Jueves, 10 de marzo de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › ADOPCION, APROPIACION, AHIJAMIENTO
La autora diferencia entre el niño adoptado –“que está seguro de haber sido deseado”–, el niño apropiado –donde “el vínculo empezó con la gran mentira”– y el ahijamiento –“padrinazgo vinculado a cuidados generales, que también tiene sus riesgos”–.
Por Lía Ricón *
Cuando se confecciona una historia clínica, se consigna si quien consulta ha sido adoptado. Es un dato de interés sobre el que es importante hacer algunas consideraciones. El hijo adoptado no surgió del cuerpo anatomofisiológico de quienes le van a dar los cuidados indispensables para sortear la intensa indefensión en la que se nace. Estos cuidadores han decidido hacerse cargo de un niño que no tiene la herencia de sus cuerpos. Esta descripción quiere decir solamente que el organismo que somos en el momento del nacimiento no surgió genética ni epigenéticamente de los cuidadores. Lo que va a ocurrir durante toda la vida del infans va a tener relación directa con lo que será el discurso de quienes fuertemente desearon tenerlo y conseguir que saliera de su condición de organismo para advenir a la de sujeto. El hijo adoptado está seguro de haber sido deseado, a veces buscado por mucho tiempo. Sus cuidadores, padres adoptivos, han tenido que renunciar al narcisismo de esperar semejanza de características. Se han lanzado a una aventura un poco más riesgosa que la de tener hijos de la carne. Digo un poco, porque nadie puede hacer previsiones seguras sobre cuáles serán las condiciones que se transmitirán a través de sus células germinales.
Hay distintos tipos de adopciones. A veces no se conocen los orígenes, ni óvulo, ni espermatozoide que produjeron el organismo. Otras veces se sabe y se sabe también que éste fue un producto no deseado por quien lo albergó en su vientre. Puede quedar la duda sobre si se trató de un gesto altruista por no poder hacerse cargo de una crianza o si fue simplemente un embarazo no deseado, accidental, que no tuvo nada que ver con el deseo humano de tener un hijo. Así como para que se desarrolle el óvulo fecundado que será un organismo viviente es indispensable que las paredes del útero como cavidad puedan separarse y dar lugar a esa nueva vida, de la misma manera es indispensable que la mente de los que van a ayudar al desarrollo del nuevo ser tenga un lugar para que la vida se desarrolle. Si mencionamos un lugar en el útero se entiende fácil. Lo mismo podemos decir del lugar edilicio, una cuna, un cuarto, un lugar. La capital importancia del lugar en la mente es más difícil de entender. El embarazo, podemos decir que cuando es exitoso, baja de la mente al útero. Los psicoterapeutas sabemos bastante de estos hijos que no tuvieron lugar en la mente de quienes se ocuparon o no de ellos después del nacimiento. Guillén, el poeta, lo dice en un sentido verso: “Cuando yo vine a este mundo, nadie me estaba esperando”.
Lo que estoy intentando decir es que un hijo no deseado no tuvo ese indispensable lugar en la mente de sus padres y en la estructura social que lo va a acoger. Si este organismo sin lugar en la mente de quienes lo engendraron encuentra a quienes lo están buscando sin poder crearlo con el cuerpo tiene una gran suerte, estará seguro de haber sido esperado y de tener un lugar no meramente edilicio, sino emocional, racional, total.
También hay que hacer una diferencia entre lo vivenciado por la mujer quien aloja al niño en su cuerpo por nueve meses y el varón que lo conoce a través del relato o del contacto con la mujer. Ya había hecho mención de esta diferencia y me parece que es importante, ya que hay un gesto en el embarazo que va del hombre a la mujer. El varón introduce el espermatozoide que fecunda al óvulo y da comienzo al nuevo organismo. Pero es la mujer quien informa sobre lo que está pasando en su cuerpo y retroactivamente embaraza al hombre. La reproducción de los humanos no es partenogenética, requiere de la pareja de padres. De aquí la diferencia de la que estoy hablando. Los varones aparecen como adoptantes de los hijos aunque hayan aportado el espermatozoide. El gesto romano de nombrar al hijo que nace da cuenta de este hecho. También como ya dije se ve una diferencia entre la modalidad femenina y la masculina de sostener la cría. La madre es más posesiva, el rol nutriente de los primeros tiempos parece prolongarse. El varón lo mantiene más a distancia. En términos del dicho popular, la madre parece contribuir más a las raíces, el padre, cortando el vínculo diádico a dar alas. De todos modos quede claro que se trata de roles que hay que cumplir, no de destinos del imaginario social que pueden ser tan deletéreos para todos.
Todo énfasis exagerado en los rasgos de género es opresivo, discriminatorio, marginalizador. Obstaculiza una libre elección de ser como resulte más adecuado a la totalidad de cada uno, a su historia, a sus preferencias, a sus elecciones de objeto.
Una observación corriente es que los hijos adoptados se parecen a sus padres adoptivos. Esto va por cuenta del significado de ser hijos de la carne y del espíritu, como ya dice la Biblia. El espíritu sería el discurso en el que nos incluimos a partir de la palabra, el discurso de la familia, de la sociedad en la que vivimos, la cultura que nos acoge.
