Jueves, 26 de septiembre de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › LA ADOLESCENCIA COMO ESCANDALO
Por Luis Kancyper
La adolescencia es “el momento más importante y más dramático de la vida; representa un momento trágico: el fin de la ingenuidad”, escribió Balthasar Klossowski. La adolescencia representa un momento trágico en el ciclo vital humano, porque en esta etapa se requiere sacrificar la ingenuidad inherente a la inocencia de la sexualidad infantil y a las identificaciones alienantes e impuestas al niño por los otros. En esta fase del desarrollo, esas identificaciones deberían ser develadas y procesadas, para que el adolescente reordene lo heredado y genere un proyecto propio. Este proyecto estructurará y orientará su identidad, en tanto sea asumido por él con responsabilidad.
Jean Bergeret (La personalidad normal y patológica) destacó la necesidad de valorizar la flexibilidad para el cambio psíquico que caracteriza a la adolescencia; en esta etapa se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y sociales que posibilitan una mutación psíquica estructural, en el marco de un huracán pulsional y conflictual. Como escribió Françoise Dolto (Palabras para adolescentes): “No hay adolescentes sin problemas, sin sufrimientos, éste es quizás el período más doloroso de la vida. Pero es, simultáneamente, el período de las alegrías más intensas, pleno de fuerza, de promesas de vida, de expansión”. Judith Kononovich de Kancyper (en su trabajo “¿Dios va al colegio? Acerca de la elaboración de los duelos en la infancia”) agregó que “es en las manifestaciones de esta ineludible crisis de sentido donde se sostiene la posibilidad de resistencia del adolescente y el germen de la alternativa para pensarse distinto”.
El adolescente cuenta con nuevas herramientas para reflexionar sobre los enigmas e impresiones del pasado; pero adolece también de períodos de turbulencia. En esta fase ruidosa del desarrollo, tanto el adolescente como sus padres y hermanos deben tropezar con escándalos, ineluctables y variados. La etimología del término “escándalo” (del griego skándalon) remite al obstáculo, el bloque que se interpone en el camino; de ahí que se refiera al acto que provoca indignación y sobresalto; es la idea de algo colocado expresamente para que los demás tropiecen y pierdan el equilibrio en sus ideas o convicciones.
En rigor, la falta de escándalos opera como un indicador clínico de la psicopatología de la adolescencia; esa ausencia señala la inhibición de la confrontación generacional y fraterna. Esta confrontación es un acto ineludible para procesar el cambio psíquico, y conlleva atravesar momentos angustiosos, de caos. El caos es una fuente inagotable de creatividad, y desde el caos emerge el orden. A menudo calificamos negativamente el caos en la adolescencia, contraponiéndolo al orden e identificándolo con la violencia. Pero el caos no es desorden. Mientras que el caos está en el principio de toda creación, el desorden, en su grado máximo, está en el final.
El adolescente confronta al adulto con una nueva mirada, que desnuda al adulto y le hace advertir los absurdos a los que se había acostumbrado. El adolescente se afana por descorrer los velos que tapizaron la verdad del pasado del mundo de los adultos, que intenta corregir. El adulto, por su parte, evita mirarse en el espejo del adolescente, porque reflejarse en él implicaría deponer el ejercicio de su poder intergeneracional. El acto de la confrontación enfrenta al adulto con su propia vergüenza, culpa y cobardía; con su propio fracaso ante el incumplimiento de los ideales e ilusiones del adolescente que fue una vez; lo fuerza a una revisión cuestionadora del sentimiento de su propia dignidad.
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