PSICOLOGíA › UNA AUSENCIA QUE “HACE SINTOMA”
Las niñas: escasamente visibles
En la conmemoración del 8 de marzo, “fue escasa y sólo como enunciación la presencia de las niñas; ellas estuvieron ausentes como corpus que reclama atención específica y nominaciones referenciales de su existencia como sujetos diferenciados”.
Por Eva Giberti
La conmemoración del 8 de marzo alcanzó una representatividad significativa; se abordaron temas tradicionales y algunos nuevos. Sin embargo, la asistencia a un nutrido caudal de discursos dejó a la vista, nuevamente, una ausencia que amerita ser tenido en cuenta porque, como lo diríamos entrecasa, está “haciendo síntoma”. Por lo menos para quienes –desde décadas anteriores– estudiamos los temas vinculados con el género.
Fue escasa y sólo como enunciación la presencia de las niñas; ellas estuvieron ausentes como corpus que reclama atención específica y nominaciones referenciales de su existencia como sujetos diferenciados. Quizás alguien a quien no escuché dedicó su tiempo a analizar a las mujeres en su estatuto como niñas: en cuyo caso lamento mi desconocimiento.
El género mujer que abarca a la niña y a la adolescente supone cumplir con sus responsabilidades al dar por sentado y sabido que quien dice mujer también las abarca. Pero genealógicamente esa pretensión no deja de ser tal, una pre-tensión que elude la tensión abarcativa que debería incluir la diferencia entre las mujeres, las adolescentes y las niñas. Tal diferencia, entre otros avatares sociopolíticos, se cotiza teniendo en cuenta la edad y el desarrollo de la niña, según un mercado exigente que la masculinidad solicita tanto en la prostitución organizada cuanto en la trata de personas que incluye intervenciones en espectáculos porno. En el mismo plano, pero avalados los hechos por la costumbre familiar y por el silenciamiento cómplice de determinados juzgados nacionales e internacionales, ellas constituyen la satisfacción paterna que las incestua como capítulo de sus derechos parentales. También las niñas son quienes asisten a la escuela en menor proporción si forman parte de las clases populares de América latina, ya que deben permanecer en sus casas cuidando de sus hermanitos y ocupándose de la limpieza. Y son ellas las que reciben menor proporción de comida porque las proteínas deben reservarse para los varones. Cuando empiezan a crecer y la menarca les grita que ya tienen once o doce años, entonces las violaciones que se toleran en la familia y en el entorno puede desembocar en una gravidez que ella intentará ocultar; es posible que, enterada la justicia la separe de su hogar, por estimar que se encuentra en riesgo moral y la encierre en un instituto especializado, lejos de sus hermanitos, de su barrio y amigas (del violador nada se sabrá). Mucho más podría decirse de ellas y resulta obvio que lateralizo ideológicamente mi exposición. Pero de las niñas no se habla ni antes, ni durante ni después del 8 de marzo. Exceptuando a las psicoanalistas que han dedicado sólidas páginas al estudio de su sexualidad, su desarrollo y a recordarlas en el decurso de la historia escrita, pero tales producciones no aparecen cuando de conmemoraciones políticas se trata. Exceptuando también a quienes diseñan las estadísticas que me permiten citar las proporciones anteriores.
Quienes avanzamos en el rescate de las niñas y desde décadas anteriores propiciamos su visibilización (en publicaciones y en seminarios), insistimos en reclamar la aparición social y pública de la niña. Es un proceso lento, moroso, retraído que se esfuerza en plantear cuánto importa la representación en la genealogía del sujeto.
La omisión que las descuida constituye un tropiezo epistémico en el doble circuito que enlaza los estudios de género y las apreciaciones de la psicología actual que, a la par de los aportes filosóficos, intenta localizar la trascendencia de la subjetividad.
La indagación histórica
y la semantización
La niña se torna visible paulatinamente como efecto de la indagación histórica que a su vez define la historicidad de su presencia y de su ausencia. Esta indagación, así como la semantización que lleva a hablarhoy en día del niño y de la niña, introduce el discernimiento entre ambos y proveen de existencia nominal a la niña si bien como añadido opcional. Algunos contenidos de la teoría feminista y de los movimientos de mujeres conjugados con los principios de los derechos humanos se articularon de modo contingente de modo tal que cerraron espacios para exclusiones y discriminaciones por lo menos en la redacción de las leyes.
