SOCIEDAD › CUATRO INICIATIVAS ARGENTINAS EN UN CONCURSO DE LA CEPAL

Innovación social con ojos argentinos

Sobre trece proyectos finalistas en el concurso que organiza Cepal, cuatro provienen de Argentina. Defensores del agua, una cooperativa de cartoneros, una banca social y abuelas cuentacuentos.

 Por Soledad Vallejos

Cuatro iniciativas argentinas llegaron al tramo final del Concurso Experiencias en Innovación Social, el premio de Cepal (la Comisión Económica para América latina que depende de la ONU) que, por quinta vez consecutiva, distinguirá en la región aquellos proyectos que pudieron modificar realidades sociales a partir del trabajo comunitario. De 13 proyectos de toda Latinoamérica que llegaron a la instancia final de selección, la argentina es la participación más numerosa de la región, con cuatro experiencias de distintos puntos del país, seguida por tres de Brasil y dos de Perú, mientras que de Chile, México, Costa Rica y Uruguay se anotan un proyecto semifinalista cada uno.

“La innovación social debe ser sostenible en el tiempo y replicable en otros lugares”, distintos a aquellos en los que tuvo origen, argumenta la Cepal, que encontró esos elementos en cuatro experiencias argentinas: la Defensoría de Agua y los Derechos Humanos de la ONG mendocina Oikos; el programa de Trabajo y Ciudadanía con recicladores urbanos de Paraná; la Banca Social creada por la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de La Plata y el programa de Abuelas Cuentacuentos de la Fundación Mempo Giardinelli.


Contra la contaminación

Defender el agua

Se llama Oikos Red Ambiental: son alrededor de quince personas, “entre abogados, técnicos en gestión ambiental, geógrafos” y algunos “estudiantes, pasantes, interesados en general y también vecinos”, explica Eduardo Sosa, presidente de la ONG mendocina que nació en 1999 para dedicarse a cuestiones ambientales y, a fuerza de notar la importancia creciente del problema, terminó desarrollando un programa específico y único en la región: la Defensoría del Agua y los Derechos Humanos. Es, explica, “un espacio donde los mendocinos pueden canalizar sus preocupaciones acerca de conflictos en torno del agua”, es decir, cuestiones socioambientales vinculadas “con agua potable, agua de riego, o sobre la contaminación del agua para esos usos, por ejemplo”. Actualmente, la Defensoría tiene en agenda un proyecto fuerte: que se declare oficialmente la protección del Cordón del Plata, la zona de la precordillera que abastece de agua potable a toda la ciudad de Mendoza.

Desde que fue puesta en marcha, la Defensoría logró modificar sustancialmente la realidad de un canal contaminado, el Escara, a fuerza de movilizar a la opinión pública (de hecho, los primeros casos fueron decididos por votación de “ciudadanos usuarios del agua”) para sensibilizarla sobre la necesidad de que el agua contaminada por los vertidos de 50 empresas recibiera un tratamiento especial. Limpiar el Escara también permitiría recuperar un curso de agua que debía servir para riego. Tras la intervención de Oikos, terminó por retomarse el programa nunca acabado de saneamiento que, en los ’90, había iniciado la Secretaría de Ambiente local. Sólo tres de las 50 industrias contaminantes se niegan, todavía, a plegarse a la nueva gestión de sus vertidos.


Abuelas que leen a los más chicos

Contando cuentos

“Abuelas cuentacuentos” es la manera que Mempo Giardinelli, desde su Fundación homónima, encontró para trasladar una experiencia comunitaria que pudo ver a mediados de los ’90 en Europa: la de sistematizar una manera de restablecer vínculos comunitarios. Así, en Resistencia (Chaco) nació el programa que, desde 2000, pone en contacto a mujeres mayores con ganas de “llevar lecturas a quienes comienzan la vida, otorgándoles una oportunidad de acceder al libro y de ejercer su derecho a la lectura”, como explican Giardinelli y Natalia Porta López en el sitio de la Fundación. En 2001, tras la experiencia piloto, fue el inicio formal; un año después la idea había cuajado en una especie de manual de estilo que permitía transferir ese saber a otra ciudad. “Promueve la lectura intergeneracional en la primera infancia, como práctica cultural que transmite valores estético-educativos y genera una mayor demanda de lectura y bienes culturales”, al tiempo que “para las abuelas voluntarias es una oportunidad de dar un nuevo significado a su papel en la comunidad”.

Además de leer para niños y niñas de pocos años, lo hacen en escuelas secundarias y para adultos, también en hospitales pediátricos, salas de madres que acaban de parir pero deben esperar la maduración de sus bebés, orfanatos, salas de oncología, institutos para ciegos, bibliotecas (populares y escolares), comedores infantiles comunitarios, parroquias, geriátricos y cárceles.

