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Tejidos y metales

La Feria de Artesanías que se extiende por la Plaza San Martín es otro de los puntos convocantes del Festival. Hasta aquí llegan los mejores artesanos del país a participar en un concurso que se hace todos los años. Rodolfo Palle, artesano forjador de acero de Tapalqué, en el centro de la provincia de Buenos Aires, relata con pasión la forma en que convierte distintos objetos de acero (ejes de viejos sulkis, espirales de suspensión de coches, limas, partes de maquinarias rurales antiguas) en hermosos cuchillos y facas. Los mangos de sus creaciones son de quebracho, cornamenta de vaca, chivo o ciervo colorado, pero él insiste en que sólo puede dar garantía de las hojas. Acero pacientemente trabajado en la fragua durante días, transformado de rústicas y gruesas piezas en hojas brillantes, duras o flexibles, según el caso. Palle heredó el oficio de su abuelo, un técnico forjador que llegó a la Argentina cuando estalló la guerra, y la fábrica en la que trabajaba comenzó a producir armas. En Tapalqué es comerciante, y dice que si tuviera que vivir de esto tendría que cambiar su forma de trabajo y comprar las planchas de acero prefabricadas. Pero eso no es lo suyo, y con su forma de trabajo se da el gusto, aunque sus amigos le digan que está un poco loco.
Uno de los stands más bellos es el de Milikilin Huitral (en mapuche, “mujeres tejiendo juntas”), una cooperativa de tejedoras de El Cui, un pequeño poblado en la provincia de Río Negro. Allí, más de cuarenta mujeres se organizaron y dividieron las tareas: primero, la obtención de lana de alta calidad, luego el hilado a mano, siguiendo una antigua tradición mapuche, después el teñido en un delicado trabajo, hasta que la lana queda lista para los telares, donde las tejedoras terminan de dar forma a las prendas artesanales. El paciente trabajo fue premiado en varias oportunidades, incluyendo un premio especial de la Unesco. Ofelia González, una de las tejedoras que llegaron desde El Cui con un gran esfuerzo económico, explica que no viene a ganar plata con las ventas, porque no sería negocio: “Queremos concursar y seguir avanzando, ser cada vez más profesionales”, dice. “Muchas éramos amas de casa y no sabíamos nada de lana, empezamos a hacer esto como una forma de subsistencia y de valorización personal. Ahora que aprendimos, queremos seguir creciendo.”

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