Dicha articulación que evidencia la eficacia de lo contingente (recordemos el tiempo que transcurrió para que los derechos humanos incorporasen la especificidad de los derechos de las mujeres) nos advierte que presenciamos, en estado nascendi, la subjetividad de sujetos invisibilizados. Que aparecen en este surgir semánticamente balbuceante cuando se comienza a mencionar a la niña diferenciándola del niño, de manera que el hecho se inscribe en una genealogía de sujeto; teniendo en cuenta que se trata de una posibilidad y no de una condición de existencia obligatoria. ¿Cómo se constituye la subjetividad cuando se forma parte de un universo formado por quienes siendo niñas son nombradas niño, y cuando se las omite del reconocimiento social de sus diferencias?
Menarca y estrógenos mediante, recién entonces adhieren socialmente a la condición de sujetos cuya subjetividad puede analizarse. Pero no en tanto ausentes del discurso y de la representación que un lugar individualizado en la vida pública otorgan. El hecho no es ajeno a la inclusión de las niñas en el aprendizaje de la vergüenza (Giberti, E., Rev. Feminaria, Nº 9, Bs. As. 1992), que constituye un ordenador de la vida de las mujeres y que junto con la obediencia se instala como necesariedades en la constitución del género mujer.
La situación en que ha sido colocada la niña marca una zona particular en la genealogía del sujeto; después de las tensas y refinadas discusiones expuestas en el siglo XX, cuando se lo daba por sumergido, agónico o retumbante –según quien fuera el autor de la tesis– encuentra una región topológicamente nueva: la que le ofrece esta aparición titubeante de la niña carente de la posibilidad de subjetividad que el lenguaje y los discursos proveen y suscitan, aunque cada niña activase la creación de la propia subjetividad desde la posición de aquella persona que es histórica y nominalmente invisible. La aparición progresiva de las niñas impulsados por los hechos que las prácticas sociales y la historia incorporan marca la contingencia que regula la genealogía del sujeto y que en este momento se ilumina mediante la lenta visibilización del sujeto niña.
Contingencia y subjetividad
Las niñas se mantuvieron –se mantienen– en la transparencia que permite reconocer la calidad y la condición de contingente de ese instituirse como sujeto de subjetividad posible. Sujeto en tanto y cuanto es alguien que dispone de conciencia de sí y es capaz de reconocer y representar/se el mundo en el que vive al mismo tiempo que al reconocerse se legaliza como parte de ese mundo. Pero esta génesis consciente de sujeto la posiciona en alguien que sabiéndose niña es nombrada como varón y aprende a obedecer el mandato equívoco y deformante de su identidad nominal desde pequeña. Además de asistir a las conmemoraciones del 8 de marzo para aprender que contará con los derechos de las mujeres y que ella dispone de los que Convención de los Derechos del Niño (sexista a ultranza en su forma de titular) le reconoce, menos nombrarla como niña diferente del niño.
La omisión o parcialización de la existencia de las niñas en los reclamos puede pensarse como efecto del modo en que las mujeres han aceptado ser niñas cuando lo fueron; porque no pudieron hacer otra cosa. Ese no haber podido forma parte de la genealogía del sujeto mujer cuando niña al excluir de sus propias historias la existencia de las niñas que ellas fueron, consideradas parte de “los niños” y obedientes a la caracterización que les imponía ausencia del propio ser.
Invisibles pero antes de nacer ya se sabe qué hacer con ellas
La invisibilización histórica y discursiva de la niña previas a su nacimiento la instituye anticipadamente a cualquier pretensión que ella pudiese tener acerca de ser reconocida como niña y no niño, puesto que si ella se reconociese como no/niño no constituiría objeto de saber socialmente calificado. Es irrepresentable. Sin embargo, la niña cuenta con las representaciones públicas que los medios de comunicación le aportan y constituyen una referencia ineludible que, no obstante, la mantiene en el estatuto discursivo del niño y los niños. Podría argüirse que la subjetividad de las niñas se construye incluyendo la invisibilidad como dato sustantivo. Pero se mantiene la transparencia que la ausencia de nominación verbal impone.
Será necesario predicar de ella una subjetividad que será otra cuando se hable de la niña, cuando se la reconozca como siendo ella y no el niño. Hasta el momento, la posición de la niña –generalizando y por ende reduciendo conceptualmente el contenido de lo dicho– autoriza a registrar un estatuto de la subjetividad propio de la invisibilización que el género masculino introdujo oprobiosamente en el género mujer desde los orígenes de sus vidas. Al mismo tiempo y arriesgando una analogía extensiva, se transparenta un estatus nascendi propio de una subjetividad que no remite a lo dado, lo visible y concreto del sujeto sino a otra instancia regida por la posibilidad y la contingencia, que si bien es habitual en cualquier construcción de subjetividad, aparece con características propias en sujetos invisibilizados por la cultura. En este caso, las niñas.