término. Sin duda la educación determina la cultura de un pueblo, pero también es cierto que el proyecto educativo es resultado de una concepción cultural. Confundir culto con educado es un error garrafal, tanto como creer que haber sido educado hace a alguien culto.
La cultura es abarcativa de todas las actividades humanas, pero no todas esas actividades competen al Estado. El dilema se resuelve al entender que la cultura no es una mera obligación para la Nación, sino el sustento mismo de una Nación. Dicho en criollo, solo se es, cuando se escribe y se canta. Nietzsche diría también cuando se baila. Me permito agregar: cuando se filma, se dramatiza, y cuando todo eso se difunde. Más aun cuando la globalización tiende autopistas que traen sin llevarse nada, proponiéndonos ser espectadores del protagonismo expansivo de otros países y otros ámbitos.
Un proyecto serio de país obliga a colocar su proyecto cultural en la cúspide de su agenda. Entenderlo de otro modo sería enfrentar la crisis sin el proyecto principal. Podrán pensar lo contrario quienes entiendan que política cultural es realizar megaeventos o administrar exposiciones o teatros. Eso es reducir la cultura al entretenimiento y al arte. La Argentina viene de décadas en que ciertos sectores confundieron cultura con refinamiento. Y refinamiento con modelos culturales ajenos. Eso jerarquizó en Argentina un proyecto snob. Snob quiere decir sin nobleza. La verdadera nobleza de una república democrática reside en su identidad, es decir en su personalidad cultural.
El peronismo comenzó como un movimiento cultural: se propuso desplazar a las elites de su predominio histórico, con sus tres banderas, la independencia económica, soberanía politica y justicia social. Las mayorías argentinas llegaron así acceder a derechos nunca antes alcanzados. Se le reprocha al peronismo inicial, una intolerancia cultural que se le perdonaban a Stalin o a McCarthy. Chaplin debía huir de un Estados Unidos que perseguía comunistas y Stalin poblaba Siberia de disidentes. El mundo era un barrio pesado pero los amigos argentinos de Truman o de Stalin solo veían la paja en el ojo propio.
Pero tampoco veamos nosotros, los peronistas, solo la paja en el ojo ajeno. Los piantavotos que orientaron algunas de las primeras políticas culturales del peronismo, no lograron entender su razón histórica. Si hubo un gran error histórico del peronismo, fue la insuficiente valoración de quienes más aportaron a la conformación de su identidad: Jauretche. Scalabrini, Manzi, Discépolo, Hugo del Carril, Marechal, Sófficci. Todos ellos se metieron en el barro del compromiso, aun a riesgo de ser difamados y luego “depuestos” como definió Marechal, llamándose a sí mismo, luego del ‘55, “el poeta depuesto”. Todos ellos también fueron relegados por oscuros burócratas del propio peronismo que temían que el talento develara su mediocridad y aniquilara sus privilegios. Todos ellos priorizaron su compromiso y tragaron amarguras en silencio, porque entendieron que el peronismo era combatido más por sus virtudes que por sus defectos. Muchos de esos defectos partían de la falta de una política cultural que sustentara estratégicamente la voluntad transformadora. Pero los piantavotos ganaron. Esa es la gran deuda del peronismo con la cultura.
El problema adquirió un signo de farsa en la década menemista: se confundió arte con entretenimiento y cultura con farándula. Pero eso fue en todo caso una visión coherente con el modelo elegido, el de las relaciones carnales.. Vimos entonces una política cultural cambalachesca en la que convivían Amelita Fortabat y Gerardo Sofovich. El gobierno se proclamaba peronista, pero era casi imposible encontrar alguna huella de peronismo en la política cultural. El medio pelo perdonó a los advenedizos su chabacanería a cambio de que lo dejaran gestionar cultura a su modo.
La fiesta del modelo, saturada de eventos fashion, excluyó a quienes peronistas o no, producían lo que no se puede importar: identidad. Fue el tiempo de los animadores de festivales,, la entrega del Oscar en el Colón, Madonna en el balcón de la Rosada y los empresarios de la hotelería o el cemento tallando en casi todos los espacios culturales. Pensar desde el peronismo que la cultura es la pobre idea que definieron sus enemigos históricos, es quitarle al país una oportunidad frente a la crisis.
Suenan por ahí voces de confusión diciendo que el peronismo retrasa, que es vieja su concepción social, económica y sobre todo cultural. Lo que pareciera verdaderamente retrasar son esas voces. Hace menos de un mes que se derrumbó el modelo más injusto que conoció la Argentina y algunos lo justifican, con groseras y sospechosas explicaciones, que empañan las zonceras más audaces de la historia nacional. La propuesta es poner la creatividad, la identidad y el pensamiento propio en acción, la cultura en la proa del barco que enfrenta la tormenta. Invoquemos como en la canción de Los Piojos a San Jauretche, para “que vuelva la buena leche”. Usemos el demoledor sentido común de defender lo nuestro y pensar en argentino.
* Director de Mirtha, de Liniers a Estambul, Cipayo y Comix, entre otros films.