LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Mala fe en defensa propia

A partir de las tensiones que se plantean en el escenario de los medios, Ricardo Haye invita a romper con cualquier tutelaje comunicativo y a considerar los textos mediáticos con una necesaria dosis de mala fe en defensa propia, dejando vía libre a la interpretación y al pensamiento autónomo.

 Por Ricardo Haye *

Esta mañana en el tren, ¿de qué hablaba la gente? ¿Sobre qué conversan esos obreros municipales que cavan una zanja en la vereda de casa? ¿Qué tema tiene tan sulfurados a los cuatro jubilados que se juntan cada tarde en la plaza del barrio?

¿Cómo se arma la agenda temática de la gente? Es decir, ¿de qué habla? Y también: ¿por qué lo hace?, ¿desde qué marco teórico?, ¿cuáles son las ideas/fuerza de sus discursos?, ¿qué “valores” o “disvalores” le atribuyen a determinados hechos o personas?

Ante cada uno de estos interrogantes cobra relevancia la acción que despliegan los medios de comunicación. Aun cuando no adscribamos a las teorías que les asignan un poder omnímodo (y perverso) sobre las conductas de la gente, negarse a ver sus intencionalidades resultaría un hecho de ingenuidad inexcusable.

Expresado de otro modo, no postulamos el carácter absolutamente manipulador de los medios, pero tampoco podemos ignorar un cierto tipo de incidencia sobre la comunidad y sus formas de conocimiento cotidiano. Esa incidencia se refleja en los modos de percibir y organizar el entorno por parte de la gente, así como en la dirección e intensidad de su atención (¿qué cosas le interesan?/¿en qué medida?).

La actividad comunicativa medial produce la jerarquización o el relegamiento temático en virtud de su tarea selectiva. De este modo, el fenómeno de la opinión pública se construye tanto por el libre intercambio de sentidos fundado en la capacidad dialéctica de los individuos cuanto por la presión ejercida desde los medios en términos de la valorización/desvalorización que proponen.

Un viejo apotegma periodístico expresa que en la mayoría de las ocasiones los medios no tienen éxito diciendo a la gente cómo ha de pensar, pero continuadamente alcanzan los laureles diciéndole a su público sobre qué debe pensar.

El proceso se logra a través de la presencia destacada, constante, reiterativa, pública y masiva de ciertos temas, que terminan instalándose en la discusión cotidiana de la audiencia. En definitiva, la agenda pública está fuertemente prefigurada por el discurso de los medios. Y, aunque resulte obvio, conviene alertar sobre los riesgos de estos procedimientos, que pueden constituirse en recursos distractivos o distorsionantes de temáticas genuinamente prioritarias.

Esto que históricamente ha sido así se reactualiza vigorosamente en nuestro actual contexto. Por tal motivo aquellos interrogantes del principio pueden prolongarse en estos del cierre: la machacona letanía acerca de la situación del dólar, la violencia, la posible reforma de la Constitución, ¿qué otros temas desaloja de la agenda?

¿En qué medida esa situación es paliada por el así llamado “periodismo ciudadano” que, mediante Internet y las redes sociales, habilita infinitos canales, aunque sin los recursos y el impacto masivo de los medios tradicionales?

Y, por último, si el conflicto que atraviesa a la sociedad impacta en medios y profesionales que, según quién juzgue, terminan siendo caracterizados como “oficialistas” o “destituyentes”, ¿cómo podríamos creer que no contamina también las intentonas alternativas individuales?

En todo caso, parece necesario que rompamos con cualquier tutelaje comunicativo, nos atrevamos a considerar los textos mediáticos con una necesaria dosis de mala fe en defensa propia y nos lancemos a la aventura liberadora de la interpretación propia y el pensamiento autónomo.

* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

Desde General Roca (Río Negro)

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