Jueves, 7 de mayo de 2015 | Hoy
PSICOLOGíA › NEOPARENTALIDADES
Por Sergio Zabalza *
Hace unos días, la provincia de Buenos Aires –por primera vez en América latina– inscribió a un niño con triple filiación: a los apellidos de sus dos madres –un matrimonio de mujeres– agregó el del padre biológico, un varón donante que ya había manifestado su deseo de comprometerse en la crianza del niño. La familia expresó que adoptaron tal decisión para “garantizar a Antonio su derecho a la identidad integral y su derecho a ser reconocido como hijo de sus dos mamás y de su papá, sin que deba resignar ninguno de sus derechos y obligaciones”. En este caso la triple filiación reconoce el deseo de quienes hicieron posible el advenimiento del nuevo ser en el mundo: plausible decisión que respeta las coordenadas subjetivas –y no sólo formales–, por las cuales un sujeto se integra en el rebaño humano. En efecto, es curioso constatar que la declinación de las formas tradicionales de concepción y crianza de personas pone al descubierto los resortes de la constitución del lazo social en su escenario más íntimo y sensible: la familia. Es que a la pregunta acerca de qué es un padre sólo responde, desde el fondo de los tiempos, un hueco: somos hijos de hijos de hijos. El Padre es, en cada caso, una invención a renovar.
Entonces, lejos de reducirse a una presencia en el hogar, “el padre es una función que se refiere a lo real”, según dice Lacan en sus conferencias de 1975 en Estados Unidos. Se trata de un abordaje que, por sobre cualquier otro aspecto, enfatiza y destaca la incidencia de una intervención que, por civilizar la pulsión, tiene consecuencias en la singular economía libidinal de un sujeto, es decir: en la conformación de un cuerpo orientado hacia el lazo social.
Desde esta perspectiva, el padre –antes que nada– es un lugar, un intervalo, una pausa, una síncopa, un desvío, un quiebre, una escansión, una hiancia, un corte, un no que propicia el deseo y encauza el erotismo: un saber hacer en los bordes, una formación de compromiso allí donde, porque algo no fue, el amor es convocado. De esta forma, lejos de encarnar la ley, quien habilita a servirse del nombre, rasgo o identificación es un cualquiera que, sin embargo, se hace excepcional por facilitar las versiones del Padre (del origen, de la realidad, de para qué estamos, etcétera) que permitirán orientarse en la escena del mundo.
Si la función paterna se sirve del apellido para cumplir su cometido, la filiación puede extenderse a más nombres porque “el Padre tiene tantos y tantos que no hay Uno que le convenga” (Jacques Lacan, Prefacio a El despertar de la primavera). Se trata de que la ley haga lugar al compromiso de quienes han manifestado su deseo de traer al mundo, albergar y velar por el cuidado y crecimiento de una criatura.
* Psicoanalista.
Autor de Neoparentalidades. El porvenir de la diferencia (ed. Letra Viva, 2012).
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