Se convirtió en la primera empresa social del país: un grupo de desempleados se juntó y, con el asesoramiento de profesionales de la Facultad de Arquitectura de la UBA, puso en marcha una fábrica de hornos a leña ecológicos que a su vez serán utilizados por otros sectores sociales marginados. La experiencia inédita de los obreros-empresarios.
Los ladrillos grises que se apilan en un galpón de Mataderos tienen una historia y un destino. Fueron hechos por un grupo de hombres de la Villa 15, en su mayoría desocupados que, con el apoyo de profesionales de la Facultad de Arquitectura de la UBA, conformaron una fábrica social. Esos ladrillos serán utilizados para construir hornos a leña –con un diseño exclusivo que los hace más rendidores y ecológicos que los comunes– destinados a comedores comunitarios, a precios subsidiados, pero también para clientes particulares. La historia y el destino de esos materiales están vinculados con la alimentación: con su producción, los integrantes de la fábrica social Avanzar piensan consolidar una fuente de ingreso para mantener a sus familias; los hornos, a su vez, servirán para cocer el pan para los comedores y también para encarar otros microemprendimientos relacionados con la producción de comidas. Respuesta múltiple para distintas caras de la crisis, la pequeña fábrica se inauguró discretamente a mediados de diciembre y mañana hará entrega del primer horno, en un comedor barrial de Luján.
La propuesta surgió del Centro Experimental de la Producción (CEP), que funciona en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Los profesionales, encabezados por el arquitecto Carlos Levinton, desarrollaron la tecnología para elaborar los ladrillos que, a diferencia de los tradicionales, no son cocidos a fuego sino que fraguan en frío, por la combinación de tosca (tierra colorada), cemento y un aditivo especial, más agua. A la propuesta técnica, Levinton le añadió el modelo de producción: la fábrica social, una empresa basada en los lazos solidarios entre sus integrantes y de ellos con la comunidad en la que viven.
Hubo varios intentos, pero la semilla germinó recién en el centro comunitario Conviven, ubicado a una cuadra de la villa conocida como Ciudad Oculta. Desde allí se hizo la convocatoria, en agosto, a la que concurrieron unos 20 hombres del barrio. “Escuchamos el proyecto y nos pusimos a trabajar en la formación del grupo. Recién después de tres meses el equipo se consolidó: quedamos diez”, explica Ramón (40), uno de los voceros del grupo. ¿Por qué tanto tiempo? “Porque lo más importante es armar emprendedores, formar gente que se banque invertir tiempo durante unos meses sin percibir un peso”, agrega Ramón, ya convertido en emprendedor.
El horario de trabajo de la fábrica social es de 18 a 22. “Así, los que hacen changas pueden venir después de trabajar. En mi casa, por ejemplo, la que trabaja es mi esposa. Yo cuido a los chicos y vengo cuando ella regresa”, dice Guillermo (42). Hugo (26), en cambio, es el único que tiene trabajo fijo, como empleado de limpieza de un supermercado. “Estoy jugado con este proyecto, aunque gane lo mismo, pero quiero ver cómo crece mi propia fábrica”, dice.
La propuesta de la facultad consiste en transferir tecnología a grupos desplazados del mercado de trabajo para que puedan adquirir experiencia laboral: desde la fórmula para fabricar los ladrillos hasta el diseño del horno que, a diferencia de los tradicionales, tiene la cámara de combustión –donde arde la leña– separada de la cámara de cocción. “De esa manera, los alimentos no se contaminan con el humo de las maderas quemadas”, explica Miguel Haberfeld, del Centro Experimental de la Producción. El horno cuenta además con una chimenea metálica dotada de un laberinto interno, que demora la salida del humo, con lo cual aumenta el aporte de calor. Como los ladrillos son aislantes térmicos –no absorben el calor sino que lo rechazan–, el ahorro de energía es aún mayor.
Los obreros-empresarios ya construyeron un horno, que funciona en el centro Conviven: allí se cocina el pan para el comedor donde asisten los chicos de la villa. Y allí mismo, un grupo juvenil hace prepizzas para vender en el barrio. El centro es dirigido por Valmir, un brasileño que vino desde San Pablo hace siete años, por sólo tres meses, y se quedó en el barrio como misionero de una iglesia evangélica. Allí, además de hornosy prepizzas, se hacen talleres de alfabetización, artesanías y computación.
No hubo subsidios oficiales para la gente de Avanzar. “Al principio rifamos tortas, para poder comprar el cemento y otros insumos, y al final sorteamos un horno”, cuanta Ezequiel (24). El primer crédito fue aportado por el CEP, pero no fue dinero sino una prensa moldeadora de ladrillos, que llegó como un préstamo y debe ser devuelta por la empresa, cuando su producción se encamine, junto a otra prensa similar, que será destinada a su vez a otra fábrica social.
Parece modesto el equipo, pero les permite producir unos 800 ladrillos en una jornada de seis horas. Los bloques necesitan quince días para fraguar y estar aptos para armar el horno, que se construye a domicilio. “No son aptos para levantar viviendas, porque no resisten la carga de una pared o un techo. Estamos trabajando en una nueva fórmula de ladrillos de tosca, pero más resistentes”, dice Haberfeld, que trabaja como asistente técnico del grupo.
Los hornos no sólo permiten cocinar pan y sus derivados –facturas o prepizzas–. También son aptos para hornear pollos, lechones, asados y empanadas, entre otras comidas. Y si se les coloca un portabandejas, se pueden elaborar alimentos en escala. Tienen todos el mismo formato, pero su precio puede variar: para los comedores pueden costar unos 300 pesos, un precio subsidiado pero no por la fábrica sino por los compradores más pudientes –de countries y barrios privados– para quienes el precio ronda los 450 pesos. De hecho, los muchachos de Avanzar ya recibieron nueve pedidos en su correo electrónico (
[email protected]), desde Pilar hasta Ezeiza, desde Mataderos hasta San Telmo.
Dueños de la mística que necesita todo emprendedor, a los integrantes de la fábrica social no les pesa la responsabilidad de ser los primeros. Quieren que la empresa crezca con otra gente del barrio y saben que tendrán que asesorar a otros grupos que quieran seguirlos en este camino. “Esto es algo que nos sirve a todos, porque en el barrio no hay gas natural y la gente cocina con garrafa, que es carísima. Si nuestra empresa funciona, podríamos venderles los hornos en pequeñas cuotas”, propone Omar (43), otro de los integrantes del grupo. Lo cierto es que la empresa maduró y la gente de Avanzar necesita ya un espacio más amplio.
“En medio de esta emergencia, se ha logrado innovar en un modelo que puede generalizarse y constituirse en política de generación de empleo productivo”, dice el arquitecto Levinton, director del CEP. A su criterio, un apoyo por parte del Estado no demandaría un gasto mayor al actual: “Para poner en marcha esta fábrica se necesitaron menos de 150 pesos por cada empleo creado, lo que equivale a un mes de un plan para jefes de hogar”, calcula Levinton, poniendo en números su entusiasmo.