Los estudios de las neurociencias ayudan a entender aspectos de lo que estoy planteando, especialmente a través de lo que se puede conocer sobre los distintos tipos de memoria. Hay memorias que están siendo estudiadas y que nos alertan a ser muy cuidadosos con respecto a los aspectos conscientes e inconscientes de nuestra conducta. Esto quiere decir que podemos no ubicar racionalmente, intelectualmente un hecho concreto pero vivencialmente experimentamos sus consecuencias. En lo referido a los hijos adoptados, hay memorias corporales que debemos respetar, especialmente con relación al tiempo vivido por el niño entre el parto y el encuentro con los cuidadores. Me apresuro a decir que no solo después del parto hay memorias. Los ejemplos de memorias intrauterinas son numerosos y me llevan al tema que quiero abordar a continuación: la triste experiencia de lo que los argentinos llamamos apropiación.
En la apropiación no hubo abandono del hijo, hubo robo y entrega a otras personas que empezaron el vínculo a partir de la gran mentira del ocultamiento, el secuestro, la muerte, el asesinato. La situación es fuertemente distinta y preocupante. Lo vivido antes de la apropiación no está olvidado, está simplemente en un lugar no accesible a la memoria racional, episódica, de hechos concretos, pero se mantiene actuando intensamente.
Los cien nietos recuperados por el grupo de abuelas de Plaza de Mayo dan testimonio permanente de estas memorias y de sus efectos. El mejor de los tratos dado por apropiadores que pueden haber tenido distintos niveles de conocimiento de la situación no hacen desaparecer la necesidad de entender lo que en cada persona está pasando con estas vivencias a veces sólo corporales, visualizables en actitudes generales, en orientaciones de la vida, en apetencias e intereses, en sueños, en temores, en alegrías súbitas.
El niño apropiado tiene un hueco en sus memorias que hoy sabemos no siempre es posible de llenar a través de la introspección. En términos del modelo freudiano, no resolvemos el problema “levantando la represión”, esto es por “vía de levare”, sino acercando los datos concretos, “por vía de porre”. Necesitamos como en otras situaciones de nuestra tarea el contacto con las familias y con la sociedad en general para que se pueda entender lo que se está viviendo a veces muy dolorosamente.
Nadie podrá suponer que es indiferente saber que quienes los engendraron no los abandonaron, pudieron haberlos deseado y haber sido obstaculizados en la posibilidad de continuar los cuidados. No es indiferente saber que se tiene una familia que lo estuvo buscando por tanto tiempo. En las situaciones menos traumáticas el hijo apropiado, que puede haberse transformado en adoptado, como se ha dado en muchos casos, tiene dos familias, la de quienes lo engendraron y la de quienes lo criaron. Esto ocurre; quien quiera enterarse sólo tiene que buscar los datos.
Una última reflexión sobre este tema: los humanos no somos meros organismos como los otros mamíferos; aunque también los gatitos tendrán memorias, somos sujetos, sujetados a una cultura que no puede sernos negada y a la que tenemos todos los derechos de acceder.
Otro asunto destacable es el de ahijamiento. Ahijado y padrino o madrina viene de la tradición católica. Los padrinos serían quienes estuvieron elegidos por los padres para ocuparse del niño si ocurre la muerte o la enfermedad inhabilitante para seguir proporcionando los cuidados. La obligación contraída por el padrinazgo estaba especialmente vinculada a la educación religiosa, al mantenimiento de los principios rectores de la fe cristiana.
La tradición católica ha sido reemplazada por un padrinazgo vinculado a cuidados generales que aparecen como un referente que se puede tener por fuera de la familia oficial. Parece ser más vale una costumbre, una gentileza con amigos que los ubica en un lugar de mayor intimidad. Sería como llamar tíos a los amigos de los padres.
Lo menciono porque he recibido consultas vinculadas a un exceso en las posibilidades de mando de estas figuras, que se arrogan derechos sobre los niños por haber sido nombrados padrinos. Como ya lo he mencionado, la función de la familia extendida tiene también sus riesgos. Lo mencionado como multiparentalidad se apoya muchas veces sobre esta búsqueda de ayuda para dar raíces a los vástagos. Puede ser bueno, pero también puede obstaculizar la autonomía y la independencia.
El conocido pediatra argentino Florencio Escardó ironizaba la frase “madre hay una sola”, diciendo que por fortuna es así, ya que sería imposible soportar dos. Esto puede aplicarse en algunos casos a este personaje que estoy mencionando. También hay padrinazgos y madrinazgos que son referentes contenedores cuando las funciones paterna y materna se debilitan por cualquier motivo.
Lo que entiendo como fundamental en esta trama de referentes que se organiza en el cuidado de los niños es que se acepte la divergencia. Es importante que el niño, el adolescente, el joven tenga acceso a distintos modelos de comportamiento. Esto permite las opciones por uno o por otro. Lo riesgoso es que el adulto crea ser poseedor del único modelo válido. El problema es el pretendido establecimiento de verdades absolutas, de reglas únicas a las que hay que someterse.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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