Miércoles, 11 de agosto de 2010 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
A partir de los desarrollos que puede generar la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Daniel Fabián plantea la necesidad de pensar lineamientos para otro modelo de televisión que, con calidad, responda a criterios plurales, populares y libres.
Por Daniel Fabián *
La discusión en torno de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nos ha llevado a plantearnos la problemática de los medios de comunicación y su influencia en el contexto de un país que quiere ser cada día más democrático; es decir, que intenta llevar a la práctica la pluralidad de ideas, la diversidad cultural, la participación comunitaria en la transmisión de la información, en el derecho a estar bien informado, en revalorizar y fortalecer las culturas regionales, en mejorar la distribución de la riqueza y otros temas más.
Dicha ley es el resultado de una importante participación de hombres y mujeres que han venido “militando” sobre el tema durante muchos años, pero también ha sido posible por la voluntad de un gobierno que puso punto final a tanto atropello mediático generado desde la usinas de las empresas que las constituyen.
Ahora bien, ha sido el deseo de todos (nosotros) que la información sea suministrada desde distintas miradas y que esta diversidad aparezca en las pantallas de los hogares.
La ciudadanía debe tener variedad de opciones televisivas en cuanto a entretenimiento, información y educación, tres pilares fundamentales para la existencia de la televisión. Más aún, estamos pensando en aquellas culturas, comunidades y sectores sociales que puedan ser parte de un menú de opciones que en la actualidad son sistemáticamente negadas o bien aparecen falseadas en las pantallas.
En dichas discusiones queda flotando la idea de que ante el aumento de la oferta de señales televisivas vamos a lograr una mejor televisión. Error.
Cuando se afirma lo anterior no se tiene en cuenta la forma en que dicha información va a ser transmitida, es decir, “cómo se dice” que es tan importante como el “qué se dice” y “quién lo dice”.
Las universidades y algunas organizaciones no gubernamentales están dispuestas a tener sus señales televisivas, aprovechando la incorporación de la televisión digital terrestre (TDT). La incógnita es ¿qué programación tendrán las nuevas señales? ¿Cuál será el contenido de sus programas? ¿Cómo se transmitirá la información? ¿Cuál será su propuesta artística?
Si tomáramos los tres pilares mencionados para la televisión, las críticas que ha recibido la misma son, entre otras: la escasa información que brinda y que esta información, además, es poco confiable o que tiene una carga ideológica pensada más en conservar los intereses económicos de unos pocos. Que el entretenimiento como sinónimo de esparcimiento se conforma en revolver la vida privada de artistas famosos o mediáticos de turno sin ninguna virtud artística ni profesional específica. Y que la educación es un tema de la escuela, no de la televisión.
Decía el educador brasileño Paulo Freire que toda protesta es en sí misma una propuesta. Si tomáramos este principio podríamos estar tranquilos en que todo aquello que le hemos achacado a la televisión durante tantos años podría encontrar una alternativa con el funcionamiento de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Tendríamos el puerto para soltar amarras y empezar a navegar. Sin embargo, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
En los años ochenta hubo un crecimiento cuantitativo importante de radios independientes en FM. Al calor de la primavera democrática, esta explosión radial produjo un cambio significativo en cuanto a las opciones que uno tenía para escuchar y esto posibilitó algunas experiencias innovadoras provenientes de aquella joven generación que venía del underground. La radio, en democracia, habilitó un espacio de expresión y de difusión de las nuevas ideas. Otra agenda, más renovadas formas estéticas en la programación, revolucionaron el mundo radial criollo y las audiencias se mudaron a estas nuevas emisoras. Esto hizo que empresarios y empresas vieran en estos medios una nueva forma de hacer negocios. Pero también trajo consigo la compra y venta de radios y un mayor aporte económico a las tandas publicitarias. Esta situación generó una significativa merma en la creatividad y un condicionante en la libertad de expresión.
Los nuevos canales traerán un aire fresco a las pantallas, como lo hizo en su momento Canal A y, ahora, Encuentro. Será alentador que los mismos puedan ser recepcionados por mayor audiencia a través de la TDT.
Las nuevas señales, que seguramente tendrán un bajo presupuesto, enfrentarán un desafío enorme. Por un lado, propiciar originales y variadas formas de producir. Pero también tendrán que ser atractivas a las audiencias para ser verdaderas opciones televisivas de calidad. Para ello, la imaginación y la participación deberán ser la proa de cualquier iniciativa que se pretenda plural, popular y libre.
* Docente de la Facultad de Bellas Artes-UNLP.
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