Miércoles, 26 de noviembre de 2008 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Las condiciones para discutir en la esfera pública con una mirada político-cultural y crítica son dificultosas porque los propios medios no lo facilitan o lo impiden. Son estos mismos medios los que generan representaciones de los actores y grupos sociales, configurando el escenario social de acuerdo con sus intereses.
Por María Graciela Rodríguez *
¿Cómo tramitan las representaciones de los medios la aparición del “otro” en la escena común de la sociedad? ¿Cómo construyen a quienes se apartan de los cánones trabajosamente legitimados año tras año? ¿Son realmente “transparentes” en esa construcción? ¿Pueden los medios denunciar la dominación sin traicionar sus propios intereses? ¿O en verdad “usan” a la “cultura” para esconderlos?
Mariana Alvarez está llevando a cabo una investigación sobre la representación mediática de los jóvenes. Adolescentes para ser más precisos. Mariana observó las imágenes que la televisión muestra de ellos focalizando en las ocasiones en que los adolescentes consumen sustancias psicoativas. Y vio esto: los que toman drogas de diseño aparecen en grupo, o bien bailando en escenarios cerrados rodeados de detalles que los ligan a la fiesta, o bien abandonando los boliches en sus camionetas 4 x 4. Nunca hay primeros planos. Los graphs comentan, a lo sumo, la posibilidad del “exceso”. Contrariamente, los escenarios que enmarcan a los “paqueros” son muros despintados o escalinatas de edificios públicos. Sus rostros en primer plano están pixelados, para proteger sus identidades, a pesar de lo cual muchas veces el cronista les pregunta nombre y apellido (¿?). La televisión invariablemente los muestra recostados y de noche, y como habitualmente las tomas se hacen con cámaras ocultas o infrarrojas, las imágenes se vuelven opacas y amarronadas. Los graphs, claro, hablan de delincuencia, abandono y prostitución. Curioso, ¿no? Curioso que en ambos casos se trate de sujetos de la misma franja etaria realizando el mismo tipo de actividad prohibida.
Sebastián Settanni investigó los modos en que un diario “centenario” representaba a ciudadanos protestando y comparó tres momentos: en 1996/97, cuando se producían los cortes de ruta en el sur del país; en 2002, durante un corte a uno de los accesos de entrada a la ciudad de Buenos Aires, y en 2004, cuando las protestas tenían lugar centralmente en la ciudad capital. Y vio esto: en 1996/97, cuando los desocupados que protestaban estaban “lejos” de la Capital, se los calificaba como pobres ciudadanos que peleaban ante su expulsión del sistema productivo. A medida que los cortes se acercaban a la gran ciudad, el diario centenario comenzó a cubrir estas acciones de protesta adjetivando a los mismos ciudadanos, entre otras cosas, como incivilizados. Curioso, ¿no? Curioso que las mismas acciones fueron calificadas de modos diferentes según la cercanía con Buenos Aires.
Mauro Vázquez está investigando la representación que producen los medios de grupos de migrantes limítrofes. Se detuvo en los programas del “nuevo” periodismo televisivo documental. Y vio esto: en las representaciones que estos programas construyen de las otredades migrantes el espacio de las voces lo ocupa casi en su totalidad el conductor, mientras del lado de los entrevistados se escucha poco más que el silencio. Además, el conductor es quien aprueba con paternalismo sus costumbres (comidas, fiestas, rituales), lo cual produce un sobretrazo “cultural” que diluye la dominación. La vida de los migrantes es silencio. O, en su defecto, cultura. Curioso, ¿no? Curioso que para estos programas estos “otros” sólo sean documentables desde el silencio o desde sus costumbres.
Las investigaciones de estos académicos jóvenes, cursando sus maestrías en nuestras universidades nacionales, señalan hacia una mediación particular: la que producen los medios cuando “traducen” en relatos e imágenes la aparición de un “otro” en la escena social. En esas mediaciones, el conflicto, es decir, aquello que no se puede decir, se recubre con pinceladas “culturales”. Así, los límites de la explotación reingresan como cultura; y en su historicidad se va configurando un régimen de visibilización e invisibilización que oscila entre la discriminación, la xenofobia, la explotación laboral, las apuestas políticas, las disputas por la legitimación, los proyectos de nación.
Fronteras simbólicas que se construyen en la minucia del discurso cotidiano; dibujadas en el trazo de un conflicto que, entonces, se “culturaliza”. De este modo se va naturalizando la desigualdad. Muchos adolescentes consumen sustancias psicoactivas, pero los “paqueros”, además, delinquen y se prostituyen; es legítimo que los ciudadanos protesten cortando rutas, siempre y cuando no lo hagan en el territorio de la civilizada Buenos Aires; los migrantes son pobres pero bailan y comen, y si no hablan es porque son tímidos.
No hay “transparencia” en esa construcción, más allá de toda ilusión de que sí la haya. Así, sutilmente, por la vía de los mecanismos de atribución de las diferencias (culturales) que producen los medios, la dimensión de la dominación se vuelve un exotismo, presentado a través de sesgos culturales. Y lo que se termina legitimando es la desigualdad.
* Doctora en Ciencias Sociales, UBA.
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