Jueves, 14 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Irene Meler *
La crianza no es desempeñada con exclusividad por quienes integran un núcleo familiar. Diversas figuras, periféricas en apariencia, cooperan en la difícil empresa de lograr que los niños lleguen a ser adultos. El recurso a la ayuda doméstica paga instala vínculos que están atravesados por la inequidad de clase: muchas mujeres pobres migran a lugares donde sus cuidados facilitan la incorporación de las mujeres más ricas al ámbito laboral extra doméstico. Con frecuencia ellas dejan a sus niños en el hogar materno, a cargo de una abuela o una tía, y envían remesas para su manutención: les garantizan un mejor nivel de vida a expensas del desgarro del apego temprano, que siempre deja secuelas. Recuerdo que, en un taller de educación sexual para mujeres de sectores populares, me referí a la necesidad de un fluido diálogo con los hijos. Al terminar, una asistente se acercó: “¿Cómo hago para conversar con ellos? Mis hijos no me hablan”. Contó que los había dejado durante años en el Paraguay al cuidado de su madre; hacía poco, ya consolidada una nueva pareja y nacidos otros dos niños, los había traído al nuevo hogar. Ella había trabajado todos esos años cuidando a otros niños, pero los suyos se sentían como extraños conviviendo con una madre que apenas recordaban, y con un padre afín y medio hermanos a quienes les costaba aceptar.
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