Jueves, 7 de mayo de 2015 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE LA EXPERIENCIA INFANTIL
Por Esteban Levin *
¿Puede Pinocho ayudar a comprender la actual experiencia infantil? Los diagnósticos, pronósticos, síntomas y malestares de la niñez, ¿pueden ser repensados al leer la historia del títere-muñeco-marioneta? Desde que vino al mundo, Pinocho nunca coincidió con el cuerpo de madera; por eso en sus desventuras siempre remite a otras escenas donde se juegan fantasías, travesuras, miedos, verdades y dolores. Estos escenarios se realizan en la experiencia infantil. Cuando no puede hacerlo, en nuestra práctica con los niños damos lugar a que otra escena se constituya; nos rebelamos contra la fijeza y la inmovilidad que, sin artificios ni ficciones, sufre.
El cuerpo de Pinocho delata lo que él no quiere decir: le crece la nariz, se le cierra la boca, tiembla la madera, se queman las piernas, muere y revive. Goza, sufre, se arriesga, transgrede, aprende, actúa, representa, entonces descubre asombrado que su cuerpo, más allá de él, habla. No lo puede dominar, y necesita del otro: Gepetto, Hada, Grillo, amigos, ogros. Sólo puede separarse de lo corporal si se refleja en los espejos que le devuelven la imagen de un sujeto, sin la cual sería sólo un pedazo de leño. Los pequeños nos transmiten ese saber: para apropiarse del cuerpo, hay que separarse de él, dividirse y mirarse en el deseo del otro.
Pinocho es una marioneta, pero no tiene hilos que sustenten sus movimientos. Es un títere pero no tiene guante que le dé movilidad, ritmo, vida. Es un muñeco pero nadie le presta la voz, los gestos, la musicalidad. Es un niño que difiere del resto, proviene de un árbol, el cuerpo es duro, de madera. La ambigüedad, la vulnerabilidad y la metamorfosis nominan sus aventuras.
Los niños se mueven inquietos, apasionados, nunca están en la misma posición. La condición corporal infantil los torna más vulnerables; sin embargo al jugar se protegen, piensan y, como es de mentira, crean otra escena. Se dan cuenta de que la fantasía puede ser real y, al mismo tiempo, lo real la limita hasta hacerla existir como escenario subjetivo.
Pinocho no coincide con la madera, así como un niño nunca lo hace con su cuerpo. Ambos son lábiles, están expuestos al avatar de lo contingente y lo inevitable. En la diferencia entre el organismo y el sujeto, entre los hilos de la marioneta y el entretejido infantil, se juega la curiosidad y las peripecias de cada infancia.
El niño y Pinocho no comienzan siendo uno; se originan a través del deseo de los otros que desean ser deseados por ellos, mucho antes del nacimiento. Es el origen del devenir, de lo singular. Un niño deviene otro para reconocerse como uno distinto. Nuestra querida marioneta, como paradigma de la infancia, desea y demanda ser el deseo del otro, a tal punto que no hay un objeto para satisfacerse, por eso busca y en la búsqueda inalcanzable transmite la humanidad de un muñeco que quiere ser un niño de verdad y, para ello, necesita mentir, negar la realidad y crear otra. Sólo que al hacerlo el cuerpo, la madera, se ensancha, se torna plástica. El crecimiento desmesurado de la nariz da cuenta de ello.
Los niños que nacen con una problemática en el desarrollo, en la estructuración subjetiva, que tienen alguna dificultad corporal-motriz, neurológica o genética, los pinochos, nos enseñan y demuestran día a día no sólo la vulnerabilidad y provisoriedad de lo corporal, sino que la herencia, tanto genética como simbólica, no está determinada toda de antemano, que depende en gran medida de la experiencia que tiene que realizar, y de lo contingente. Esta indeterminación hereditaria abre las puertas a la plasticidad de cada desarrollo y subjetividad. Entre lo heredado y el deseo hay diferencia y tensión, nunca coinciden. Por esta causa, un niño se emancipa de la herencia y puede hacerla propia.
* Autor de Pinochos, marionetas o niños de verdad. Las desventuras del deseo.
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