MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

Por las dudas

Un análisis de cómo las “dudas” se convirtieron en un argumento político en los últimos meses, y hay dirigentes que se excusan en la “desconfianza”, blindando toda posibilidad de debate en serio.

 Por Mariana Moyano *

Entrevistar a Lorenzo Miguel era un desafío profesional. En primer lugar porque el histórico líder metalúrgico era un pedazo de la historia política y sindical de la Argentina y, en segundo término, porque era un hueso duro de roer para la prensa gráfica: contestaba con monosílabos, onomatopeyas y expresiones gestuales. Se podía hacer hablar a sus “sí” y sus “no”, pero el resultado de la nota escrita quedaba, de ese modo, excesivamente contaminada por la interpretación del periodista y el objetivo era –se supone que sigue siendo– la obtención de información y de argumentaciones. Para salir del atolladero nuestro jefe de sección nos aconsejaba a los más nuevitos que “al Loro siempre hay que preguntarle ‘¿por qué?’”. Aquel editor nos previno de un problema, pero, en realidad, no hizo más que sistematizar y volver regla periodística lo que saca de un aprieto a los niños de 3 o 4 años. Preguntar por qué es obligar al otro a que se corra de la arbitrariedad y fundamente con los argumentos y datos a su alcance. Y qué bien le hacía mi jefe de sección –y los chicos de 3 o 4 años– a la política porque ¿qué pasaría con ella si todos nos lanzáramos a la guerra de los calificativos, las adjetivaciones, las acusaciones, las impresiones personalísimas y dejáramos muy allá en el fondo las razones por las cuales pensamos lo que pensamos?

Pasaría más o menos lo que viene ocurriendo de un tiempo a esta parte. En nombre de la “desconfianza” y de las “dudas” –que hasta donde se sabe se trata de sensaciones y no de formas de racionalización– se han tomado determinaciones que van al corazón de la vida cotidiana de las personas.

¿Por qué el juez estadounidense Griessa congeló los fondos de las AFJP? Según las explicaciones de muchos medios locales “por las dudas”.

¿Por qué los legisladores que inicialmente iban a apoyar la renacionalización del sistema previsional modificaron su voto y se opusieron al proyecto? “Por las dudas” y la desconfianza que les generaba lo que el Gobierno podía llegar a hacer con los fondos provenientes de las AFJP.

¿Por qué algunas empresas locales y filiales de multinacionales se despacharon con una catarata de despidos y suspensiones? Porque tenían “dudas” de lo que pudiera generarse en la Argentina como consecuencia de la crisis internacional.

¿Por qué el autodefinido estatista Alfredo De Angeli convocó y encabezó las manifestaciones opositoras al proyecto de creación del nuevo sistema previsional? Porque tenía “dudas” y desconfianza. “A este Gobierno no le creo nada”, fue la base de su argumentación.

¿Por qué Biolcati, que se supone representante de una parte del sector agropecuario y no es dirigente de la oposición, se sumó al debate sobre el futuro de las AFJP? Porque “los productores agropecuarios no le tenemos confianza a este Gobierno”.

Hace ya bastante tiempo, el jueves 22 de abril de 1999, Página/12 publicó una nota titulada “La guerra no se llama guerra” y en ella daba cuenta de las palabras que se utilizaban para ocultar lo que ocurría en los Balcanes. “Se dice que en una guerra, la primera baja es la verdad”, arrancaba el artículo y decía luego: “Esto tiene lugar, entre otras cosas, a través de la elección de palabras y un uso cuidadoso de los eufemismos”. Se hablaba allí de los “daños colaterales” que significaban, en realidad, la muerte de miles de víctimas civiles; de cómo se utilizaban los términos “conflicto” o “crisis” para no decir “guerra” y de cómo se usaba “comunidad internacional” para referirse a los países miembros de la OTAN. Eran otros tiempos. Eran aquellos en los que el dios neoliberalismo lo dominaba todo; en los que privatizar se había vuelto tan necesario como respirar y en los cuales el Estado estaba condenado a quedarse castigado en el rincón de los malos alumnos. Eran los tiempos en los que Daniel Artana lanzaba desde FIEL la artillería pesada de la “racionalidad”, esa que con una lógica parecida a la utilizada en los Balcanes quería decir lisa y llanamente ajuste.

Algo cambió: Islandia tiene corralito, George W. Bush estatiza todo lo que tiene a mano, Alemania da cuenta de su recesión y el FMI dice que es momento de repensarse.

Efectivamente, algo cambió. Sin embargo, la licencia que se les otorga a partidos políticos, a dirigentes sectoriales y a representantes del poder económico –incluidas en él a corporaciones mediáticas– para que hagan y deshagan “por las dudas”, indica que la disputa por el sentido está más presente que nunca.

El “por las dudas” y la “desconfianza” alcanzaron para tomar medidas y pocos preguntaron por qué. Pero no fue lo único. Los mismos que no se cansan de taladrarnos las orejas con sus quejas por la falta de libertad de expresión invaden el éter y las páginas con adjetivos y calificaciones que no parecen haber sido sometidos a ningún tipo de censura oficial. Han dicho y escrito que “el Estado está urgido de hacer caja”; que estamos frente a un “saqueo”, que “el matrimonio gobernante está desesperado por dinero”; que hay un Gobierno “ogro” con “voracidad fiscal”; que somos víctimas de las “mentiras presidenciales”, de la “profanación” y del “zarpazo”; que es “difícil creer en el Gobierno”, que es “acaudalado y rentista”; se habló de “hurto”, de “demencial robo” y de una “corporación mafiosa”; se dijo que estamos ante un “sistema autoritario respaldado por importantes mayorías parlamentarias” (¿!); se llegó a afirmar que estamos viviendo un “estatismo stalinista de la pingüinera gobernante” y se habló del “poder dictatorial” de Néstor Kirchner.

Si todo esto se dice y escribe no es por las dudas. Algo de lo que se quiere hablar no se está diciendo. Como en esas mesas familiares de Navidad en las que antes del exceso de champagne o de sidra la chicana y la lengua viperina reemplazan la factura histórica que se le quiere pasar a la cuñada.

Sandra Russo dijo con razón en la contratapa del sábado 29 de noviembre que hay que cuidar la idea de batalla cultural para no volverla un lugar común. Y es cierto, porque la reiteración ahueca el sentido, lo vacía y le quita todo el poder a la expresión. Pero hay que detenerse en el mecanismo, intentar comprender la operación y preguntarle por qué. Al igual que en los Balcanes, estamos librando una guerra de baja intensidad a la que uno de los sectores en disputa ingresa no con tanques y ni con misiles de precisión quirúrgica, sino con los por las dudas que tienen como daño colateral la extinción de la palabra política.

* Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.

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