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Ahora que todo parece rendirse ante la incomprensible histeria de las tribus de la violencia, que la música se revuelve en medio de atronadoras incongruencias y que los sordos se autoexcluyen de la propuesta de los músicos verdaderos, Pablo existe todavía. Es esa clase de artista que conserva el espíritu de los que, sabiamente, buscan en la palabra y en las melodías el sentido de la vida. Es Pablo Milanés, como lo es, por suerte para muchos torturados oídos ante tanta estupidez reinante, Chico Buarque, Caetano o Silvio o Serrat y tantos otros que siguen nutriendo con inteligencia nuestras vidas. No se le va a caer del corazón una que no tenga sentido, no va a vociferar un panfleto, no escribirá un apestoso graffiti para congraciarse con algún sector generacional, ni dirá demagógicamente que construye una trinchera contra la globalización. Sonreirá comprensivo cuando algunos griten: “¡Cuba va!” –como si él no lo supiera–, en una suerte de catarsis que lo eligió, igual que a muchos de nosotros, en adalides de un tiempo que se resiste a dejarse vencer por la mediocridad. Pablo desgranará el amor, la lucha verdadera, el sacrificio, la visión estética y punzante de esta sociedad que acepta su abismo sin hacer casi nada para oponerse. Ofrecerá lo de siempre, calidad, afinación, belleza.
La Nueva Trova en su voz nunca envejecerá –no sé de dónde habrán sacado algunos la idea de que la música envejece, yo sigo escuchando alucinado a Bach y a Lennon y a Bob Dylan, a Yupanqui y a Sting y a Peter Gabriel, aún los Beatles me arrancan el alma con su magia–. En su caso bastaría con Yolanda o El tiempo pasa para que mi corazón encuentre sus más dulces razones. Siempre pensé que los tiempos modernos traerían en sus bolsillos algo nuevo; sigo esperando una canción que los represente, que me haga sentir que lo sembrado, que lo llorado y lo sangrado tuvo sentido.
Me pidieron que expresara qué siento por mi amigo Pablo. Aquí está lo que dispara su existencia: “Despierta”.