Miércoles, 17 de agosto de 2011 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Las manifestaciones de los estudiantes chilenos reclamando educación gratuita generan dos aportes complementarios. Luciano Sanguinetti sostiene que a través del desarrollo de la comunicación todo está más cerca y lo público ya no es sólo votar sino comprometerse con el mundo.
Por Luciano Sanguinetti *
La lucha de los estudiantes chilenos por otra política educativa es una prueba más que refuta la opinión general de que las tecnologías de comunicación extienden el horizonte humano, cuando en verdad lo que sucede es que se achica. Como observó la filósofa Hannah Arendt, lo que estas tecnologías producen desde la invención de la imprenta es el achicamiento del mundo. Desde entonces, el proceso no se detuvo nunca. Vinieron el telégrafo, el tren, los cables transoceánicos, los aviones, la radiodifusión, la televisión, la fibra óptica, la web. Vivimos ya lo que imaginó Borges en El Aleph cuando propuso un punto donde se concentran todos los puntos. Y los estudiantes chilenos lo saben, porque encontraron ese punto del otro lado de la Cordillera.
Hasta el siglo XV las sociedades vivieron separadas y cada una desarrolló un conjunto de visiones y costumbres, una cultura particular. Así, durante siglos el mundo feudal se desarrolló en torno del Mediterráneo sin contacto con el mundo incaico en las cordilleras altoperuanas; del mismo modo la cultura asiática vivió desconectada de Africa. Los griegos llamaron bárbaros a los extranjeros, porque su lenguaje parecía un balbuceo. Sólo a partir de principios del siglo XIV aquellos mundos distantes y desconocidos comenzaron a cruzarse. Marco Polo o Magallanes fueron sus precursores.
Hoy podemos viajar sin movernos de casa, entrar a museos, conocer amigos, visitar países, charlar con los parientes por la webcam. Un diccionario online nos acerca todas las palabras del mundo, y hasta podemos vivir virtualmente en un país imaginario, comprar comida sin pasar por las góndolas, leer libros sin ir a la biblioteca. Las economías están interrelacionadas y nada de lo que sucede en cualquier parte deja de tener consecuencias en otra, ¿no necesitamos seis personas para encontrar una séptima en cualquier parte del planeta? Parece un mundo perfecto.
Sospechamos que no, pero lo cierto es que las referencias que tenemos del espacio han cambiado. Los estudiantes de hoy desarrollarán su vida adulta dentro de 10 o 15 años, y el mundo será distinto en ese momento. Ya no podemos creer que vivimos solos. Y la vieja idea de la humanidad se vuelve cada día más concreta. Valores, tradiciones, estilos de vida, se mezclan y superponen. Los medios modifican fuertemente las formas de transmisión y producción de esas culturas, y nosotros nos descubrimos un día usando palabras de otras lenguas, vistiendo ropas de otras culturas, pero también discutiendo políticas que se toman en otros países pero que sentimos que nos incumben. Quizá ya podemos responder a la pregunta de Néstor García Canclini sobre lo que nos pertenecía en un mundo globalizado, la respuesta es mucho.
Insisto, como lo saben hoy muchos jóvenes chilenos, pero también españoles o egipcios: el otro no está afuera ni lejos, y eso implica para el sistema educativo una redefinición de los horizontes de la ciudadanía. Si la ciudadanía se definió clásicamente por el referente nacional, cómo debiera ser hoy interpretada en una sociedad globalmente interconectada, en que los contenidos de esa “nacionalidad” se cruzan constantemente con otros a la vuelta de la esquina. Si hasta hace poco tiempo bastaba con saber leer y escribir y conocer someramente nuestras historias nacionales para el ejercicio de nuestros derechos y obligaciones como ciudadanos, ¿qué deberíamos incluir hoy en ese repertorio?
¿Acaso es un exceso de retórica preguntarnos qué tiene en común la movilización de estudiantes chilenos, la última reunión de ministros de Economía de Unasur y el millón de netbooks en las escuelas secundarias de la Argentina, sino una redefinición del espacio, en el concepto de Milton Santos, como espacio habitado? Como en la clásica película de Spike Lee, Haz lo correcto, bolivianos, coreanos, criollos, anglosajones ejercen su derecho a la visibilidad haciendo nuestro hábitat mucho menos uniforme de lo que supone el discurso sobre lo nacional, ¿son ellos menos ciudadanos porque “balbucean”?
El barrio, el club de fomento o la misma escuela se encuentran ya mezclados con las dimensiones globales de experiencias como los mundiales de fútbol, el comercio electrónico o las redes sociales. Si la comunidad de Facebook fuera considerada un país, sería el tercero después de China y la India. Cuando Manuel Castells señaló que el espacio que gobierna el mundo es el de los flujos, representado por aeropuertos, grandes ciudades, shoppings, circuitos más que territorios, olvidó que aquella tesis suponía una deshumanización del espacio, una concepción vacía; por lo contrario, lo que demuestran las más recientes movilizaciones populares es que la lucha está signada por una repolitización del espacio, que es lo mismo que decir una rehumanización. Todo nos concierne y las fronteras no parecen murallas, sino puentes hacia comunidades transversales.
Pierre Levi ha dicho que nos hemos vuelto nuevamente nómadas. Pero este nomadismo no se reduce a la circulación de los objetos o de los negocios; “moverse ya no es desplazarse de un punto a otro de la superficie terrestre, sino atravesar universos de problemas, de los mundos vividos, de los paisajes de sentido”. ¿Acaso la movilización de estudiantes chilenos por las calles de Buenos Aires reclamando por otras políticas educativas no nos interpela también a nosotros? Vayamos sabiendo: participar de lo público ya no es sólo votar en las elecciones nacionales o municipales, sino comprometerse con el mundo.
* Docente investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.
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