Con el correr de los años, las Abuelas cuentacuentos dejaron de ser exclusivamente chaqueñas. Internet mediante (www.abuelas cuentacuento.org), la transferencia de la experiencia, los materiales y el intercambio de información resultó notablemente más sencillo, tanto que siete provincias siguieron el camino de Chaco. También se han realizado experiencias del proyecto en México, Colombia y Chile.


Para productores que trabajan la tierra

Una banca de microcrédito

“No son los dueños de la tierra, pero sí los que producen”, sintetiza Ricardo Cieza, prosecretario de Desarrollo Social y Comunitario de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Pensando en ello y en ellos, desde la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales en 2005 comenzó a implementarse la Banca Social, un proyecto de microcréditos para pequeños productores del Gran La Plata. “Acá hay una zona productiva importante, son más de mil pequeños productores familiares que abastecen principalmente a La Plata, pero también a gran parte del conurbano. Es paradójico, porque proveen alimentos frescos a toda esa población pero trabajando en condiciones productivas, tecnológicas y de hábitat al menos complejas. No están formalizados, son arrendatarios. Van a un banco y no tienen crédito, pero sin embargo necesariamente tienen que trabajar con financiamiento”, explica Cieza.

Hace cuatro años, en la primera experiencia, treinta productores recibieron créditos de 1000 pesos cada uno; “hoy ya estamos en más de 200 productores” que tienen once meses para devolver el dinero prestado, dice Cieza, que también enumera las condiciones del financiamiento. “Pedimos que el crédito se use para el proceso productivo, y aunque lo concedemos de manera individual, trabajamos la garantía solidaria. Si uno va al banco, le piden garantía prendaria: un auto, una propiedad... En cambio, la garantía solidaria implica que el grupo debe avalar al compañero, con lo cual el grupo asume el compromiso de que, en caso de que el productor titular del crédito no devuelva el dinero, la deuda la afronte el grupo. Ahí empieza el tema de la palabra, de la confianza. La idea es consolidar el grupo para trabajar después otras cuestiones” vinculadas con lo asociativo dentro de los grupos y también con la integración comunitaria. De a poco, esa dimensión también se afianza: hace unos días se cumplió un año de la feria que, cada semana, algunos productores arman en la facultad, algo que les permite ir conociendo técnicas y circuitos de comercialización sin intermediarios y, por ello mismo, redunda en una diferencia económica para ellos y los consumidores.


Cooperativas y guarderías

Trabajo de cartoneros

“Hace veinte años que trabajo con la comunidad de trabajadores informales, de cirujas, como les dicen”, explica Griselda Anzola, trabajadora social, docente e investigadora de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos. El proyecto, denominado “Trabajo y ciudadanía. La inserción sociolaboral de los recicladores urbanos de residuos, a través de una estrategia en red”, se despliega en “cuatro líneas de acción”, que involucran a 700 familias, cada una de ellas convertida en una “unidad productiva”.

“En la primera, estamos ayudando a organizar una cooperativa de trabajadores de la basura para mejorar sus condiciones de trabajo y también sus ingresos.” Muchas de esas personas se internan en un volcadero municipal a cielo abierto, adonde cada día llegan alrededor de 300 toneladas de basura de la ciudad de Paraná. “Allí hay trabajando muchísimas familias, incluyendo niños y jóvenes, que buscan algo para vender, para recuperar o que sirva de consumo para sus animales.”

Pero esa labor, además, tendrá un correlato comunitario más amplio. Por un lado, la municipalidad local promoverá la separación de residuos en origen (lo que supone la colaboración de los vecinos). Por el otro, la formalización laboral requerirá de hombres y mujeres cabezas de familia el compromiso de erradicar progresivamente el trabajo infantil. “Las familias –explica Anzola– son unidades productivas, y todos, hasta los más chiquitos, tienen un rol en el cirujeo”, por lo que el alejamiento de niños y niñas del mundo laboral opera en pasos escalonados, y a partir de otras iniciativas complementarias, como la guardería nocturna.

Una tercera línea de acción se dirige a los jóvenes, “porque el cirujeo en Paraná se ha extendido en una tercera generación, hay tres generaciones de familias que se han criado con pocas ofertas de capacitación, con poca escolaridad”, por lo que se procura remediar esa carencia a partir de talleres de capacitación que permitan “acceder a la posibilidad de tener otra oportunidad laboral y no repetir las historias de padres y abuelos”.

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Los hijos de los recicladores urbanos de Paraná.
 
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